Modesto Saavedra, el excombatiente del Chaco relegado por la historia (II)
Segunda y última parte de este texto sobre Modesto Saavedra y su libro Porque fui a la guerra (tributo a una ideología), que se publicó en Buenos Aires el año 1937
Fortín Vanguardia
Modesto Saavedra fue anotando y registrando varios episodios de la guerra del Chaco. Es así que llegó a conformar una especie de diario de campaña, en donde cuenta sus travesías en fortín Vanguardia: “Una sola mañana de caminata. Ahí están los 5 héroes acribillados a balazos por los paraguayos, bajo las sombras de la noche”. Ante el sombrío panorama, uno de los oficiales le dice: -“A Saavedra es necesario enseñarle, a toda prisa el manejo y nomenclatura de una ametralladora: es estudiante y fácilmente llegará a ser un buen soldado”. Con un tufillo elitista, Saavedra se lamenta que, en todas direcciones se encuentran soldados aymaras y quechuas, “por esta vez, son nuestros maestros”, señala.
Vestido de uniforme caqui, Saavedra recuerda que “se encontraba listo para entrar en acción, mimetizándose con las enramadas y arenales. Con este traje nos hallamos indiscutiblemente bajo órdenes incaicas y pospuestos al último escalón de las gradaciones zoológicas: como tercera persona después del perro”. Según registra el autor, había “50.000 mandones o indios que sabrán acertar muy bien sus bofeteadas desde el estómago para arriba. Mientras recibimos toda clase de enseñanzas y maltratos… en Washington se ha de arreglar la discrepancia entre los dos pueblos”.
Desde su llegada al fortín Vanguardia pasaron varias semanas, en el cual Saavedra revela que su estadía estuvo llena de infortunios personales, recurrentes golpes, marchas, traslados y escasa alimentación: “Esta vida continuó durante medio año sin haber cambios favorables para las tropas en este sector, hasta que, por merced a la suerte, se llegó a un arreglo entre ambos países: Paraguay refaccionaria a Vanguardia y Bolivia entregaría Boquerón, teniendo que permanecer en statu quo el problema chaqueño”. Como se sabe, el presidente Hernando Siles apeló la vía diplomática, llegando a apaciguar la tormenta bélica con la firma de un acta de conciliación entre los países involucrados.
Segunda partida al Chaco
A medidos de 1931, Modesto Saavedra indica que tuvo una alarmante sentir que “no podía precisar, pero temía; era algo, repito, que empezaba a inquietarme, sin poderlo descifrar. ¿Era la guerra? No lo sé. Lo cierto es que por encima de una fingida tranquilidad en que vivía el pueblo, negros presagios nos hacían palidecer, pero pensábamos a la vez que la paz y el progreso serían el lema de Bolivia”. Pero se hacía cada vez más frecuente –dice Saavedra– escuchar a civiles y militares las siguientes frases: “pisar fuerte en el Chaco”, “con diez mil hombres en el Chaco podemos dar valor a nuestros derechos”, “el militar boliviano es el mejor de América”, “Ejército disciplinado”.
Pasado un tiempo, el vaticinio de una guerra se hizo presente el año 1932, con el acontecimiento de Laguna Chuquisaca o Pitiantuta, la cual condujo a la movilización del ejército del boliviano: “La efervescencia cívica cundió en todos los ámbitos de la nación y entre la marcialidad de las bandas de música y el sarcástico repique de campanas, los hombres pedían a voz en cuello la salvación del honor nacional”. Finalizada la guerra, Modesto Saavedra se pregunta: “¿Por qué fui a la guerra?, ¿por aventura juvenil?, ¿por curiosidad?, ¿por patriota?”. A lo que responde: -“Más la verdad es que creí como creyó el pueblo entero de Santa Cruz de la Sierra y como creyeron el Beni y todos los pueblos y comarcas del oriente, que llegaba la hora para aquellos que hasta ayer se acribillaban con miradas de fuego, en un antagonismo de raza, de darse la mano en señal de confraternidad ampliamente boliviana, para marchar todos en pos de una sola causa y de común acuerdo en sentimientos y en ideas”.
