Breve tratado sobre el juego asociativo
Este texto fue leído en la presentación ‘Eso que miramos los bobos’, libro de textos futboleros de Santiago Espinoza A., publicado por Editorial 3600
Quiero comenzar agradeciendo a Santiago Espinoza Antezana por invitarme a acompañarlo en la presentación de su más reciente libro, Eso que miramos los bobos, este homenaje literario al fútbol, a sus glorias, a sus miserias y a sus contradicciones. En sus páginas, no es tratado meramente como un deporte, sino también como lengua franca y como lengua litúrgica o sacra. Es decir, es un lenguaje que cruza fronteras, generaciones y estratos sociales, a veces para hacer negocios y transacciones y, en sus momentos más brillantes, para forjar rituales y mística.
Hay una frase que los viejos forofos españoles suelen repetir: “Odio eterno al fútbol moderno”. Me identifico con ella. Este deporte en el que los presidentes mandan más que los técnicos no es el que yo amaba. Por ejemplo, admiré a Guido Loayza porque supo confiar en Xabier Azkargorta. Un mundo en el que el nombre del máxima estrella del equipo que más Champions es Florentino, es un mundo al que a veces prefiero no pertenecer. Leer un texto como este libro aligera ese sentimiento.
Un célebre espectro que ronda las páginas de este libro, Juan Villoro, escribió que el Mundial de Corea y Japón en 2002 fue un campeonato raro, en el que los partidos se tenían que ver en diferido, lo que era como leer una novela policiaca sabiendo quién es el asesino. Lo mismo se podría decir de las crónicas de partidos que sucedieron hace tiempo. Pero lo que no apunta Villoro es que puede ser mucho más interesante saber cómo fue el asesinato que conocer a su responsable. Por eso, pertenezco a esa rara estirpe que disfruta tanto o a veces más de escuchar la narración por radio y, sobre todo, de leer su crónica, que de ver un partido. Muy a pesar de Platón, muchas veces una narración, una descripción, una anécdota o un recuerdo, son mucho más poderosos que el objeto o el momento al que referencian. La representación puede superar a eso que representa. Como Santiago apunta en su libro, por eso muchos de los miembros de nuestra generación nos terminamos de enamorar del deporte rey gracias a un animé: Súpercampeones, Capitán Tsubasa para los conocedores. Antes de imitar los peinados de David Beckham, los niños que fuimos nos dimos duros golpes ensayando el “huracán en el cielo” de los hermanos Korioto. En fin, todo depende del estilo con el que se habla, se escribe o se dibuja. Y el estilo con el que juega Santiago, siempre me hace levantar del asiento.

El fútbol es una forma de esparcimiento y este es un libro lúdico, que además mira la realidad bajo el prisma de un juego. En sus textos, Espinoza reflexiona desde una óptica con la que pretende que el lector imagine las jugadas que narra, cada partido al que refiere, como metáforas de la vida misma. En uno de los textos recopilados, el autor dice que el fútbol arrastra al aficionado, lo devora y lo regresa a la realidad transformado. “Me ha hecho pensar en el fútbol como un remolino inoportuno y cruel, que es capaz de alterarnos la rutina, comernos –como le pasa al árbitro– sin estar buenamente condimentados, desaparecernos por unos instantes del mundo y luego escupirnos para que sigamos dando tumbos como si nada” (Espinoza, 2023, p. 117). Este huracán (en el cielo), aunque cruel, también encierra una dinámica vital. Como el lector que necesita de la historia, el fútbol necesita del hincha, del forofo, del observador atento que da sentido a los movimientos en la cancha.
Si bien uno puede entrenar con una pelota en soledad, el sentido del juego comienza cuando nos encontramos con el otro. Recordándonos que el fútbol adquiere su verdadero significado en la interacción, en el compartir, Espinoza escribe: “Y ahora que lo veo por enésima vez, el gol de Messi al City fue efectivamente de futsal. Lo fue por esa explosión de velocidad con que nació, por el diálogo cabal entre el ejecutor y el asistente, por la potencia justa con que se metió a la portería rival y, cómo no, por la euforia infinita en que devino al ser gritado por su goleador” (Espinoza, 2023, p. 126). Como dice Villoro: “Careca se superó con Maradona y Rivelino, con Pelé. ‘Clodoaldo, rima de Everaldo’, escribió Vinicius de Moraes, subrayando el valor asociativo del juego”. Amén: No hay Zico sin Sócrates, ni Romario sin Bebeto, ni Xavi sin Iniesta, ni Bergkamp sin Henry. No hay Oliver sin Tom, ni Steve sin Ralph. Aprovecho para agradecer que Santiago siempre me haya dejado jugar con él. Siempre fue un gran pasador y siempre convirtió en golazos las asistencias que le di.

El fútbol, para Santiago, es una suerte de patología, una enfermedad incurable que ha moldeado su vida. Pero, también, nos confiesa en las primeras páginas, el fútbol le salvó la vida, lo hace con una sinceridad que resuena en cada página del libro: “En estos días de inevitable melancolía maradoniana he visto una y otra vez ese gol que me parece fantástico, pero a la vez tristísimo, casi tanto como la reciente muerte de su autor” (Espinoza, 2023, p. 99). Espinoza nos lleva al terreno emocional del fútbol, ese que el alma del hincha en el que cada victoria y cada derrota se convierten en rasgos definitivos.
En otro de los textos, apunta: “El coraje subversivo de la Rapinoe evoca al de otros talentosos díscolos de las canchas, como Sócrates o Maradona, que maravillaban a las tribunas con el arte de sus piernas, al tiempo que las incendiaban con el fuego de sus palabras” (Espinoza, 2023, p. 103). El autor no solo destaca a los grandes del fútbol masculino, sino también a figuras contemporáneas del fútbol femenino como Megan Rapinoe, quien es un símbolo de la lucha y el inconformismo dentro y fuera de los terrenos de juego. Esta es una celebración de Espartaco en la cancha, de Zumbi sobre el césped, de Zenobia con un balón.
Para finalizar, quiero resaltar que Santiago es un hombre de trinchera, lo demostró como crítico de cine, como forofo (no en vano sigue siendo wilstermanista), como amigo, como escritor, pero, sobre todo, como periodista. Como su abuelo, canta en medio del absurdo de la guerra, a veces con melancolía, a veces con alegría. Con cierta frecuencia, renegando y lamentándose, pero sigue en pie. Yo prefiero mirar todo desde los márgenes. Cuando algo me huele mal emprendo nuevos rumbos, yo prefiero buscar que me saquen la roja, él prefiere sudar la camiseta hasta el último segundo. Santiago la lucha y la lucha: busca recuperar la bola, ese objeto mágico. Por eso lo quiero, por eso lo admiro, por eso no dudé en aceptar la invitación a acompañarlo esta noche. Sin embargo, él sabe que muchas veces las peleas comienzan teniendo un ganador definido. Como muchos de los grandes campeonatos de la FIFA, suelen estar arregladas. Pero, aunque ellos tengan el poder y a la victoria no legítima, parafraseando a nuestro venerado señor Cohen: nosotros tenemos la música, el ritmo, el jogo bonito. Y llevaremos eso con nosotros, a donde vayamos. Sigue coreando, sigue silbando, sigue cantando, mi buen amigo.
Muchas gracias.

