La catástrofe (in)finita, el carozo, el ovillo, las ventanas, la puerta...
Una lectura del libro ‘Qué más queda cuando’, de la poeta Marcia Mendieta e ilustrado por Nicole Vera. Es una reedición por editorial Electrodependiente.
0. Cuando me escribió Marcia para presentar el libro me ganó la curiosidad, un libro objeto es siempre un artefacto que se re(v/b)ela a la textualidad, es un gato que juega con el ovillo del logos y no me equivoqué. Qué decir de este libro-objeto: desde ya algunas cosas.
- Breve Nota sobre el plegado:
Una noción (deleuziana) cara a la poesía es la del pliegue, que es la operación mediante la cual lo múltiple se convierte en uno sin perder su multiplicidad. Es el gesto de doblar, de crear un interior que no anula el exterior, sino que lo selecciona, lo filtra y lo expresa de un modo singular. El gesto donde el infinito se enrolla en un espacio finito sugiriendo que la creación no es la representación, sino la transformación continua del caos en cosmos a través del acto de plegar.
- Así pues, en “Qué más queda cuando” se plantea un viaje por una posibilidad textual, que por su armado particular en forma de acordeón juega también con las posibilidades de lo cinemático; que a mitad de camino se convierte en un texto de ida y de vuelta, y de yapa la posibilidad de ensayar un retorno textual por la siniestra: un des-ande, un desplegar, un destejimiento: movimiento por el cual se pone en jaque al tiempo. Se teje por un lado no para esperar el retorno de alguien, si no para resolverse a una misma en lo conflictivo de la memoria y la mudanza, de las estaciones materiales y espirituales de estar siendo. Desde allí se teje la semejanza, desde las contigüidades del sentido se ensaya otros desplazamientos, se invoca otras ventanas; en el lenguaje todo aparece como lo otro del mundo. Se instala cromáticamente el mundo como catástrofe en tonos de otoño e incendio. Se instala las escenas del yo allá y acá, por “callejones y lenguas inaudibles”, afuera pero adentro, “siempre al borde de la llama”.
- Lo catastrófico(del gr. καταστροφή, katastrophḗ) es la potencia poética del giro final descendente (kata-, “hacia abajo”; strophḗ, “vuelta, giro”). En la tragedia griega, la catástrofe no implica destrucción sin más, sino el desenlace necesario que invierte la fortuna del héroe, revelando —a través de la peripeteia— el orden trágico del cosmos. Es la fuerza que, al abismar, desvela la verdad (alétheia) oculta en la hybris humana. Como potencia poética, opera como el momento de clausura que convierte el drama en mito, donde lo terrible se sublima en conocimiento (anagnórisis) y catarsis. Lo catastrófico es, pues, la torsión descendente que funda sentido.
- Pero volvamos al inicio, se nos ha hecho una invitación, una mancha azul en la pared-portada recuerda a “este es el color de mis sueños” de Miró pero con veladuras de agua como contradiciendo el “olvido de la lluvia”. Cuatro ventanas sugieren una casa en llamas y nos invitan al impulso voyeur de abrir y entrar en el libro, debajo una puerta azul es el ingreso hacia una intimidad expansiva que contiene a la catástrofe, a la memoria que la revisita desde otro espacio y teje semejanzas para componer la fisura; la temperatura paradojal donde el yo poético habita y es al mismo tiempo extrajera en la continuidad del fuego y de la nieve. En la portada se nos advirtió que entraríamos una intimidad en llamas, a la escena primera de un yo en mudanza, que es un yo que deviene de modos paradójicos:
“No ella no va a ninguna parte”
“Lo que no puedo arde”
“lo que no quiero es estruendo silenciado”
“ lo que oculto amenaza el ovillo”
” lo que se oculta permanece oculto pero deja marca”.
- La ilustración acompaña al texto y lo sostiene, hay un conjurar lo catastrófico desde el desovillamiento de lo dicho. Hay un hacer y un deshacer continuos. Se conjura la catástrofe viajando a lo duro del inicio. Al carozo duro de roer que contiene la semilla que aún no cuestionando el color del incendio es una potencia fértil del fuego. La aridez resguarda la promesa del florecimiento. La ilustración hace por su lado su propio recorrido paralelo, acompaña a ratos, multiplica el espacio e instala cromáticamente una promesa de aire, hace devenir el incendio en su movimiento hasta hacerlo rio, muerte y germen. Acertadamente también aporta una puerta pequeñita (como las puertas de Alicia) que es la entrada y la salida al y del texto y la esperanzadora posibilidad de un afuera. Acaso “El sentido del mundo debe estar fuera del mundo” (Wittgenstein); entonces, el libro se sabe finito en su juego. Para completarlo habrá que salir de él por una ventana o una puerta chiquitita y azul después de haber atendido al texto (en su propio(des)tejimiento), acaso la intimidad exija también otras expansiones.
- En la solapa (que también es un nuevo inicio) una mujer teje. Pero en el infinito retorno sabemos que hay una puerta que lleva afuera del moebius del texto: La promesa de los tajibos arde afuera (quizá en otro tiempo recobrado).

