Un viaje por las ‘Memorias de pacto y terror’
Una lectura del libro de historia de Gabriela Behoteguy, que acaba de ser publicado por la Editorial El País
¿Puede alguien ser odiado y amado casi al mismo tiempo con un fervor incontenible? ¿Puede despertar pasiones desmedidas una misma persona?
Sí. Es más, los personajes que escribieron sus nombres en la historia de Bolivia cruzan necesariamente por las puertas del apasionamiento. Ejemplos sobran, ahí están Víctor Paz Estensoro, Juan Lechín Oquendo, Ernesto Guevara y el inolvidable René Barrientos Ortuño.
Memorias de pacto y terror, la maestría de Gabriela Behoteguy convertida en libro y presentada esta semana, nos invita a conocer al “general del pueblo”, quien también es el militar odiado en las minas del norte de Potosí… el hombre que despierta pasiones incluso 55 años después de su muerte.
La obra de Behoteguy, quien es reconocida por escudriñar en los vericuetos de la historia y el pasado de los pueblos, tiene la virtud de conversar con personas que vivieron o heredaron la memoria de los pueblos. A partir de estos personajes se va pincelando, con colores de amor y odio, a quien fuera protagonista de primera línea del pasado de Bolivia, Barrientos.
La escritora arribó en el tema, como todos lo haríamos, con prejuicios propios. Es que con Barrientos se cumple a la perfección una teoría de la complementariedad: no hay nada tan malo que no tenga algo de bueno y viceversa. La escritora e investigadora decidió abrir una rendija para no juzgar a la gente que sigue apoyando a este régimen.
El libro es un plato agridulce que se sirve en tres tiempos. El primer capítulo está descrito en Ucureña, el poblado que estuvo en guerra de baja intensidad con Cliza después de la firma de la Reforma Agraria. Allá se bebe para recordar y no para olvidar. Esta tierra fértil de intrigas tiene como bebida patentada a la chicha, la cual no es considerada una bebida alcohólica y es un alimento que da energía a quien lo toma.
Acá aparece Barrientos, quien lucía a la perfección la imagen admirada por el campesino. Era el orgulloso hijo de una mujer de pollera, hablaba quechua con fluidez y obviamente tomaba chicha en tutuma. Además, se jactaba de ser galante con las mujeres y admirado por los niños.
Aquel enfrentamiento entre Ucureña y Cliza se conoció con el nombre de Ch’ampa Guerra y, como dice un entrevistado de Behoteguy, en aquella contienda no hubo ganadores, solo muertes de milicianos, mujeres, niños y niñas.
Este río de sangre iba a seguir corriendo por el valle cochabambino hasta que intervino el “general del pueblo”, según cuentan las historias del lugar. Este hombre, dice la leyenda convertida en historia, fue capaz de mediar entre los rivales y casi ofrecer su vida a nombre de la paz entre los dos poblados.
Acá, siguiendo la narración de Behoteguy hay un momento histórico que se cambió ante el capricho de otro general. Fue en 1953 cuando se dio la tierra a quien la trabajaba y unos 100 mil campesinos honraron a Víctor Paz. Entonces se levantó un monumento llamado Indio Rebelde, este hombre con el torso desnudo, un lluch’u o gorro de lana con orejeras tenía además un libro bajo el brazo. La imagen fue destruida en 1972, durante la dictadura del general Hugo Banzer Suarez; es que era inconcebible que un trabajador de la tierra pudiera estar leyendo. La nueva versión de Banzer fue denominada Trabajador Campesino donde resaltaban las herramientas de trabajo, aunque este personaje también llevaba un libro.
Siguiendo en la ruta de los monumentos, en Siglo XX hay otra estatua con historia, la que fue inspirada por el obrero cochabambino apodado “Ruso”, un hombre blanco y no color bronce como la mayoría de los mineros bolivianos.
Este “Ruso” es la figura principal de la plaza del Minero, en Siglo XX. El sitio que fue arrasado por René Barrientos, la noche de San Juan en 1967. Aquella vez se decidía apoyar, o no, a la guerrilla del Che Guevara, quien había internacionalizado su revolución cubana hacia Sudamérica.
Acá está el segundo capítulo crucial del libro de Behoteguy, ambientado en el norte de Potosí. La escritora viajó allá y conversó con los resabios vivientes de aquella época. Le contaron, entre otras cosas, aquella leyenda de madrugada en la cual el Ruso deja su pedestal, da vueltas por la plaza y camina rumbo a la mina.
La leyenda no puede ser acreditada en un 100 por ciento; sin embargo, algo que sí verificó la investigadora es el odio que hay en la zona contra Barrientos, el hombre que mandó a matar mineros. El rencor es tan inolvidable que cada 27 de abril se celebra la muerte del militar.
En la Plaza del Minero están inmortalizados quienes formaron parte de la historia del lugar; pero allá no está ningún retrato de Domitila Chungara, la mujer que dio voz a las amas de casa de la región, quienes también sufrieron los atropellos militares.
En el viaje literario de Behoteguy, una de las últimas paradas es la ruta del Che. En esta parte del libro hay fotos pocas veces vistas de Barrientos y de los Rangers.
La incursión guerrillera del Che acabó en muerte para el argentino y algunos de sus soldados reclutados en Bolivia. Pero la muerte no es el fin.
Uno de los comunarios le contó a Behoteguy que ellos aprendieron a jugar a la guerrilla y el más alto solía ser el Che; en tanto que algunas veces se escuchaba llorar a la guerrillera Tania, en las Pozas del Tigre, sitio en el que identificaron su cadáver.
El libro Memorias de pacto y terror es un recorrido por tres sitios marcados por la muerte. Son escenarios que cambian algo con el tiempo, pero que no se olvidan porque al final de cuentas por allá anduvieron personajes amados y odiados… odiados y amados.
Erick Ortega

