‘Las desapariciones’, de Mónica Heinrich
Una nueva reseña del libro de cuentos de la autora boliviana, que ha sido editado por Heterodoxia
El nombre de Mónica Heinrich V. está íntimamente ligado a la crítica de cine en Bolivia de estas primeras dos décadas del siglo XXI. Su presencia se extiende desde el sitio web de “Aullidos de la calle” (www.aullidosdelacalle.net) hasta publicaciones especializadas sobre la cinematografía nacional y/o su firma en El Deber de Santa Cruz. En realidad, su voz y mirada llegan desde ahí -siempre- mucho más ahora que irrumpe en la literatura boliviana con su primer libro de cuentos que bajo el título de Las Desapariciones se publica de la mano de Editorial Heterodoxia.
El libro está cuidadosamente diseñado, el trabajo de Bear Brothers es sencillamente impecable, esencialmente porque aporta formalmente al contenido de la publicación. Incluso jugando desde la portada con algo que puede leerse de otro modo. Arbitrariamente si usted quiere, como un: la desaparición es. Y esta forma de dejar impresas las huellas digitales para decir que si se desaparece de todas formas existen los rastros, los más íntimos en este caso, aquellos que se refieren a la identidad del individuo. Es que queda eso en los nueve cuentos que componen este volumen, las maneras de identificar (o de identificarse) cuando quedan las marcas de lo que fue, o más bien, de lo que es.
Heinrich mira y dice desde el oriente (tan amplio y ambiguo esto) sumándose a lo que puede ya considerarse una tradición -o acaso una identidad- desde aquel otro lugar del país que está inevitablemente quebrado por la cordillera. La autora lo hace desde su propio lenguaje, al que acude sin miedos, corre el riesgo de utilizar un vocabulario propio y ubicar al lector desde las palabras en un lugar propio. Por esto mismo es que Las desapariciones gana en cuerpo cuando se avanza entre sus páginas.
Es con “Happy ending” que Heinrich muestra todas sus cartas. Escribe en primera persona y deja ver, se mira a ella misma (¿es ella?) y va haciendo una narración que cierra en un punto aparte absoluto. A diferencia de muchos de los otros cuentos donde deja finales abiertos, en este caso -aunque la historia pueda devenir en mil y una noches de otros relatos- cierra el círculo. De esta manera pasa por el umbral hacia un lugar de la narrativa contemporánea que está ávida de más presencia femenina -porque lo hace desde su ser mujer- en un escenario altamente masculinizado en su sentir y propósito.
Hay otros cuentos donde la voz masculina parece más bien impostada, aunque recurra a elementos de lugares comunes de la masculinidad, y otros en los que lo femenino vuelve a ser importante, cada cual tiene su propia razón que acude a generar atmósferas, porque si algo hay aquí son climas, sentidos de la espacialidad que le otorgan a lo escrito su propia vida. Son visuales, tal vez por la relación que tiene su autora con las pantallas y sus géneros audiovisuales, de los que no se desprende.
Heinrich deja en claro, con su cuento del final que le da el título a su libro, que ella no es solo testigo de un tiempo y su realidad, sino que es capaz de cuestionarla. Mira aquella Santa Cruz camachista y logiera de los paros y el entorpecimiento de la cotidianeidad desde un lugar que provoca al lector a diseccionar una época. ¿Qué le pasó a la ciudad de los anillos? ¿Qué nos pasó como sociedad con relación al otro y al nosotros? La autora no da respuestas, pero deja para el final esa sensación de que algo está pasando y que no lo podemos dejar pasar. No es ajena la realidad para quien la narra, y ante la opción de dejar todo como un perfil abstracto de ficciones ella apuesta por ir más allá, por devolver al lector un momento (o varios) en función de otros futuros (apocalípticos acaso), que no dejarán de hacer a una ciudad -en este caso- que se hace y deshace a cada rato en la vorágine de la historia. Posiblemente estos sean los aullidos de la calle.
La autora, cuando escribe crítica, hace un ejercicio final que ahora se lo tomamos prestado. Ella cierra sus notas de un modo particular, algo que ya es su firma personal, parece apropiado en honor a sus formas, hacerlo ahora del mismo modo.
Lo mejor: La irrupción en la literatura ficción de su autora. La escena: El cuento: “Happy ending” y su relación con la maternidad, la cual se desmitifica. Lo más falsete: Las masculinidades y su sencilla aceptación. El mensaje manifiesto: Queda un mundo por descubrir y ser narrado en la esencia de la atmósfera oriental. El mensaje latente: Sólo desaparece aquello que no es narrado, la oralidad necesita de nuevas voces que puedan dejar para el después lo de ahora. El consejo: Sigamos descubriendo la nueva narrativa femenina boliviana. El personaje: 52, que “conoció a Campanita al volver de una fiesta. Se la topó tirada a media calle con los brazos abiertos, abrazando al mundo”. El personaje emputante: Luis, en Las vacas no vuelan, el hombre que sabe que los espían. El agradecimiento: Pues sí, el libro termina con Agradecimientos: “A vos que llegaste hasta acá”.

