'En tránsito' para romper los límites de lo esperado
Decir que algo está en tránsito, quiere decir que se encuentra en algún punto de su recorrido, antes de llegar a su destino final. Por lo tanto, el movimiento es la determinación esencial para definir esa forma de ser. Estado que tiene consigo una sensación de vértigo por la llegada y sus posibles consecuencias al alcanzarla. La experiencia del estar en movimiento a distancia del punto de partida y también del final del trayecto, genera una atmósfera propia que parece articularse con cierta violencia de saberse que cualquier decisión tiene como mayor rango solo lo inmediato, la posibilidad de trascendencia es un imposible, en un estado en tránsito, ya que ese resultado esperado, se concreta solo al final. Para eso por supuesto que el proceso del recorrido para alcanzar la expectativa de profundidad, terminaría siendo el todo de la apuesta.
La editorial 3600 el año pasado publicó el libro de cuentos “En tránsito” de la escritora Karen Veizaga; primer libro con el que da las luces de un proyecto de escritura que desde un principio evidencia que hay una voz que tiene muchas ganas de establecer un golpe auténtico en su propuesta. Si bien es un primer libro, como lectores nos deja muy en claro, que detrás de esa oficialidad de saltar al público, existe un trabajo silencioso, de mucha rutina y ejercicio que da pie a que se establezca una continuidad de cuentos cargados de emoción y de una escritura que fluye en el vigor de decirte cosas al oído.
En tránsito es un libro que principalmente se sitúa en la ciudad de La Paz, con excepción de un primer cuento que tiene como escenario el valle de Cochabamba, desde una narración que al igual que convulsionado movimiento de la urbe colisiona en una multiplicidad de cosas que observar. Veizaga desde esa sintonía de observadora de la ciudad, hace de la descripción, su estrategia más especial, para mostrarnos la virtud de su estilo.
Acorde a la significación del título el contexto de la transición de espacios es fundamental, por eso se puede experienciar de que, en cada cuento, lo que va funcionar como pequeños cuadriláteros de pelea, en los que el lenguaje despliega sus movimientos estratégicos; es la descripción, que va servir para convertirse en una antesala de la emotividad de la lectura, que finalmente se concretará con el detonador del gancho principal de su narrativa; la magia de componer secuencias puras de acción. Acciones que pueden funcionar como pequeños textos separados de la organicidad de cada cuento, porque la tensión que se genera en poner en evidencia el movimiento natural de las cosas del mundo, de la rutina, de la memoria, del pasado, del miedo, de la tristeza, de la embriaguez tiene un ritmo narrativo que permite que funcionen como pequeñas postales de tensión que hace de la lectura una experiencia extraordinaria.
Si bien la trama en cada cuento tiene en su mayoría una mirada de despliegue lineal, y el relato es llevado con sutileza y con una voz clara, lo que cambia y hace diferente al libro es la profundidad que se puede adquirir al enfocarse en las acciones y no tanto en la disgregación de la conciencia. Veizaga no apela a ese tedioso y tan usado recurso del monologo o de la reflexión discursiva superpuesta en el tejido de la historia, al contrario, desde otra estrategia encara esas profundidades de lo humano.
“Deambulábamos por la ciudad, nos colocábamos en las visitas escolares a los museos que quedaban cerca del colegio, íbamos a alimentar a las palomas en la Plaza Murillo o íbamos a visitar las tiendas del centro para ver ropa y juguetes que, lo más probable, no tendríamos nunca” (pág. 79).
“Además de su altura y su parecido físico con Brandon Walsh de Beverly Hills 90210, en ese entonces, era la definición para nosotras de lo que significaba ser cool” (pág. 85).
“Otro domingo más llegaba a su fin. Los mesones de la cocina, así como el parquet de los pisos, reflejaban los objetos que descansaban sobre ellos, parcos, solitarios. La atmosfera del departamento estaba matizada por un olor a canela, mezclado con el aroma del escabeche de pollo que Carmen había preparado para el día siguiente. Había llegado la hora de la serie de turno, de la comedia romántica que, de seguro le haría derramar unas cuantas lágrimas, pero terminaría con los dos protagonistas guapos teniendo una vida feliz, al menos hasta ese invisible momento en que el director gritara “corte” (pág. 67).
Veizaga prepara desde la descripción parca, fría, sin el rozón del maquillaje para imponer a la fuerza un ritmo, va creando un escenario que en la medida en la que va apareciendo, inmediatamente se va transparentando, quedando solamente bosquejos de las formas de las cosas que se han dibujado al nombrarlas y para que suceda lo más contundente, el golpe de acción queda más expuesto a la percepción del lector. Logrando que el disfrute de cada cuento, se construya principalmente por ese esfuerzo de ir recolectando el tránsito de la explosión de la secuencia de cada acción. El estilo y la estrategia narrativa están cuidadas, lo que hace que si bien esa especie de fragmentariedad explosiva perviva con tanta fuerza, la linealidad y el sentido de la historia nunca desaparecen, lo que en ningún momento se genera una confusión sobre lo narrado, al contrario, las historias adquieren texturas más diversas y profundas sobre la siempre complicada tragedia de lo humano.
Leer “En tránsito” es acercarse a una literatura auténtica, honesta en el decir, el lenguaje se atropella y se sobrecarga por la intensidad del trance de escribir sin cuidar el maquillaje de la irónica profesionalidad del business de la escritura actual. Veizaga no le tiene miedo a la impulsividad de la historia, no le tiene miedo a jugarse por la acción antes que por la controlada temporalidad de la proporción del mercado. “En tránsito” es un libro de cuentos que no es cercano a cierto código que está establecido en la cuentística de los últimos años dentro de nuestras fronteras de abundantes publicaciones controladas y sumidas en el tendencioso ritmo de la prudencia íntima, más bien es un proyecto diferente, más rebelde y más estridente y por ese espíritu es saludable para el lector; porque nos recuerda que a pesar de que el tiempo pase, siempre es bueno gritar y romper los límites de lo esperado y de lo establecido.