El valle soñado
Una crónica desde dentro de la producción del evento inmersivo y sonoro “El Palacio Suena: Villa Albina, el valle soñado”, que organiza la Fundación Patiño para los días 18, 19, 20 y 21 de abril en la casa Villa Albina, de Pairumani
‘Todo lo que muere de humo blanco en la cocina de lo vivo,
sale por la ventana y vuelve a entrar, transformado en asombro’.
(Archivo Dickinson, María Negroni)
Volver a pasar las noches bajo el cielo de la campiña cochabambina trabajando, con las manos entumecidas, mirando el cielo limpio y estrellado, distrayéndome con los cantos cortos, monosílabos y sospechosos de las aves nocturnas en las copas de los árboles, helándome los huesos, volviendo a mi infancia feliz y campesina me muestran que ser un habitante de los valles implica llevar dentro de uno un movimiento enorme, un movimiento circular que sigue su propia fuerza e impulso. Un movimiento, un desborde, una abundancia que no se agota y que, si uno no la aprisiona, o la encauza, puede arrastrarte en su corriente por rumbos impensados, y eso no es poca cosa, sobre todo si uno está trabajando en producción y con la tierra o “en” la tierra.
Nos preparamos para la realización de un evento inmersivo y sonoro en la casa Villa Albina, una hermosa edificación de principios del siglo XX, que la familia Patiño mandó a construir a los pies del Tunari, en Pairumani. Patiño encontró en este lugar también riqueza, riqueza natural. Está en medio de sembradíos, jardines, arroyos, bosques y caminos. Cuando uno llega a visitarla se deja llevar por su encanto, camina sin rumbo por la naturaleza. Hipnotizado, recorre las dos plantas de la casa, con 15 habitaciones en la planta alta y 10 en la planta baja. Habitaciones completamente vestidas, con sus muebles originales, sus telas y empapelados importados. Pero cuando uno llega a trabajar, traga saliva para no dejarse desbordar, se necesita rumbo, contención y un plan para no dejarse arrastrar por la corriente del valle que corre dentro de cada uno.
Pairumani significa “aguas cristalinas que murmuran”, la gente que vive allí nos cuenta que, antes, todos los terrenos estaban llenos de agua. Caminar por Villa Albina es de extraterrestres, escuchas todo el tiempo agua corriendo, por sus campos pasan los canales de riego con agua que baja de la montaña. En las casas de los alrededores también pasa lo mismo. Una noche de luna llena, estábamos grabando audio para el recorrido sonoro de “El Palacio Suena”, le preguntamos a un señor del lugar si ese sonido del agua seguiría hasta las fechas del evento, así tan fuerte. El agua expandía su sonido por todo el campo. Y él nos respondió, como disculpando a un hijo pequeño que hace mucha bulla, “no, va a bajar, no va a estar tan fuerte. Es que ahora es porque ha llovido”.
Esa riqueza de agua, que cae constantemente desde arriba, se distribuye entre todas las comunidades que viven alrededor de Villa Albina, la Hacienda Pairumani y más allá. A principios del siglo XX, Simón I. Patiño empieza la construcción de la casa y, haciendo gala de su experiencia de empresario minero, crea una ciudadela productiva en Pairumani. Esta ciudadela está compuesta por la Hacienda de Pairumani, un complejo agrícola y ganadero con tecnología moderna para la época. Trajo las primeras 600 vacas lecheras de raza Holstein Friesian, blancas con manchas negras, esas que no había en Bolivia. También trajeron cerdos y caballos. Comprende la ciudadela una planta hidroeléctrica que está edificada en el lugar donde actualmente funciona el Parque Ecoturístico Pairumani, construida con generadores traídos desde Alemania en 1922. Con la electricidad llegó la luz a Villa Albina, cambiando así el paisaje de Pairumani para siempre.
Iluminar la villa es un trabajo titánico para la producción porque la noche no se doblega fácilmente en el valle, lo inunda todo, es oscura y buena. Pero comprometida, seria en su “ser noche”. Incluso hoy en día, noventa y siete años después, el encanto de la ciudadela de Pairumani es su cielo abierto y sus noches oscuras. Todo es así, la naturaleza, el agua, la noche, todo desbordado, abundante y bondadoso. El equipo lo acepta y saca ideas para el recorrido. Caminar bajo los árboles centenarios, unos originarios como los chillijchis y otros importados como los eucaliptos, las araucarias, magnolias y cipreses, es un tema técnico, estético y también ético.
Charlando con los habitantes de Pairumani y alrededores nos sorprende cómo se reproduce un mismo y maravilloso ciclo, el de la vida. Nacer, crecer, desarrollarse y morir, para volver a nacer. Casi todos son descendientes de habitantes que vivieron en la villa a principios del siglo pasado. Sus abuelos y bisabuelos conocieron a doña Albina y a sus hijos, otros corrieron de niños por los maizales para espantar a los pájaros que se comen las mazorcas, otros vieron desaparecer un molino que hacía la mejor harina en ese momento, otros se fueron a la ciudad a estudiar y volvieron. Todos siempre siguiendo la corriente del agua que corre dentro de ellos y que riega todo lo vivo: las plantas, los cultivos, los animales. Una joven de Pairumani recuerda que pensaba que todo el mundo afuera era así de verde, con árboles grandes y cargados de fruta y flores, hasta que salió a estudiar y vio otros valles y ciudades que eran de otro color, que estaban invadidos por construcciones y que apenas tenían vegetación. Eso, hasta el día de hoy la sorprende. Hoy trabaja en un laboratorio de la Hacienda, sus manos y su mente, alimentadas por las semillas del valle, se vuelcan en producir especies de árboles in vitro.
La vida y el trabajo en la tierra son siempre titánicos porque la fuerza de la naturaleza es más grande, más sabia y más empecinada. Por eso, se necesita de una comunidad, de equipos, de tropas, de obreros. Leo en un libro sobre la historia de Villa Albina que dice: “El plantel de obreros encargados de la obra ascendía a 270 trabajadores entre choferes, ingenieros, contratistas, cajeros, jefe de maestranza y constructores o albañiles”. Esos 270, en época de cosechas, “se reducía porque se dedicaban al campo”. El equipo de producción de “El Palacio Suena” asciende a 96 trabajadores entre administradores, equipos de comunicación, diseñadores, guionistas, artistas sonoros, talentosos músicos y artistas audiovisuales, actores, guías, asistentes de producción, técnicos, montajistas, utileros, iluminadores y funciona como ese plantel de obreros de la ciudadela de Pairumani; obreros de la historia, del arte. Es muy probable que ese equipo merme en los días de producción porque estará en el bosque de olivos, o en la fuente de agua del patio, bajo los chillijchis del camino de entrada o en los senderos dedicándose a temas de la tierra. La producción está viviendo su propio e íntimo ciclo de vida con el ingrediente especial del asombro y el sonido.
Eso es lo que puedo adelantar de lo que será “El Palacio Suena, Villa Albina: el valle soñado”. Lo otro es una experiencia de sonido, sueños, magia y luz. Es el valle llamando al valle que todos llevamos dentro en su movimiento circular. No puedo adelantar nada más. “El Palacio Suena”, como la noche de Pairumani, no se puede contar, se tiene que vivir.