Volviendo al diario de Saavedra, se puede advertir de manera reiterada sus reflexiones sobre la existencia de dos miradas sobre Bolivia: “¿Qué sabían los hombres del altiplano de nuestras necesidades gritadas diariamente; de nuestras costumbres castellanas; de nuestro lenguaje; de nuestros modismos; ideales; inquietudes y, en fin, de nuestro espiritualismo?”. Del mismo modo, Saavedra contrapone su pregunta: -“Nosotros ¿qué sabíamos de ellos…?”. Las inquietudes de conocer al otro –es decir a los de occidente– fue uno de los motivos que empujo a Saavedra al Chaco: “A la trinchera fui con todos los orientales, con el corazón en la mano, sin reclamar nada, sin lanzar protesta, sin exigir condiciones de ninguna índole, en busca del corazón del colla”. Pero la firme convicción de Saavedra se fue diluyendo por los conflictos étnicos latentes en las trincheras del Chaco: “Desde hacía tiempo comprendía este problema: pero lo suponía aparente, por lo mismo que las circunstancias me privaron de conocer mejor. La guerra del Chaco para mí ha sido la más amarga decepción, el más trágico desencanto, porque a pesar de la mortandad en la pelea, el antagonismo siguió en pie; es decir, que antes de hermanarse los hombres en esta desgracia, las pasiones se ahondaron y nos disgregamos más; tal es una de las irrefutables verdades que nos ha dejado la guerra”.
Fragmentos del campo de operaciones
“Los caminos que ayer conducían al Chaco trazados en pizarras por el mismo puño de nuestros hombres, no se encuentran. Primer engaño sufrido por la palabra de nuestros militares que se jactaban en las ciudades de haber cruzado el terreno con redes inconfundibles de caminos. Traidoras mentiras”.
“Tenemos fuerzas para soportar la sed y el hambre, aun cuando sea en disputa con la muerte misma; el sol calcinante, el agua putrefacta y el lodo profundo nos permiten avanzar 20 Km. por día. Nuestros jefes y oficiales se hacen abrir paso con las tropas…”.
“Ya en Camacho podemos apreciar los saludos de muchos camaradas inscritos en los árboles de los lugares de paso. Estamos a 50 Km. de Corrales; allí están frente a frente parte de los ejércitos en lucha…”.
“La marcha continua todo el día… Nuestros jefes presienten un encuentro decisivo… Tenemos que llegar mañana al teatro de la matanza y de inmediato comprobar la calidad del armamento con que estamos munidos… Se nos ordena entrar en las trincheras y se nos provee de ración seca para empezar a actuar… El estruendo de cañones y tableteo de las ametralladoras, a la distancia, es incesante… Cada vez arrecia más y todo huele a muerte, a humo… Todo es alarido y exclamación grotesca. Frente a la orden palidecemos… Ninguno pretende profanar aquel momento de muerte que se avecina, tal vez hoy, tal vez mañana…”.
A manera de conclusión
El testimonio del excombatiente Modesto Saavedra resulta, sin duda, una mirada sugestiva que, en la actualidad despertará gran interés por parte de los estudiosos de la guerra del Chaco. Ya que, la narrativa de Saavedra nos recuerda que el conflicto del Chaco empezó en 1928, y tuvo una breve pausa, que estuvo cargada de intrigas e inestabilidad política, hasta que se volvió a retomar las armas en 1932.
El libro refleja percepciones sociales de su época, inquietudes en el campo de batalla y el tema latente del racismo. En este último caso, su enfoque no está centrado en denunciar la discriminación a los aymaras o quechuas, tal como lo describieron, por ejemplo, Jesús Lara en Repete o Luis Landa Lyon en Mariano Choque Huanca, sino, muestra el racismo a la inversa, es decir, a los soldados de oriente que sobrellevaron rechazó y segregación en las arenas del Chaco. Estos aspectos de cuño regionalista –entre occidente y oriente– merecen ser estudiados en su verdadera magnitud, para no recaer en una mirada netamente de occidente. Por eso la gran importancia del excombatiente Modesto Saavedra que merece una nueva relectura frente a la gran injusticia de la historia. Pero aún tenemos tiempo para repararla.

