Algunas ideas en torno a ‘El rehén’
Reseña sobre la más reciente novela del escritor Gabriel Mamani Magne, disponible a través de la editora Dum Dum.
Suelo ser un lector de micro, busco un asiento y me pongo a leer. A veces tengo la suerte de no recibir un mensaje y en otras me desconecto, abro el libro y sigo dos recorridos: el del micro y el de la historia. Un reseñista debería ser alguien cuya voz no se entrometa en el texto. No puedo. Haré un intento por desaparecer…
1.
El Rehén es una novela corta, de 98 páginas. La escribió Gabriel Mamani Magne. Al margen de los méritos logrados —el premio nacional de novela con Seúl, Sao Paulo o el Franz Tamayo con Por ahora soy el Invierno, entre otros—, Gabriel ha logrado una obra sólida para las letras nacionales mirando a los llamados “otros” que son, en realidad, más un “nosotros” que otra cosa.
2.
“Todo empieza en un bar, como la mayoría de las historias” es la primera línea del libro. La enfatizan en una sola página. El lector siente el impulso de avanzar a la siguiente, puede asociarlo consigo mismo, bebiendo en algún boliche de mala muerte o en un local jailón. La historia que con Carver comenzaría con una llamada telefónica en Bolivia empieza con una chupa.
3.
Una reflexión autoral nos transporta a la escena de un incidente clave en la vida de Chuño Yupanki, futbolista frustrado, migrante, divorciado, y dueño de uno de esos truficitos combativos de las urbes paceñas. Este hecho lo empujará a secuestrar a sus propios hijos y pedir un rescate, una acción digna de los autosabotajes diarios que la gente perpetra contra sí misma. Será el hijo mayor de Chuño Yupanki, un escritor por sus treinta años, quien cuente esa época recreando sus años de adolescente desde la memoria.
4.
En el texto hay pobreza, hay disgregación familiar, hay esa vida cotidiana de los sectores populares que la mayoría de las novelas prefiere soslayar; sin embargo, la mirada que cierne el narrador sobre su pasado no es una melopea a la carencia, ni una afrenta orientada hacia una posición de carácter partidario. No se trata de una literatura que se aproveche de la denuncia sino de una literatura que muestra, que extiende una baraja de escenarios matizados por la ternura, el humor y la nostalgia, un cierto cariño a épocas que ya no volverán, así como el fin de la inocencia.
5.
El lector ha ido encontrando en los capítulos de la novela frases directas, oraciones de una sola palabra, así como también párrafos conformados de una sola oración en una cadencia de proposiciones subordinadas y yuxtapuestas, ritmos que marcan el vaivén de la obra. Hay también un lenguaje poético a partir de elementos del cotidiano, un lirismo que no apela a figuras manidas sino procura crear las suyas, hacer sus propios qultis con las palabras, gatos con nombres de pokemones, equipos de fútbol con errores ortográficos, un poema al sueño azul de suburbio.
6.
El lector y los demás lectores tienen también un playlist oculto, las cumbias lacrimógenas. Es al que recurren cuando las copas han desbordado a la cabeza y sale aquella superficie de barro que las fachadas siempre suelen disimular. Una pena tan triste como el amor y el orgullo heridos. Los hombres que se confiesan débiles y patéticos. La máscara de la masculinidad despojada a botellazos o a llantos. Chuños, Abeles o Tavos que se desmoronan en la fragilidad y las lágrimas, aquello que se pretende ocultar a toda costa, detrás de todas las poses y pretensiones.
7.
Puede que al leer El Rehén uno suba a ese trufi de la literatura boliviana y lo primero que llegue a ver no sea el chofer, ni los pasajeros o las ventanillas, sino un espejo. Es ahí donde nos vemos, en las obras que van construyendo nuestro rostro escrito.
Fabricio Callapa Ramírez

