Palabras en homenaje a Norah Zapata-Prill
Texto leído en el encuentro organizado en la Casa del Poeta de La Paz para rendir tributo a la autora boliviana
El pasado Día del libro festejamos la poesía de la escritora boliviana Norah Zapata-Prill. No soy experta en la obra de Norah. Ella es un misterio presente en Cochabamba, un mito errante con el que nunca me pude encontrar. Pero me ha encantado tener la oportunidad de robar tiempo para leérmela gracias a la invitación al homenaje que ha organizado la Casa del poeta de La Paz. Chocha y feliz de ser telonera de ese evento.
La poesía de Norah es un viaje. La importancia de los escenarios en sus poemas, intuidos, no siempre descritos, nos recuerdan que somos un cuerpo situado. Se incluyen, muchas veces, detalles de punto de vista, de lugar, de tiempo, de memoria, de lectura. Tengo especial cariño a esa costumbre de incluir epígrafes, resortes que impulsan los poemas. Los escenarios son solo esbozos que marcan el paso del espacio, nos dan un punto de vista, nos dibujan un contexto al fondo.
¿Pero por qué el viaje? ¿Para qué el autoexilio? ¿Qué impulsa a partir con una semilla que fecunda una higuera estéril? Dicen que está prohibido vivir y morir en la misma hamaca. El impulso de cambiar el cuerpo de lugar, para poder empatizar con la otra. Una búsqueda que puede estar relacionada con la sed. La sed es una constante en la obra de Norah, como lo son los labios. La relación causal entre labios y sed no es tan evidente en sus poemas, nos deja con sed de más. Pero el viaje y la sed se sienten cuando nos dice cosas como:
Arrancarse / Partir con la raíz sabiendo irrenunciable saciar la sed
Y estos elementos de situación son muchas veces naturales. Un lugar sagrado tiene la Naturaleza en su poesía: animales cercanos, animales pequeños, insectos, piedras, plantas, cactus, nubes, agua, peces… carpas. Casi siempre una naturaleza doméstica, una naturaleza cercana, aunque a veces esquiva. Sus poemas A los cactus de Oruro y Carpa, tienen esa cualidad del deseo, algo esquivo y punzante, en eso radica su belleza. Pero Norah se siente caracol y con su casa camina y cambia, no se apega al deseo, lo descarga en poemas, lo abraza y lo guarda.
Un lugar especial tiene el agua en sus muchas formas. Desde el agua de mar que relaciona con un parto/origen/bestia/madre. Hasta las nubes, esas que quitan las manchas, que se llevan las sombras, nubes pasajeras que limpian culpas. Continuos importantes, el de la madre, la que se queda atrás; el de la hija y el de la Tía Bertha, con nombre, con mayúsculas, la que sabe leer el cielo. Me animo a decir que el otro lugar sagrado en la obra de Norah son las mujeres.
La Naturaleza, de tan compleja, aparece simple en estos poemas: ¿Para qué complicarse explicando algo que no tiene nuestra dimensión, como Los ojos de mi gato? Pero se logra romper con esta aparente simplicidad por medio de la elección. Aquella que elije cómo y de qué se fecunda o si, de plano, se fecunda. Estoy fecundada por tu mirada / en nueve lunas más / nacen / tus estrellas. La fecundidad de Norah no está directamente relacionada con la sexualidad humana, es más cercana a la de la higuera, al injerto, a la posibilidad de transformación por contacto con lo otro.
Esta otredad humana es casi fantasmagórica, como humanos en el uku pacha, no del todo con forma, algo que se sugiere, no del todo presente. Recuerdo la enfermera de Eclipses, una presencia humana, solo nombrada, pero iluminada por el silencio de humanidad que da el libro. Y en general en la obra de Norah, lo humano, lo tecnológico, parece ser casi intrascendente. Lo único que puede importar es el arte, el arte y el amor, que, me animo a proponer, tiene categoría de natural, sagrado, por encima de lo humano, aunque fluya por nosotras inevitablemente, como un poema. Somos cuerpos sedientos que disfrutan lo sublime.
Voy a pasar de puntillitas por la relación con dios, ese dios con minúsculas al que habla y cuestiona de frente, costumbre arraigada en las poetas de su generación. Ese dios al que agradecer la vida, la naturaleza, las flores, tantas flores, y el amor. Y que debe ser primo de los dioses del olvido y de las otras diosas.
El tiempo merece su lugar en los poemas de Norah: ciclos naturales, fechas diegéticas y extradiegéticas (tecnicismos, humanismos), memoria, olvido.
Partir sin confesar qué olvido se acopla a la memoria
Qué recuerdo oscurece el fuego
El tiempo marca la distancia de la autoexiliada, el tiempo marca la vida. Pero también se detiene y se mira, como una noche larga de insomnio que, al final, amanece. El insomnio va tomando espacio en esta vida, una vida bien vivida, disfrutada. Ha ido cambiando su relación con el insomnio; de las noches de fiesta, las noches sin sueños, a las noches de pesadilla. Leemos Eclipses como una gran noche de insomnio con aliento a muerte que al final termina a través de un pacto con el dolor:
La muerte es un sueño con el que he soñado siempre.
Pero la obra de Norah está llena de esperanza: en la posibilidad de que mañana inventaremos otros. La obligatoriedad de festejar la vida, la felicidad de los sabores, la comida, la bebida, las flores, muchas, muchas flores.
Y, en un final, botar los versos al basurero.
Ros Amils