Así en la tierra como en el cuerpo
Una lectura sobre la novela de Giovanna Rivero ‘Alma oscura del alba’, publicada por Editorial El Cuervo y presentada en la Feria del Libro de Santa Cruz que concluye hoy domingo 15
Los modos en que ignoramos algo son tanto
y a la vez más importantes que los modos en que lo conocemos.
Giorgio Agamben
La mujer pequeña siempre estaba atenta a la precisión
del lenguaje, quizás porque alternaban los idiomas y esa frontera,
como todas, estaba agujereada de pantanos.
Ella, además, parecía traducirlo todo a un lenguaje secreto que la atormentaba.
Giovanna Rivero
El lenguaje, o los lenguajes, importan tanto o más que la propia trama y personajes en esta novela. El lenguaje, al final del viaje, será el que salva y sana. El lenguaje es el pájaro grácil que danza entre las páginas de la novela de Giovanna Rivero, “Alma oscura del Alba”, anunciando las migraciones, los urgentes llamados a emprender vuelo, los desplazamientos estacionales y regulares desde zonas con recursos escasos a zonas con recursos más abundantes, las traslaciones de un planeta a otro, las huidas desde lugares donde el horror se ha instalado y hace imposible la vida, los éxodos desde las zonas que una vez fueron hogares felices y sanos a destinos nuevos e inciertos. El vuelo del lenguaje, con su pico prensil de golondrina azul y largo gorjeo, recorre, en pleno invierno, una reserva india en Estados Unidos llamada Red Hill, allí viven confinados los Sin Huella.
En esta hondonada, cuya tierra está atravesada y regada por el río Escarlata, la enfermedad corre subterránea y sigilosa envenenando a los peces, a sus habitantes, a los animales y la propia tierra, por los efectos del extractivismo. Una pradera protegida sufre y se enferma en efecto dominó: caballos sobreexplotados para dar dinero, búfalos resistiendo al avance de la civilización, abejas desorientadas con un “vuelo tuerto”, lobos hambrientos, sapos rellenos de miel y canela para hacer hechizos, mujeres y hombres mareados por el alcohol, la droga y la desesperanza, extenuados por el encierro e invasión de sus tierras, sus cuerpos, sus derechos y libertades. Así en la tierra como en sus cuerpos, la enfermedad se expande silenciosa como una sombra o un maleficio. Este extenso territorio siempre en pugna, donde solo importa el invierno y la primavera, donde la raza, la etnia son temas definitorios, el lenguaje pía de maneras impensadas solo para hacer estallar cualquier certeza, ley, conocimiento científico e instituido como cierto; el lenguaje para los habitantes de la reserva y para la autora es una forma de resistencia.
El lenguaje como las golondrinas, las abejas, los africanos sobre aguas heladas, los centroamericanos sobre los trenes, migra. Se va del lugar “bien escrito”, de un lugar hecho de papel y tinta, del principio medio y final, de un lugar de certezas y correcciones para lo humano, a uno que no se asienta sobre fundamentos humanos, a un lenguaje que está más cerca del “no sé”, del que habla Giorgio Agamben, que del que da respuestas. Para eso la autora perfora o picotea esa barrera que se alza como un muro, como el muro de Trump, que impide migraciones entre el lenguaje humano y el animal o vegetal, entre el lenguaje despierto y el alucinado, mágico y rumiado. Entre el lenguaje de los que saben, pueden y responden y de los que saben de otro modo, de los que cuestionan, dudan y preguntan. El lenguaje de Giovanna Rivero migra de un lenguaje hecho de palabras, por ejemplo, a uno que utiliza la saliva: “un escupitajo era un ‘sí’ y dos, un ‘no’” dominio de Reese, uno de los indios ex estrella del rodeo al que un caballo lo pisotea y le obliga a otro lenguaje. “El lenguaje en la utopía de su univocidad. (…) El testigo mudo. El testigo perfecto para el triunfo de ese planeta imposible”.
Se necesita de otro lenguaje para sobrevivir ese territorio indomesticable, parece enfatizar la autora de “Alma oscura del alba”. Como el de surcos y tinta escritas sobre la piel de una joven indomable de la reserva, Zoe. La mitad india, mitad blanca de 22 años destinada, como casi todas las niñas y jóvenes de la reserva, a una vida de prostitución no solo dentro pero también fuera de Red Hill, se somete a la tradicional de costumbre de los tatuajes con púa de cactus y navaja sobre el rostro. El lenguaje se hace carne sobre el rostro hermoso de Zoe para decir, no soy apetecible, no soy una buena mercancía. Un mensaje para los buitres que la sobrevuelan. “Los ancestros de los Sin Huella, se pintaban rayas, como las de los animales, los varones rayas verticales, como un mandato del Gran Espíritu: las mujeres, rayas que seguían las ondulaciones del agua”. El lápiz filoso “hizo el primer corte del puente de la nariz, bajando la pendiente para subir luego por su hermosa mejilla izquierda y subir hacia la hendidura de la sien, donde sus sueños formaban un precioso nido de víboras doradas. Luego fue el turno de la navaja”.
