‘Una batalla tras otra’: Paul Thomas Anderson irrumpe en tiempos de ICE y supremacismos
Calificada por la crítica especializada como una de las mejores películas de 2025, la producción estadounidense se exhibe en los cines Norte, Prime Cinemas, Center y Sky-Box de Cochabamba
Paul Thomas Anderson (PTA) es tal vez el director de cine vivo más virtuoso de nuestros tiempos (estaría más seguro si Scorsese no fuera tan longevo). Los épicos viajes, tanto emocionales como terrenales, que emprenden sus magnéticos personajes enganchan a cualquiera. Y el cuidado que pone en su puesta en escena, calculando cada milímetro del plano, tampoco deja indiferente a la crítica especializada. Cada nueva película del californiano de 55 años es un acontecimiento, ninguna puede considerarse un fracaso. La vara que deja con cada entrega —que, además, parecen ser filmes muy distintos entre sí a primera vista— es cada vez más alta. Una batalla tras otra (One Battle After Another), estrenada en salas esta semana, no es la excepción.
Leonardo DiCaprio encarna en esta producción a un guerrillero cuya lucha ideológica y armada es parte del pasado. El porro siempre en la mano y la greña que hacen la descuidada barba y el largo pelo simbolizan la frustración que puede representar pelear por unos valores loables pero constantemente postergados por la agenda pública: el derecho a migrar, el antirracismo o la libertad personal. El frenesí de esos combates que parecían cosa del pasado regresará cuando un antiguo enemigo —un estrafalario pero, al mismo tiempo, contenido Sean Penn—, jefe de un cuerpo de seguridad de fronteras y miembro de una logia supremacista, busque algo de él.
No recuerdo ningún otro director que haya ganado el “triplete” de mejor dirección en los tres festivales de cine más importantes como sí lo hizo PTA: en Cannes con Punch-Drunk Love (2002), en Berlín con There Will Be Blood (2007) y en Venecia con The Master (2012). Y es que su capacidad para contar historias tan dispares entre sí, y de una forma tan opuesta, agrada a los gustos más disparejos. Ahora, con Una batalla tras otra, muestra una vena política que no le habíamos visto hasta ahora.

No estamos ante un manifiesto o panfleto, es más, escoge el mejor camino para tratar preocupaciones públicos: la sátira, la mofa, el reírse de todo y todos. Pero las imágenes de migrantes enjaulados como animales; de charlas entre poderosas figuras, refinadamente vestida, que hablan de la “supremacía blanca” sin ruborizarse; la estigmatización de diferentes grupos sociales y raciales con crímenes; y la reacción extrema de los adversarios de pensar que no hay tiempo para las palabras, retumban con fuerza en el contexto actual.
Las casi tres horas de la décima película de PTA se desarrollan a un ritmo vertiginoso. Redadas de la migra, atentados contra instituciones públicas y persecuciones en la carretera se desenvuelven en largos planos secuencia, acompañados de una banda sonora que consiste, básicamente, en percusión. Acá no hay indicios de la autorreflexión o la contemplación de El hilo invisible (2017) o There Will Be Blood, sino que se acerca más a la hilarante aventura desbocada de Licorice Pizza (2022) o Puro vicio (2014). Los personajes siempre están en tránsito, apurados, haciendo parte de la selección de figuras que tanto le gusta escribir al director: solitarios, dañados, que buscan un lugar o una relación que les dé plenitud.
Si la caricaturización del narcisismo y el ego del Hollywood de los 70, representado en el personaje de Bradley Cooper en Licorice Pizza, era uno de los puntos más altos de la anterior película de PTA; acá es tarea difícil no reírse ante el mínimo cambio de gesto de Penn. Qué bien le quedan los papeles de patán a este actor, que le tocó personificar las obsesiones derivadas del resentimiento personal. Con toda esa hilaridad, Una batalla tras otra también desprende una atmósfera opresiva, de un discurso de violencia política que solo se alimenta con la contrafuerza extremista que quiere derrocarlo. Nos recuerda que, por cada fascista que emerge, habrá un marihuano dispuesto a desfigurarle el rostro.

