3 preguntas al cineasta boliviano Alejandro Quiroga, director de 'Los de abajo'
Una charla con el director de Los de abajo, que integra la Competencia Internacional, acerca de las motivaciones que impulsaron la película.
Mencionaste en varias entrevistas que Los de abajo tiene ciertos elementos autobiográficos, vinculados con la historia de tu familia. ¿Cómo fue el trabajo de guion que transformó esas experiencias en una ficción que habla, también, de conflictos sociales más amplios?
En un inicio consideré escribir una historia cercana para encarar mi primera película con un presupuesto menor. Desde lo emocional, llevé a la pantalla las relaciones que marcaron mi vida y las sensaciones de cómo se dieron, quizás para soltar recuerdos. Sin embargo, ocurrió de manera espontánea, no lo planeé así. Con el tiempo me fui dando cuenta de que volcaba al guion consideraciones propias, aprendidas, plasmadas en todos mis personajes. Mi padre, mi madre, mis abuelos, yo. Hablo a través de ellos sobre la familia, el amor, o consideraciones sobre la sociedad, el poder y las élites. Lo hice además cuando había decidido irme de la ciudad que consideré mía toda mi vida, hasta que me fui para no regresar y ya no es más mi lugar. Ya no me reconozco allí.
El espacio tiene mucha importancia en la película, de distintas maneras: la dimensión espacial es fundamental en la construcción del conflicto, y también lo es el contexto específico del pueblo en que transcurre la acción. La puesta de cámara y los encuadres también construyen el peso de ese espacio… ¿Cómo pensaste y trabajaste este elemento clave?
No encontré mejor manera de graficar la representación del poder y sus abusos que el agua, elemento vital e hilo conductor. Para contestar el otro aspecto de la pregunta, la cercanía que tengo con el espacio geográfico se traduce en apego. Quiero a esos pueblos, esas montañas, esos ríos, con su luz dura y sus altos contrastes, porque parte de mi vida la tuve allí. Entre las cosas lindas de crecer en Tarija está la cercanía con la naturaleza, donde el escenario es un amigo más, un protagonista. No se puede contar a ese amigo con planos cerrados, las emociones de la naturaleza abrazadora o asoladora se logran con panorámicos, y más cuando queremos empequeñecer a los hombres. Mi intención siempre fue hacer que todo esté por encima de Gregorio, incluso los territorios que le son conocidos.
A partir de ese trabajo espacial, pero también por el contexto en que transcurre la acción, y por la caracterización de los personajes y sus relaciones, entre otros elementos, es imposible no pensar en el western. Al mismo tiempo, la película está plenamente enraizada en Latinoamérica y sus conflictos. ¿Construiste a conciencia este diálogo con el género desde nuestro continente?
En las primeras versiones del guion no pensé en un western. Fue con la constante visita al lugar y la presencia de contrarios en su trama que me incliné por hacer crecer la película hacia el western. Luego, más avanzada la escritura y con el tono ya definido, me fue más fácil encontrar los rasgos de western que la decoran: la luz precisa, la tierra, el color, el vestuario, las pieles. Un día me di cuenta de que crecí en una tierra “western criolla”, con matices chaqueños, chapacos y andinos, y que muy poco se hizo por el género en estos lares. Por otra parte, es inevitable para mí como cineasta no pensar en lo que sucede en Latinoamérica. Tanto el agua como el tiempo en un futuro serán moneda de cambio. Creo que el tema medioambiental es algo siempre vigente.
(Tomado de la página oficial del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata)