Carta por ‘La memoria invertebrada’
Texto leído en la presentación en Cochabamba del libro de cuentos de Rodrigo Urquiola, reeditado en 2023 por Libros de la montaña
Querido Rodrigo:
Voy a empezar esta carta contándote qué fue lo que paso luego de leer La memoria invertebrada. Lo primero fue pánico, luego la ansiedad y los atracones de comida, más tarde el insomnio y casi casi el auto sabotaje. Y tú te preguntaras por qué, porque solo imaginarme hablando en público me da terror. Pero luego me calmé y prendí el computador y busqué en el Google Maps lugares como: Chasquipampa, Coqueni, Huancané, Codavisa y Santa Fe. No te miento si digo que busqué todas las calles por donde tus personajes han transitado, busqué, por ejemplo, la parada del 257 en Santa Fe y he jugado a encontrarme con Hilarión saliendo de su cueva sin rumbo, caminando solo y en silencio, con las manos dentro de los bolsillos. También lo he visto escapando de la emboscada, corriendo torpemente y saltando a tropezones sobre los pozos de barro en Wilacota.
Vi de cerca las fotografías que me ofrecía el buscador y me obsesioné con memorizar los nombres de avenidas y urbanizaciones, calculé el tiempo que se demora en llegar de un barrio a otro, y me emocioné cuando vi una casa en Codavisa con un árbol de retama en la puerta. Una noche el Mauro me preguntó qué era lo que tanto buscaba en el mapa y le dije que el módulo policial de la calle 40 porque cerca de ahí un minibús atropelló a Leticia y quería imaginar el charco de sangre sobre el empedrado. También me di la tarea de encontrar los barrancos, esos que según cuentas pueden conducir a la muerte a cualquiera, esos abismos desde donde se oye el eco de ladridos resonando en las montañas o el ruido de los ríos de color café arrastrando con furia pedregones que intimidan. Te confieso que he soñado con el pequeño Eleuterio, soñé que escalaba con dificultad la cama, que se sostenía con firmeza de las frazadas y por fin después de tanto esfuerzo llegaba a la cima y se recostaba junto al cadáver de su madre.
Leerte me produjo una sensación de haber estado en un lugar extraño, doloroso e irreal, lejano y cercano a la vez, donde todo parece inexplicable, donde la realidad como la conocemos puede volverse otra cosa. Pero no me detuve ahí Rodri, fui más allá de obsesionarme con las calles y avenidas de tu imaginario, decidí leer y escuchar atentamente casi todas tus entrevistas. Mi favorita es una que lleva por título: “Del centro al sur de La Paz con el escritor Rodrigo Urquiola”, aquella donde dices que los lugares son como museos, museos a los que uno puede volver y retroceder ciertas cosas que se han quedado en la memoria. Es interesante escucharte contar tus propias anécdotas y descubrir que muchos de esos detalles de los que hablas se encuentran en todos tus cuentos: las tres lagunas, los renacuajos, el río que baja con furia, el día que tu mamá, en palabras tuyas, te saco la mugre por escalar esas montañas.
Es perturbadora la manera en que unes los ámbitos familiares con la más absoluta sordidez, y eso me encanta, por eso coincido cuando dices que una familia bien puede ser un monstruo, la familia es un territorio inhóspito y aterrador donde se sitúa la cuna de todas las heridas y de todos los tormentos, del que no se puede huir y cuyo estandarte se lleva siempre en un lugar profundo del cuerpo. Los cuentos El espantapájaros y La montaña enterrada dan fe de esto que digo.
Lo que hacen tus cuentos es conducirnos por el camino de las pérdidas, por esa violencia que gotea de apoco, que atraviesa lo que existe, de la memoria como una enfermedad, como una bocanada que acongoja, atrapa, conmueve e ilumina por partes iguales. La memoria invertebrada me hace pensar que la existencia, no es otra cosa que la reconstrucción de nosotros mismos a partir de los recuerdos, donde los protagonistas buscan comenzar de nuevo, olvidando que no hay escape y que el pasado siempre encuentra formas de volver, desde un cerdo devorando las entrañas de un bebé o el tormentoso sonido de una cajita musical. El miedo moviliza a los personajes, y la metáfora de los grandes agujeros que están en los cuentos no es otra cosa que abismarse uno en la propia oscuridad, buscando distintas rutas para confrontar las relaciones humanas. La memoria invertebrada no se trata sólo de llegar a lo que se encuentra al final de esos miedos sino a lo que hay de fondo: más miedos, soledad, tristeza, confrontación y muerte.
Así que este es el lugar donde has aprendido a observar al mundo y te has dejado avasallar por su magnitud, ahora lo entiendo.
P.D: Soy un vulgar turista. Siempre estoy de paso en tu ciudad y nunca puedo conocer lugares que estén más allá del centro. Lamento no haberte acompañado a probar esos chicharrones tupiceños de los que me hablaste, que ahora sé, queda ubicado sobre la avenida Defensores del Chaco o ¿me equivoco?
Con cariño, tu amiga…
Pati.