Nuevamente, cuestiones de fe: 10 años en 10 películas nacionales
El pasado 1 de mayo se cumplieron 10 años desde que se publicó el primer número de este suplemento cultural. Más de 520 ediciones dominicales ininterrumpidas después, fundadores, editores y colaboradores fijos de la RAMONA celebramos nuestra primera década reflexionando en torno a notas, coberturas y sucesos artísticos que marcaron nuestro trabajo. Continuamos este espacio fijo, que se prolongará este mes, con el texto encargado a Andrés Laguna, uno de nuestros fundadores, exeditores y ahora colaborador fundamental de la publicación.
No puedo negar que me resulta extraño escribir desde fuera de los márgenes oficiales de la RAMONA ahora que se cumplen 10 años de su nacimiento. Jamás pensé que llegaría el momento de renunciar a ella. Nada legal me une a estas ocho páginas semanales dedicadas a la cultura, que junto a Sergio de la Zerda y Santiago Espinoza vi nacer y crecer. Pero, como hace poco me decía Fernando Mayorga, es imposible que no haga parte de la RAMONA. Y, claro, de su festejo.
Mi memoria se arma como imágenes de archivo de una filmoteca descuidada de una ciudad perdida. Mis recuerdos siempre me parecen cinematográficos y siempre se pueden relacionar con alguna película. Por las singularidades de la troupe, la historia de la RAMONA también es indisociable del cine. Con frecuencia parece un suplemento especializado, que dedica algunas páginas a otras artes. Aunque nos iniciamos en distintos lugares, los ramones nos forjamos como críticos en estas páginas. Fue de este ejercicio regular, gratuito y religioso que nacieron El cine de la nación clandestina y Una cuestión de fe, los libros que escribimos con Santiago, y una larga serie de otras investigaciones y artículos. Durante años la RAMONA llenó mi tiempo y mi vida, me ofreció un sinnúmero de experiencias buenas y malas, publicamos textos sobre diferentes artes de gran importancia, pero en gran medida creo que su verdadera relevancia está en su compromiso con el cine boliviano. Celebrar la historia de estas ocho páginas, es en gran medida celebrar al cine nacional que se realizó estos diez años. Acá va, ordenada cronológicamente, mi selección de algunas cintas que considero importantes.
Di buen día a papá (2005) de Fernando Vargas
Escrita por Verónica Córdova, parecía que esta película iría a girar en torno al Che Guevara. El personaje histórico terminó siendo secundario. Su mito, lo que quedó de él en Vallegrande, su transformación de materialista dialéctico a ser mágico, es lo que articula a esta cinta. Además, nos cuenta las historias de tres mujeres de la misma familia, de distintas generaciones, que se encuentran y desencuentran. Como lo que pasa en la vida misma. Con esta película comenzaron los primeros debates furiosos dentro de nuestra redacción.
Lo más bonito y mis mejores años (2006) de Martín Boulocq
Esta película en la que aparentemente no sucede nada, en la que vemos a tres jóvenes deambular por la ciudad en una auto viejo, buscando su lugar en el mundo, se convirtió en una suerte de manifiesto generacional. Muchos nos vimos reflejados en los personajes. Fue tremendamente valiente, pues una película orgánica, intimista y reflexiva es un riesgo mayor. Cuando comenzamos con la RAMONA nos interesaba apoyar este tipo de arte.
Cocalero (2007) de Alejandro Landes
Esta coproducción boliviana es uno de los pocos retratos genuinos e interesantes de políticos que se haya hecho en nuestro cine. Landes muestra a Evo Morales y a su entourage durante la campaña que lo llevó a la presidencia. De la manera más humana, nos recordó que los movimientos sociales y los cocaleros, son mucho más que un individuo. Fuimos a cubrir el estreno en Lauca Ñ, ahí todo quedó claro. Pocas veces el cine fue tan justo con un colectivo humano. Todos teníamos esperanza en ese momento. A la distancia, volviendo a ver la cinta, nos advertía algo: Todo es humano, demasiado humano.
