Una escalera y un encargo ‘pinchado’
Reseña del libro ‘Las muertes de Carlos Flores Bedregal: una crónica sobre la maldad y la esperanza’, de Robert Brockmann, publicado por Plural Editores
Escribir libros de encargo es algo habitual en la literatura y el periodismo. Los que lo hacen (sin firmar con su propio nombre) son conocidos como escritores fantasmas o “ghostwriter”. Robert Brockmann es uno de ellos. Aunque haya firmado su última obra “Las muertes de Carlos Flores Bedregal: una crónica sobre la maldad y la esperanza” (Plural Editores).
El cliente (en este caso, una de las hermanas del desaparecido político Flores Bedregal) pone la música y Brockmann, la letra para reconstruir la historia de aquel jueves 17 de julio de 1980, el asalto a la COB donde fueron asesinados -en la escalera- el protagonista del libro y Marcelo Quiroga Santa Cruz.
Brockmann acepta el encargo de manera desidiosa y se dedica a recopilar la media docena de teorías sobre el caso y quedarse con la más estrambótica de todas ellas: la recogida -en dos novelas de “ficción”- por el general retirado José Antonio Gil Quiroga. Según esos dos libros de Gil (“Con la llanta pinchada” de 2005 y “El pacto del silencio” de 2019), los dos desaparecidos están enterrados cerca del Gran Cuartel de Miraflores en la avenida René Zavaleta.
Brockmann, en un guiño al realismo mágico, asegura que cuando pasa en su motocicleta por el lugar (un cañadón en pendiente), siente un “enfriamiento brusco de temperatura que atraviesa el cuerpo”. Sin comentarios.
La crónica (con innumerables errores de edición; no voy a nombrar a la abogada responsable del cuidado del texto) concluye que el mal se reparte a partes iguales entre los dos “Luises” (Luis García Meza y Luis Arce Gómez) y los gobiernos “indolentes” del MAS (de Evo Morales Ayma y Luis Arce Catacora). Los primeros por mandar a ejecutar (junto a Hugo Banzer Suárez) a Quiroga Santa Cruz; y los segundos porque nunca hicieron nada por encontrar los cuerpos. Ambos son la “maldad pura”, según Brockmann.
Del resto de gobiernos y presidentes que tampoco hicieron nada, ni una palabra. De la presidenta de facto Jeanine Añez y su ministro de Defensa, Luis Fernando López Julio, mucho menos. Faltaría más. Las penas son de nosotros. Las vaquitas son ajenas. El visceral odio/anti-masismo juega siempre en contra.
Brockmann retrata a los dos protagonistas de su crónica de encargo con indulgencia ideológica. Flores Bedregal, según el autor, perteneció a esa generación “enamorada colectivamente” del “Che” Guevara, atraída “por el mortal romanticismo de la lucha armada”. Es lo que tiene encargar un libro a los de la acera de enfrente.
Las burlas sobre la facción trotskista (“una iglesia”) donde militaba Flores Bedregal (la del “Mesías Posadas”) y sus chistes sobre sus creencias extraterrestres le hacen un flaco favor a este supuesto relato-homenaje. Marcelo tampoco se salva: “su actitud de superioridad moral le daba un aire de apóstol, de inminente futuro presidente”.
Brockmann aprovecha el encargo –prologado por un ex director de Página Siete– para deslizar su particular visión (ligada a un evidente ultra-conservadurismo político) sobre la historia reciente del país con frases/perlas como estas: “la dictadura de Banzer no fue universalmente repudiada”; “en 1982 Bolivia adoptó la democracia, no la recuperó”; “la represión de las dictaduras militares solo fue la continuación de la represión, durísima, durante el período de la Revolución Nacional entre 1952 y 1964”; “los acontecimientos de 2019”; “el Estado boliviano es una de la entidades más retorcidas dela creación humana”; y “la izquierda de Morales y Arce es la que más protegió y protege la herencia política de García Meza y Arce Gómez”.
Y riza el rizo cuando recoge unas declaraciones de una de las hermanas de Flores Bedregal, Teresa, donde esta asegura que “si su hermano viviese hubiera fundado un Partido Verde”.