El lenguaje también migra para huir de la violencia. Surcos de tinta y sangre en la piel, así en la tierra como en la carne.
Está también el lenguaje de la naturaleza y la tierra. La cornamenta de un ciervo le habla al indio gigante y bueno de Russell Moon-Light. Le dice con su asta de color rosa, lejano al ocre que normalmente tiene, que algo no está bien dentro de él. El indio desoye lo que le dice el ciervo, o lee mal su lenguaje, y termina haciendo un amuleto que en vez de proteger trae la fatalidad. Una plantita carnívora, “preciosa Venus Atrapamoscas”, que se empieza a morir de hambre como imitando a los de la especie con la que convive, no comía, hasta que utiliza el lenguaje de la seducción expeliendo un botánico olor casi vaginal solo para demostrar que había comprendido lo que la madre de su humana, la niña Enola, dijo: “Si de verdad es carnívora, como esas flores que antes asomaban en los peñascos, que se las busque solita. ¿No es acaso lo que hacemos todas? Una planta floja no es para estas tierras.”
Emerge, en “Alma oscura del alba”, la vida animal, la vida de los ríos, de las plantas, de modo insistente y con él su lenguaje, no ya como metáfora para explicar lo humano sino como un sistema con sus propios significados y significantes. Las migraciones del lenguaje entre los territorios humano y lo no humano son un sello de la escritura de Rivero. Es tan válido el sueño, un lenguaje en sí, de la psicóloga Karina donde le son reveladas las coordenadas exactas en que aparecerá un ovni en la reserva como el sueño del ciervo de Russell que “Con la panza contra el follaje congelado y la epidermis de invierno en pleno trabajo, había apoyado el hocico en el suelo y ahora soñaba”. Soñaba con una cierva que “le había ostentado ampliamente las ancas”. Él la seguía, flotando casi. “Era un vuelo del que no quería bajarse”.
Al lenguaje de los sueños se suma el lenguaje de las estrellas, del cielo; un lenguaje hecho de puntos de luz, de movimientos, de explosiones de estrellas y de la luna. “La luna. Tan de la infancia, tan cruel, tan egoísta. Oh, la luna. Ver lo que sucedía y no hacer nada, no eclipsarse, no desesclipsarse. Colgar apenas como un pendiente.” El lenguaje de la oscura noche y de vidas lejanas que rige la vida del personaje principal. Así en el día como en la noche.
A esto se suman todas esas lenguas que se hablan en la reserva: inglés, español, shekwi de los Sin Huella, francés de los métis, inuit y sioux. “Y (…) las lenguas de todos los hermanos y hermanas de los grandes lagos.” El lenguaje de las señales de humo que los de la séptima generación ya han olvidado y sustituido por celulares. Rivero trata de abrazar, congregar todos los lenguajes, conjurar el destino de la reserva a un gran lenguaje de la tierra para no desaparecer, para sanar gracias a los misterios del universo. Intervienen todos esos lenguajes que tienen que ver con lo mágico, lo fantástico, lo imprevisible, lo visional. El lenguaje de las brujas, curanderos y místicos, lo monstruoso, la ufología, la brujería, la locura, las alucinaciones que trae el agua, la droga y el mal alcohol que se cuece en la reserva. Lenguajes todos que resisten a “dejar de ser”, como se resiste la propia naturaleza de ese territorio a la domesticación.
Así como los pájaros, los alfabetos. El territorio se resiste. También se resiste el lenguaje, la forma literaria de Rivero se torna en algo que vuela de un sentido a otro, una migración que deja su huella en forma de párrafos largos, llenos de puntos seguidos, bloques densos condensando la vida en una reserva. Impedidos de extender sus alas de ave o patas de caballo para correr a sus anchas por su propio territorio los lenguajes encuentran su curso. El lenguaje de la novela migra en 64 partes con sus propios títulos, de un personaje a otro, a la contemplación de un paisaje que se revela duro pero que esconde una belleza profunda, migra de un género a otro, de novela a fábula, cociendo en el texto fragmentos de letras de canciones, de poesías, de ensayo y de un tratado de ley. Lo hace también con la tipografía del texto: “Alma oscura del alba fue compuesta utilizando Adobe Garamond Pro para el cuerpo de texto, una tipografía diseñada por Robert Slimbach en 1989, inspirada en los tipos clásicos de Claude Garamond. Para los fragmentos escritos por los personajes Alma y Tayen se empleó la fuente Dreaming Outloud Regular Pro, generando un contrapunto íntimo y manuscrito que refuerza su voz narrativa. Los subtítulos fueron diseñados con la tipografía Mal de Ojo, creada por Tim Gibbon en 2004 a partir de motivos esotéricos recolectados en tiendas oaxaqueñas. El título en la portada utiliza la tipografía Bnreeboxrounded, diseñada por Brandon Nickerson (BMNICKS) en 2022, una fuente con gran presencia visual.
