La gran aventura de Graciela Rodo Boulanger
Entrevista a la artista boliviana que inaugura este jueves 21 la exposición ‘La gran aventura del dibujo’, en el Espacio BNB Art, de La Paz
El dibujo es la (última) gran aventura de Rodo Boulanger. A punto de cumplir 90 años, la artista boliviana/viva más universal cuenta los días para la exposición de sus últimas obras: una treintena de dibujos de gran formato sobre tela de lino creados entre 2020 y 2024. La inagotable capacidad creativa de Graciela nos sumerge de nuevo en su mundo particular: un universo de wawas, elefantes, gatos, pájaros de todos los colores, columpios, circo y juego.
-El halago más bonito, la crítica más linda que he recibido fue cuando una señora que adquirió varias obras mías en Estados Unidos me dijo: “lo primero que hago cada mañana al despertar es mirar tus cuadros, me transmiten la alegría necesaria para afrontar la jornada”.
Graciela pinta todos los días. Sube al último piso de su casa donde espera el taller. Agarra una piedra y pinta. Agarra un barbijo (así lo hizo durante la larga pandemia) y pinta. Se para frente al caballete y un lienzo más alto que ella. Y pinta. Todavía no logra plasmar los cuadros más hermosos que ve cuando sueña. Cuando pinta, se siente plena, está consigo misma, se olvida de este mundo asolado por guerra y hambre; cuando lo hace, regresa a la infancia.
Dicen que uno es feliz solo una vez, precisamente en esos años de inocencia y juego. Dicen que lo demás es solo memoria. Los dibujos de Rodo Boulanger atraviesan las telas de lino y contagian esa felicidad perdida.
Graciela lee cada día. Cuando uno entra en su casa de Auquisamaña siempre la sorprende con un libro entre las manos. ¿Será el secreto de su longevidad saludable? ¿Será su pócima mágica para estar hermosa como una rosa y lúcida como ninguna?
El que está leyendo -en francés- esta mañana de noviembre es “La música despierta el tiempo” del célebre pianista/compositor argentino Daniel Barenboim; un ensayo político, un libro amable sobre el poder de la música.
Todo lo que necesita Graciela para ser feliz es un taller y un piano. Cuando terminamos de conversar para el programa cultural “En la Abaroa” (todos los sábados y domingos por Abya Yala Televisión), bajamos a la pequeña sala donde espera el piano.
-¿Te animas a tocar algo, Graciela?
-No, no, ahora no.
-No importa. Pon solo las manos sobre las teclas para que tomemos imágenes de apoyo, por favor.
Rodo Boulanger posa para la cámara de Omar. Hace que toca pero de repente, se arranca con un tema de Piazzola. Es “Milonga de Ángel”, la segunda parte de “La Suite del Ángel”. Graciela viaja en el tiempo y ve a su mamá también tocando en la vieja casa de Oruro.
“No se puede hacer bien dos cosas”, me dice cuando le pregunto si le hubiese gustado ser pianista. “Nadie va a dibujar mi dibujo”, remata para comparar el arte y la música. Graciela ve su vida en términos musicales; vive/piensa en la música. Por eso está gozando especialmente el libro de Barenboim.
No por nada sus cuadros son variaciones sobre un mismo tema. “Pinto siempre la misma obra”. Graciela toca y pinta, pinta y toca; y queda en silencio. Sabe que una canción no termina cuando acaba la música. Sabe que un cuadro también reclama (nuestro) silencio.
“Estoy descubriendo algo nuevo con el dibujo”. La capacidad de aprender/expresarse todos los días; el asombro de dejarse sorprender. Ahí descansa, probablemente, su lozanía.

El dibujo ha pasado de ser un lugar/recurso en la formación del artista a una forma independiente de expresión artística. Hace rato que rompió amarras con el boceto y la academia. El dibujo es la manera más particular/íntima de acercarnos al espíritu de un artista. El dibujo (y la cerámica) como género ya compiten en las grandes ligas de la pintura y la escultura.
Los dibujos de Rodo Boulagner son de gran formato. No son arte en mayúsculas a pequeña escala, como en otros artistas. Graciela goza el gesto corporal, siente algo especial en el placer de dibujar. El brazo sube, como los manos bajan al teclado del piano. Es la misma sensación de armonía.
Graciela no dibuja a lápiz, lo hace con rotulador. No se puede equivocar. Es un desafío. “¿Y por qué no me puedo equivocar?”, alza la mirada y me pregunta. Luego, el silencio, otra vez, el silencio.
Con casi noventa años (los cumple el próximo 16 de febrero) siente una enorme libertad. La misma que ha experimentado toda su vida: esa misma que la llevó al taller del lituano Juan Rimsa; a la Viena ocupada en la postguerra; al Beirut de los años dorados cuando llegaban los primeros palestinos tras la “Nakba”; al París de los caballetes callejeros. Esa libertad que la llevó de la mano sin caer en modas: su lealtad al figurativismo no claudicó ni en la época de la pintura social ni en las décadas de la abstracción y su primo bastardo, el expresionismo abstracto.
Graciela jamás se subió a un tren por obligación. Y todavía no piensa bajarse en la última estación. “No he terminado aún de llegar a mi plenitud”. El viaje de Rodo Boulanger continúa. Sin prisa pero sin pausa. En ese periplo sigue tratando de conocer al elefante. Y cuando se siente dueña de sus orejas, su corazón se acelera.
“Agradezco a esa niña que decidió ser pintora, soy fiel a lo que siempre quise ser”. ¿Será por eso que pintas tantas wawas? El juego, la figuración (y la sublimación) son/serán infinitos. Y los plagios de su obra -con firma falsificada incluida- también. Antes se enojaba, se indignaba profundamente, se hacía mala sangre. Ahora, ya no. Ahora sabe que las copias truchas no pueden transmitir esa alegría/paz que se necesita para sobrevivir cuando las mañanas son todas iguales.
(“La gran aventura del dibujo” de Graciela Rodo Boulanger se inaugura este jueves 21 en el “Espacio BNB Art”, ubicado en la avenida Los Sauces #8277, barrio de la Florida, La Paz).

