Espacio y soledad
Una evocación crítica de la Casa Nacional de Moneda, que este 31 de julio cumplirá 250 años de vida en Potosí, un aniversario para el que se alistan actividades especiales
El próximo 31 de julio, la Casa Nacional de Moneda cumple 250 años de su inauguración. Es la segunda ceca que se construyó en Potosí como una urgencia que respondía a la demanda de circulante de “moneda de cordoncillo”, surgiendo una serie de relatos que aún se encuentran en debate entre historiadores y cronistas respecto a la existencia o no de esclavos africanos en la fabricación de monedas para la Corona Española.
Sin embargo, más allá de esa discusión, sí existe evidencia que en Potosí hubo población africana que en muchas circunstancias compartió penurias con indígenas. Fueron la fuerza humana que sostuvo la aspiración metropolitana de foráneos, advenedizos y criollos que tranzaron con la administración ibérica para sostener sus privilegios.
Remontarse a esos tiempos implica sentir el viento que corre sobreponiéndose al polvo mineral que encegueció a truhanes alquimistas que después de la invasión de 1492 merodearon las ariscas calles del Potosí de 1753. Los cronistas ensalzan, no la belleza de estos parajes, sino una opulencia desmedida comparada -en ese contexto- con las más importantes capitales europeas.
Pero toda referencia a esa vida de lujos, repetida en obras de variada índole, como ensayos literarios, novelas inspiradas en la época, leyendas, etc., se difumina en la realidad si se hace un contraste con la desolación que quedó en lo cotidiano de la ciudad cuando dejó de ser el paletó del jet set del colonizador. Edificaciones pétreas magníficas, adornadas por maderámenes o pinturas sacras de técnica sofisticada impartida como muestra de privilegio, todas diseñadas para imponer la fe católica y la burocracia virreinal, en todos los casos a costa de las vidas de los nativos.
Con todas esas características –entonces– se debe hablar de estas edificaciones, pero no de los espacios que se destinaban a la comodidad y al lujo, sino de las paredes que petrificaron la soledad como un rasgo que se siente cuando se camina por algunos lugares. Y no hablo de silencio o solemnidad (particularmente considero que su diseño también pretendía dar esa sensación), hablo de soledad, de la sensación del abandono, que no genera siquiera eco.
La sola idea de una coexistencia forzada en condiciones infrahumanas de explotación física es estremecedora y si a eso se suma la realidad de dos pueblos, indígenas quechua y aymara parlantes y africanos que no coincidían ni en dialectos, menos en idiomas es -definitivamente- algo que debe contarse. Existen pueblos que fueron invisibilizados por la historia oficial, sus expresiones culturales fueron reducidas al folclor y se realzó su rasgo meramente estético, negando así su contenido contestatario de respuesta a la colonia y opresión del blanco.
La conmemoración de 250 años de existencia de la segunda ceca potosina tiene un objetivo central: reivindicar a los pueblos que la historia oficial invisibilizó o los representó como meros actores en el escenario de su espectáculo. Lo indígena y lo afrodescendiente se encontrarán en un lugar histórico: Potosí, en un momento trascendental: 250 años después de que se inaugurara la monumental obra en la que sus más recónditos muros se “osamentaron” con la respiración de sus ancestros.
Dos pueblos se reencontrarán el próximo 19 de agosto de dos mil veintitrés, en una sola lengua, en un solo abrazo, en un solo grito al mundo de que están en la Casa Nacional de Moneda, Potosí, Estado Plurinacional de Bolivia. Este repositorio será tomado por sus verdaderos dueños.
Luis M. Arancibia Fernández
Director de la Casa Nacional de Moneda