‘Ayer el fuego’ y el problema de lo ‘mejor’ en la narrativa latinoamericana actual (II)
Segunda parte de una aproximación al más reciente libro del narrador paceño Rodrigo Urquiola, una colección de cuentos publicada en 2022
- Tomarse en serio el oficio, pero mucho más la realidad
Desde sus primeras publicaciones, Urquiola trató de mostrar la realidad desde personajes creíbles que sufren, viven, disfrutan y se preguntan sobre sus porvenires y sus pasados. Sus novelas “Lluvia de piedra” (2011), “El sonido de la muralla” (2015) y “Reconstrucción” (2019) dan testimonio de su crecimiento como escritor; si bien “Lluvia…” y “El sonido…” beben de elementos ambiguos entre la realidad y la fantasía, desde “Reconstrucción” la realidad se establece como una bisagra enorme que permite que el lector se sienta inmiscuido en lo que le pasan a los personajes que, desde monólogos internos, narradores en tercera persona cómplices y situaciones por demás incómodas, logran hacer creíble cada palabra impresa. Pero es en su tercer libro de cuentos, “Ayer el fuego” (ed. Libros de la montaña, 2022), que Urquiola toma su realidad local (Chasquipampa, Santa fe, Senkata, el centro paceño, las periferias) para contar historias sin molde que te dejan pensando y pensando hasta que sugieren verdades intensas. Si un buen escritor muestra sus influencias en sus trabajos, un gran escritor se las apropia y las hace ver como reales e incluso suyas. Ahí donde a un buen autor se le reconoce las enseñanzas y estilos de Kafka, Borges o Woolf, a un gran autor no; es más, a un gran autor se le dice en primera instancia: “Esto es muy original, es muy sincero”, pero después de la lectura, cuando uno se enfrenta al silencio, comienza a conectar lo experimentado con recuerdos narrativos pasados y dice, imbuido en las correspondencias al directo estilo de Francovich: “Dysneyworld” me dejó el mismo sentimiento que “El lago” de Bradbury, o que “Infancia” de J. M. Coetzee.
Urquiola se toma muy en serio el oficio literario, pero más la realidad, la vida, el intentar dar forma a un mundo que para una gran mayoría de intelectuales bolivianos debe ser mera ficción, pero que para muchos otros es como le pasó a su abuelo, a su madre, a su tío, a sí mismo, tanto que la sensación de haber vivido lo mismo que el narrador, sigue incluso después de días de haber leído el suceso, el hecho convertido en literatura.
- El libro en cuestión
Con un aire de autobiografía disfrazada, “Ayer el fuego” sorprende por tres motivos: Uno. El sentimiento como hecho universal, porque es un libro sobre el hambre, no solo el hambre corporal, sino también el hambre espiritual, emocional y social, social más que todo, porque los personajes de cada uno de estos cuentos se preguntan sobre el día a día y qué harán para evitar el caos que arrastra la pobreza, la aceptación o la tristeza (mención aparte son “Dysneyworld” y “Senkata”, dos de los cuentos que me recordaron al más descarnado Conrad Richter, narrador que supo describir el hambre de los primeros pioneros en Estados Unidos, ligada al abandono y a la ausencia de la esperanza); Dos. La fluidez narrativa de cada uno de los cuentos, porque a pesar o gracias a la extensión de los mismos, uno va recorriendo sus lecturas con tanta rapidez como con entusiasmo, muy independientemente del desgarro emocional que provocan en su crudeza (“Ashley”, “Huérfanos” y “Canario” son cuentos extensos, no obstante, potentes en sus acabados, se agradece el manejo de párrafos breves y puntuación estratégica, los cuales llenan el libro de una poética única, poco entendida y elaborada por narradores contemporáneos), y Tres. Las referencias inagotables a la realidad en metáforas paradójicas que despiertan un cariño por el acto de creación literaria más espontáneo y no obstante, bien pensado en la prosa de Urquiola: su gusto por el fútbol (y obvio, el club Bolívar), por distinguir quién vale la atención o no en la coyuntura, solo a partir de diálogos y acciones de los personajes y el recurso del humor, más presente en este libro que en los anteriores (“Árbol”, “La muerte de Lennon”, “La venezolana” y la joya de la corona: “Ayer el fuego” ilustran el tercer punto de manera muy sincera y completa); un extra (yapa) a esto sería un cuarto punto: el orden en el que cada uno de los cuentos han sido dispuestos, lo que convierte al libro no en una lectura más, sino en una experiencia, de las más satisfactorias en la narrativa boliviana actual.
Daniel Averanga Montiel
Educador, escritor orureño-alteño y promotor de bibliotecas populares desde y para El Alto.