Airamppo. Semilla que tiñe (2008) de Miguel Valverde y Alexander Muñoz
Esta serie de historias que se cruzan en el festival de la cultura de Totora están lejos de construir un todo perfecto. Pero, tienen una intensidad y un desparpajo que pocas veces se ve el cine nacional. Hay mucho de vital y de deslumbrante en esta gran borrachera cinematográfica de Valverde y Muñoz. Si el cine nacional fuese un registro creativo de lo que lo rodea creo que sería muchísimo más interesante y propositivo.
Hospital Obrero (2009) de Germán Monje
Esta gran película nos muestra a un grupo de enfermos que interactúan entre ellos en el hospital del título, lidian con sus pasados y con las enfermedades que los tienen apartados del mundo. La cinta pasa rápidamente de la melancolía al humor, de la dulzura a la dureza, tiene los diferentes niveles de las obras memorables. Ese año comenzó la diáspora en la RAMONA, muchos nos fuimos, otros llegaron. Como en una sala de enfermos terminales.
Bala perdida (2010) de Mauricio Durán Blacut
Este documental también está lejos de ser perfecto, pero no por eso no deja de ser relevante. El realizador investiga la muerte de su hermano durante el servicio militar. Para ello revuelve los sentimientos de su familia y de sus amigos, desentierra demonios. La investigación lo lleva a confrontar el presunto asesino, en un gesto que puede ser cuestionable desde la ética del documentalista. Pero en esta cinta hay un compromiso y un uso radical del cine. El talento sólo es un don cuando es utilizado con compromiso, esa fue una máxima en nuestras páginas y es algo que compartimos con Durán.
Los viejos (2011) de Martín Boulocq
Esta película, altamente sensorial y contemplativa, llevó al cine boliviano a una nueva etapa, a un extremo que sólo parecía posible para otras tradiciones. Esto es cine arte. Además, trata sobre una dura y bella historia de amor, que debe enfrentarse al orden establecido, a la moral imperante, a lo viejo. Es todo lo que puedo pedir. Este es el cine boliviano que quería ver.
Ciudadela (2012) de Diego Mondaca
Junto con San Antonio (2011) de Álvaro Olmos, este es el gran documental presidiario del cine boliviano. Lo que hace Mondaca es sugerente, su personaje central es la cárcel, que funciona como un sistema imperfecto, como cuerpo deformado, como una máquina destartalada, en la que los que la habitan son como una suerte de órganos que componen, que forman, a un ser que nos habla de lo que somos como humanos.
El olor de tu ausencia (2013) de Eddy Vásquez
Esta cinta sigue la senda de Lo más bonito, pero lo hace con mayor dureza, sin concesiones, metiendo el dedo en la llaga. Vásquez nos habla de una ciudad y de unos personajes que no vemos, que no queremos ver. Nos grita desde los márgenes. Sus personajes son seres disfuncionales en busca pertenecer a algo, pero que son constantemente expulsados.
El corral y el viento (2014) de Miguel Hilari
Con esta película no sólo se confirma que lo más saludable del cine boliviano es el documental. Hilari nos confiesa su historia, la de su familia. Al hacerlo, nos habla de nosotros mismos, del país, de ese constante encuentro/enfrentamiento entre las diferentes formas de percibir, de vivir y de ser en este mundo. La cinta nos muestra lo que nos diferencia en este país, pero también lo que nos une. En su lente, en esencia, el otro termina fundiéndose con uno mismo.
2015
Seguimos a la espera de la película de este año que merezca ser permanecer en nuestra memoria. Esa que nos recuerde que una vez un suplemento cultural de ocho páginas, de un periódico pequeño, de una ciudad pequeña, de un país pequeño, cumplió una década de existencia. Los cercanos a él, inocentemente, creyeron que algo de historia se había hecho.
andres.laguna@gmail.com