Cada decisión tipográfica y material fue cuidadosamente elegida para dialogar con el espíritu del libro”.
Es una escritura que toma todas estas extranjerías, admite todos estos saberes, historias, lenguajes, para costurarlos como un patchwork, con pedazos del cielo negro al que la protagonista, Alma, mira con insistencia. El estrabismo de la literatura, como dice Gina Saraceni, es un gesto de las grandes escrituras contemporáneas latinoamericanas, esa capacidad de mirar más de una cosa en el mismo momento.

Solo un lector domesticado no cree en ovnis, en abducción, en las brujas, en los sueños de los ciervos, en los huesos de las ahogadas en los lechos de los ríos de toda América, en las palabras del Gran Espíritu. Rivero nos propone dar un salto de fe, cuando hace de la literatura algo extranjero para hablar de la extranjería. El texto se torna en algo suspendido, como si estuviera de paso como un migrante, o un visitante extraterrestre. El texto está hecho de muchas huellas que confunden los destinos migratorios y a los que quieren poseerla. Como el agua de un río se resiste a ser comprada, enjaulada. La literatura, en “Alma oscura del Alba”, se vuelve, ella misma, migrante.
Con las migraciones aparece ese nuevo ser indefinido, esa nueva y peligrosa —según algunos— condición ciudadana: el extranjero. Cargado de su no ser del lugar, su no pertenecer, su no hablar el mismo idioma, su otra memoria, su otra historia; el extranjero es el otro, lo desconocido, el foráneo el que viene de más allá, lo oscuro; la oscuridad.
Es lo incomprensible, “lo imposible” como lo es una abducción de ovnis, lo “inasible”, como algo sin “sustento científico” sin huella, algo suspendido en el aire, como el ciervo en su propio sueño, el búfalo que levita en la canción de un joven de la reserva, o los indios que aprenden a caminar liviano y de espaldas para no dejar huellas para los lobos.
A este lugar suspendido, tierra de éxodo, llega Alma, un ave migratoria andina salida del altiplano boliviano. Es pequeña, morena, con un pelaje negro brillante que refleja la luz como el plumaje de un cuervo. Ella es la que mira el cielo, se le ha revelado algo extraterrestre de manera violenta y contundente. Segura de que las presencias de otro planeta le han extirpado algo del cuerpo e implantado algo a la vez, “se había sentido totalmente decodificada, como si los ojos de una madre absoluta repasaran, una a una, sus neuronas e hicieran sinapsis con ellas”.
A Alma la han abducido, violado y luego la han escupido una vez en un “sí” a la tierra de vuelta. Desde entonces, es extranjera en la tierra, un poco extraterrestre, aunque su psicóloga debe estar diciendo que está loca, loca, loca. Anhela con volver a esa nave, hacer el viaje de regreso “Si a ella la habían secuestrado para hacer de su cuerpo un terreno de exploraciones, si se la habían llevado así, sin más, ¿por qué no podría hacerse el viaje en el sentido contrario? Humanos y extraños, todos eran criaturas que apostaban por algún tipo de supervivencia en ese inconmensurable vientre oscuro que era el cosmos”.
Alma es la extranjera de la reserva, la profesora de español, la que busca ovnis, la de la mirada indomesticable. Alma es el prefijo EX de las palabras extractivismo, extranjería y extraterrestre que pueblan este relato. La prueba de que somos una especie en viaje.
El diccionario dice que el prefijo “ex” se antepone a sustantivos con referente de persona para expresar que dicha persona “ha dejado de ser” lo que el sustantivo denota. Alma ha dejado de ser únicamente una terrestre, ha dejado de ser territorio virgen, sano y rico, ha dejado de ser nativa para ser una inmigrante.
Alma ha migrado a la reserva, es una extranjera en Red Hill. Allí “la supervivencia era, per se, violenta, jodida, amoral. De todas maneras, no iban a amedrentarla. Si pensaban que se marcharía de allí, estaban locos. Así como el cosmos era una no man’s land, ella también podía argumentar un derecho universal a instalarse allí. El derecho de las hijas del éxodo, de las mujeres del mundo que, empujadas por la violencia, se marchaban a quién sabía dónde.” Lleva algo dentro, un implante, una vida, una intuición que no es del orden de lo humano y lo terrestre. Una duda insistente, como un rumor, que le baila en los oídos palabras de otros mundos, extraños y oscuros.
