Operación (del último) charolastra
Sobre 'Operación fracaso. Crónicas desairadas 2009 - 2022' (Editorial 3600), libro del periodista Santiago Espinoza, editor de la Ramona que hoy celebra 20 años
Aunque con algún polémico exceso, pocas amistades tan proverbiales -tan charolastras dirían los mexicanos- en el cine latinoamericano deben haber como la de Gael García Bernal y Diego Luna en sus respectivos papeles de Y tu mamá también, laureado filme de 2001. Traigo a colación esta referencia fraternal y cinematográfica por dos motivos.
El primero es avisar que escribo desde el lugar de la amistad, mas también desde la admiración y hasta la envidia. El segundo es comenzar este intento de reseña de Operación fracaso. Crónicas desairadas 2009 – 2022 (Ed. 3600), libro de Santiago Espinoza Antezana (Cochabamba, 1983), un charolastra, aunque, sobre todo, un consagrado maestro mío y del periodismo nacional.
La alusión cobra sentido en suma porque García Bernal es de igual manera uno de los personajes de la obra en cuestión. Uno al que los reporteros intentamos “cazar” en el ya lejano septiembre de 2009, cuando el actor llegó a Bolivia para promocionar También la lluvia (Iciar Bollaín, 2010), cinta que ficcionó algo tan valluno como la Guerra del Agua.
Si el referente que es Martín Caparrós escribió hace poco que “Lacrónica es una forma de pararse frente a la información y su política del mundo: una manera de decir que el mundo también puede ser otro”, Espinoza es, como el argentino, el mago que transforma una simple conferencia de prensa en una magistral clase de séptimo arte, de comunicación y hasta de filosofía. Y ese tránsito nos lleva a descomunales aventuras surcadas por escenas y puntos de vista que trascienden la mera lectura para hacernos vivir experiencias. No es gratuito que el libro evoque en los títulos de sus partes verbos tan fundamentales como recordar, contar, guardar y sentir.
Hablando de lo primero, por ejemplo, nuestro acreedor de un rosario de los más altos premios de periodismo en Bolivia y el exterior fabula su propia intimidad en “La democracia que me parió”. El relato, de un agudo encabezado que contiene hasta tres sentidos, habla de su llegada al mundo traído por padres jóvenes cuyos avatares coinciden, en forma y fondo, con la renaciente era de libertades y derechos a inicios de los 80.
Y si nos referimos a la memoria y la política, queda diáfana su postura en textos como “La revolución chola: las mujeres de pollera resisten de pie”, un inmenso ventanal a las punzantes facetas de lo indígena y sus cruces con el mestizaje. Una crónica que, por si algún mérito le faltara, tuvo la insanamente envidiable edición de esa gigante mundial de las letras que es Leila Guerriero.

Es en el apartado “Ver para guardar” donde figura la citada historia con el protagónico de Amores perros (2001, Alejandro González Iñárritu), pero a continuación asistimos a una suerte festival de cine en el que transcurren proyecciones tan o más logradas. Los “héroes” de estas “películas” son un Oliver Stone llegado de Cannes a La Coronilla, un Werner Herzog en búsqueda alocada de un chicharrón cochabambino o tan discretas como encomiables estrellas locales, para muestra “Cosme Peñaranda, el último militante del cineclub”.
Y en lo que a “sentir” toca, nada mejor que un pitazo final venido de la pasión de multitudes, el fútbol, del que el cronista es no sólo esforzado cultor y enfermo hincha, sino autor de otros dos libros sobre la pelota. Un balón que en las últimas páginas rueda en torno a jugadores colombianos que fueron víctimas de trata y tráfico en Bolivia, nada menos que durante la pandemia. En ese apocalipsis sufrido por el planeta, la pieza tan redonda se constituye en un campo de juego donde se anotan golazos de solidaridad y horrendas faltas de humanidad.
De Espinoza se puede apuntar además sus otras publicaciones de historia del cine boliviano en coautoría con Andrés Laguna Tapia (otro inmenso carnal, pero ese es otro tema), sus maestrías en universidades de Europa y el país, el ser uno de los contados compatriotas del oficio que anda en el radar de la Fundación Gabriel García Márquez. Pero, a manera de agradecimiento, quisiera yo resaltar su inmensurable amistad, esa que, de mes en mes, me enseña periodismo, cine, literatura, fútbol y vida (valga la redundancia). La que, parafraseando a Silvio Rodríguez, tiene siempre la palabra precisa. Porque, como en otra melodía del cantautor cubano, este nuestro amigo se asume como un “necio” que tozudamente cree en imposibles (como el propio periodismo en esta era), y de ahí su, dice, adicción al fracaso, detallada en un genial prefacio que justifica el título de este su libro.
Adicción que, en el caso del suplemento cultural Ramona, quiero homenajear. Espinoza es el último de aquellos charolastras con los que justo hace 20 años dimos a luz a este espacio donde han confluido, como autores o fuentes, todos o casi todos los más relevantes creadores, gestores y difusores de la cultura boliviana. En el cumpleaños de esta nuestra ahora jovencita que desde hace un lustro Espinoza tutorea en exclusiva junto a Alba Balderrama, nos queda la constatación de que los fracasos son la imprescindible arcilla de las victorias, la más épica la sobrevivencia y buena salud en épocas tan desairadas, tan fracasadas y, por ello mismo, tan emocionantes y venturosas.
¡Salud por al menos otras dos décadas!
Comunicador y asambleísta departamental – @SergioDelaZerda

