Lutero me ha matado
Para el dominico Heinrich S. Denifle, el impulsor de la Reforma protestante no era más que un monje agustino de personalidad soberbia, falto de seriedad moral, bebedor y de palabra grosera
Poco antes de morir, el dominico Heinrich S. Denifle, académico riguroso y acérrimo detractor de Lutero, escribió: “Lutero me ha matado”. Este estudioso de la Edad Media pasó gran parte de su vida investigando la vida del reformador con el único propósito de “derribar de su pedestal la estatua de Lutero”, y con ello zaherir el corazón del protestantismo. Su libro Lutero y el luteranismo, de más de mil páginas en la traducción española, es un texto espantosamente erudito que supera ampliamente a todo lo escrito hasta ahora por los protestantes sobre este reformador. Denifle sostuvo, con gran erudición, la idea de que el movimiento iniciado por el monje de Wittemberg fue la consecuencia “de un largo proceso de degeneración que se inició en el siglo XIV con la decadencia eclesiástica, relajación de la vida claustral y corrupción de la teología escolástica en forma nominalística”. Y Lutero, para este autor, no era más que un monje agustino de personalidad soberbia, falto de seriedad moral, bebedor y de palabra grosera. Desde el momento en el que el Cisma de occidente era ya un hecho consumado, hasta 1903, año de la publicación del texto antes mencionado, no había sido escrito un texto que hablara con tal autoridad sobre el luteranismo. La feroz arremetida de Denifle fue para los protestantes de ese tiempo como un lapo en cuarto oscuro; sus argumentos no pudieron ser refutados, pues, como ellos mismos reconocieron, estaban bien formulados y fundados en una investigación rigurosa. Nada raro, considerando que, al parecer, tuvo razón cuando hacía comentarios como el siguiente: “El método no es el fuerte de los teólogos protestantes. En vez de aplicarse a estudiar las fuentes con sana crítica, … se contentan con prestarse mutuamente las fórmulas de cajón”. Cuando algunos protestantes se animaron a responder, Denifle los tachó de ignorantes faltos de puntería y los refutó con rigurosidad.
¿Quién era Denifle? ¿De dónde era este hombre obsesionado con Lutero? De Imst, de las montañas del Tirol. Muy joven ingresó a la Orden de Predicadores de Santo Domingo y se ordenó como sacerdote antes de sus veintitrés años. Habiéndose graduado como doctor en teología, escribió sus primeros textos sobre el protestantismo acicateado por lo mal que interpretaban los seguidores de Lutero a los místicos de la Edad Media. Así inició para Denifle una labor que le costaría la vida. García-Villoslada plantea la siguiente hipótesis: si cualquier otro sacerdote católico romano hubiera escrito alguna crítica a Lutero, no hubiese tenido por respuesta más que una sonrisa de compasión por parte de los protestantes. Pero este no era el caso de Denifle, pues se trataba de “uno de los sabios más insignes de su siglo, del mejor conocedor de la Edad Media en su aspecto religioso e ideológico…”. Tanto así, que no tuvo reparo en tildar a “su” Lutero de aborto de la Edad Media, por tener un conocimiento laxo de la teología escolástica. Henri Strohl, protestante francés que estudió la evolución religiosa de Lutero, dice lo siguiente sobre la obra de Denifle: “En toda esta obra, de una arquitectura deplorable, pero escrita con un brío arrebatador, hierve una santa cólera. Todo el ardor de los antiguos Domini canes (los perros del Señor), … defensores de la ortodoxia católica, revive en él visiblemente. Mas, a pesar de su violenta pasión, su obra no es obra de odio, y no podemos negarle ni el respeto ni una cierta simpatía a ese viejo padre dominico…”. En general, los autores protestantes suelen opinar que la obra del dominico no es apta para todo público protestante, sino, solo para los sabios y los críticos. Y esto nos parece cierto, pues hemos podido ver que sus reflexiones no se sustentan en leyendas o falsas afirmaciones citadas por puro fanatismo en contra del padre del protestantismo; se trata más bien de disertaciones históricas sustentadas con innegable rigor.
Después de los ardores que había provocado Lutero entre 1517 y 1903, la obra de Denifle fue, para los protestantes entendidos, un baldazo de agua helada que les hizo ver fríamente las debilidades del movimiento protestante. Walther Köhler, historiador reformista, escribió al respecto lo siguiente: “Con soberano orgullo despliega Denifle sus conocimientos de la mística y de la escolástica medieval; él nos inunda bajo una oleada de citas hasta la superfluidad. Esto es comprensible, porque ahí está la fuerza de Denifle y la debilidad de la investigación luterológica hasta hoy… El libro de Denifle nos muestra cuánto nos queda por hacer y nos avergüenza con una multitud de anotaciones”. A este y a otros protestantes entendidos no les quedó más que reconocer la ligereza con la que encaraban sus investigaciones: ignorando fechas, no leyendo con imparcialidad y aceptando citas usuales como “fórmulas de cajón”, sin crítica alguna. Este efecto no debería sorprenderle a nadie, considerando que el mismo Denifle tenía la intención de que su texto aguijonease las carnes luteranas de su tiempo y las que habían de nacer; escribió con un deseo casi malsano de que los protestantes viesen a “su” Lutero y se aterrasen ante la visión de un hombre que, en su opinión, quiso alcanzar la santidad por sí mismo. Al conmemorar los cuatro siglos de nuestra fe protestante, parecen propicias las palabras de este dominico católico para aquellos de nosotros que, imbuidos por un fanatismo ciego, seguimos creyendo a pie juntillas que nuestro Lutero clavó las 95 tesis en las puertas del templo de Wittemberg.
Jhillmar Chile Ibañez – chile6_89@outlook.com