Alma es un cuerpo sobre el cual, como el territorio indio que pisa, se ha practicado el extractivismo. Alma es un territorio tomado la habían abducido y ahora, enajenada, vaciada de sí, expropiado su corazón que “en otros momentos era un trozo vivo atravesado de clavos”. Seguía los mandatos de un impulso casi animal, instintivo que la llevaba de un lugar a otro en busca de un portal por donde volver a la madre, al ovni.
Llega a esa tierra nevada en invierno, florida en primavera, porque “Sabía, claro, que la reserva era un portal ya identificado por distintos expertos, revisaba con frecuencia el mapa energético de la región y se emocionaba desastrosamente viendo las líneas violetas que atravesaban las colinas de los Sin Huella, aunque se encontraba en la ignorancia más turbia con respecto a los códigos (lenguaje) que debería usar para abrir ese supuesto portal”.
Esta condición de extranjera, extraterrestre y víctima del extractivismo la hermana con ese territorio. Ella misma es el lugar donde sucede la historia, es el texto. Así en la tierra como en el cielo, reza la oración. Así en lo grande, la reserva, como en lo pequeño, su cuerpo.
Para hablar de la extranjería, lo que la literatura de Rivero hace es convertirse, ella misma, en un lugar extraño.
La marca, el signo, del prefijo EX es su ojo izquierdo bizco. Plantado en su cara como una clave, una llave que le abrirá a los misterios del cosmos. Un ojo cuya pupila no obedece a la intención de su mirada. Un ojo indomesticable y extranjero que mira como un llamado al lugar en off, al espacio fuera de campo que no interviene directamente en la historia o que se ha dejado atrás. Ese ojo desplaza el sentido, un ojo mira al cielo, pero el otro mira la tierra, como un espejo así en el cielo como en la tierra Alma se convierte en ese hilo que une esos dos grandes espacios. El cielo y la tierra, la ficción con la realidad ¿Cómo se explica sino que mientras sale este libro a la luz salen miles de inmigrantes a las calles en ese mismo territorio plagado de reservas en Norte América exigiendo que su extranjería se respete?
El ojo de Alma es el ojo de las visiones, el ojo que baila la danza del lenguaje es el que mira el mundo de costado y desde muchos otros ángulos a la vez.
Mira lo que nadie alcanza a mirar. “Más de una vez ella le había explicado cuánto aborrecía esa clarividencia ajena, maléfica, que le habían implantado esas criaturas. secreto comando extraterreno”. Su saber no es solo el de una profesora, es el de una clarividente, que escribe como si alguien la comandara, “con la docilidad de una sierva”.
En la literatura latinoamericana el extranjero ha sido representado como el que difunde, propicia y funda máquinas de violencia capitalista. El extranjero no está interesado en la nueva tierra, en lo que habita en lo profundo del territorio, no mira ahí, su mirada es recta e unívoca. Mira la riqueza que podrá extraer. Rivero invierte el papel, al hacerla extraterrestre, la extranjera mira la tierra a través del cielo. Como si mirara en un espejo a lo hondo, a lo que está debajo de la capa superficial del territorio buscando más allá del fondo del lecho del río Escarlata.
Alma por saberse un poco extraterrestre y extranjera puede ver con su ojo, lo que nadie ve. Va tejiendo relaciones entre esos dos frentes, el cielo y la tierra. Giovanna Rivero construye en este libro un telescopio, un ojo, capaz de mirar hacia abajo, el fondo de la tierra donde lo que habita ahí solo puede escrito, no contado, no visto, no fotografiado; escrito.
Cuando su gemela le pregunta “¿Qué te duele?” Alma le responderá “escribir”. La escritura, la literatura, revela el horror, el cuerpo sacrificado sobre el que el capitalismo se construye. No hay capitalismo sin cuerpos sacrificados. Rivero, termina siendo el ojo indomesticable que mira en lo más hondo del territorio de Norte América donde ella es también una inmigrante.
La literatura tiene ese poder, dirá Rivero, remover el lodo y sacar a flote los huesos de los sacrificados, los abducidos, los ahogados y olvidados por esa maquinaria capaz de quitar el alma al cuerpo. La novela prefigura otro horizonte porque está fabricada desde la distancia del cosmos. Apuesta por el arte como un espacio indomable en el que lo diferente, lo diverso, lo extraño, lo sin nombre, el otro saber tiene lugar y dignidad.

