A la buena luz de los poemas de Ricardo Cox Aranibar
Una lectura del libro ‘Luz natural’, que su autor presentó la semana pasada en Cochabamba
Los poemas que encontramos en Luz natural dan cuenta clara del recorrido vital de su autor. Ricardo Cox Aranibar, bachiller en humanidades y música del renombrado Instituto Eduardo Laredo de Cochabamba, guarda e ingeniero forestal, ingeniero de montes, aportó a la academia con una tesis doctoral en turismo sostenible y territorios indígenas de Bolivia, y con otras investigaciones publicadas posteriormente. Ha sido docente universitario, y autor de varios libros relacionados con el desarrollo y el turismo sostenibles y el cuidado del medio ambiente.
Esta noche nos entrega poesía. Poesía que trae al lenguaje ciertas presencias, imprescindibles, vivas al mismo tiempo que nosotros. Los temas planteados en este libro nos recuerdan la importancia que tiene dialogar sobre ellos en este momento de la vida social y política de nuestro país y del mundo. Dialogar significa decir con verdad y oír de verdad, es decir, escuchar lo que el otro está diciendo bajando el volumen de la propia voz. La poesía presentada aquí habla de la vida y del mundo, natural en primer término, pues como el título del poemario lo sugiere, es en la extensión de lo natural donde la vida se hace posible. Es en la extensión natural del planeta donde día a día la vida germina, actúa, se extingue y, circunstancialmente, se regenera.
Hay que comprender que es en el mundo natural donde levantamos el mundo del trabajo, de las construcciones, de las relaciones, de las sobrevivencias, del cuidado, de la imaginación. El mundo natural es la única plataforma posible. Al principiar la lectura de este libro, un sentimiento de gratitud es el que se manifiesta instalando la atmósfera poética. El poeta, que siendo muy joven decidió ser guarda forestal, atiende el mundo, le presta cuidados, lo vigila, es decir, lo mira. Mirándolo, atestigua. El poema inaugural titulado “Tierra nuestra”, “roca” y “madre”, dice así en sus últimas líneas: con el tiempo eres destellos / de arcilla en nuestra piel. En esta economía de palabras entendemos lo absoluto de la consubstanciación del ser humano con el planeta que habita, con las materias y energías que lo componen y así cada partícula de cada organismo de la Tierra con el cosmos inabarcable.
En otro poema leemos: “La fronda vuela a la cima / de su simiente, / cae / a la tierra / para volar como fronda / nuevamente”. Está claro que no es necesario explicar un poema, sino leerlo: seguir su camino y movimientos. Lo que intento hacer en el texto que leo para ustedes esta noche es seguir los trazos que Ricardo Cox ha marcado en Luz natural. Y esto no es una recurrencia, lo verán, con las mismas palabras del poema que acabo de leer, el autor dibujó un caligrama, un círculo abierto. En la disposición de las palabras trazadas quiere que comprendamos que todo se mueve, como un bucle, en una correspondencia y una armonía que, no obstante, está abierta a la magnífica incertidumbre que supone un vuelo. El vuelo. Una salida. Una fuga. Una eclosión.
Los gestos y las acciones humanos, que también tienen colores propios -y no me refiero aquí a la burda camiseta de ningún partido político-, brotan de una voluntad. En cierta medida se corresponden con la lógica del universo: caos y orden, destrucción y restitución, sin embargo, más allá de la luz natural, o más bien, en absoluta correspondencia con ella, la inteligencia, el pensamiento, el espíritu se imponen: les es posible contener, nutrir, investigar, es decir, seguir las huellas, considerarlas, aprender de ellas, y hacer de la vida de lo humano algo todavía sostenible. En el sentido de esos movimientos aparece y actúa la gratitud que mencioné al inicio. En Luz natural, la gratitud envuelve las relaciones fundamentales y es expresada en las líneas que cito a continuación, en el poema a la madre: Desde tu vientre, / tímpano astral / traigo la música, guardo el silencio […]; en el poema al padre: En mi jardín dejaste […] pletóricos limones, / igual que tus consejos: aljibes verdes / del verano, / maduros soles / del invierno; y en el poema al hijo: Fuimos dos laderas / encontradas / en el cauce de / un mismo destino: / tú. Solo en elecciones meditadas de decir y elegir el tono y las palabras de lo que se dice, se abre la posibilidad de dar paso a la poesía.
Aquí, la brevedad del poema es también una elección estética, conversando con Ricardo Cox, supe que acogió la influencia que en algunos poetas bolivianos pudieron tener Eduardo Mitre y sus caligramas. Con ese aliento, nace una oda a la quewiña, árbol de estos lares, que en sí mismo contiene un cosmos. Cito: “[…] Bailarina de crespo vuelo / y fibra de diamante, / como todas las rosas. // Pollera de mil papiros / tornasoles”.
En Luz Natural, Ricardo Cox Aranibar ha trabajado con una sensible austeridad lingüística y visual, y, simultáneamente, con la emoción de la experiencia, es decir, de lo que estando vivos se conoce y atestigua. Cox Aranibar considera en sus poemas las tensiones opuestas que marcan la pervivencia del mundo: […] Me dueles tierra / arrasada sin juicio / por los colmillos / del fuego / y el acero nuestro. Y, en el otro polo, con un canto amazónico el poeta destaca la otra gran posibilidad que tenemos los humanos todos: Habitar el mundo responsablemente, es decir, con la disposición a responder por lo que se hace y, cuidándolo, buscando el conocimiento profundo y sus despaciosas, lentas estrategias que son las que en verdad animan el flujo de la vida toda, cito: He aquí el hombre / del bosque y el agua. // Espíritu y esencia / de jaguar y arcoíris // Vamos, […] como para soñar / el camino de tu pueblo, / a la loma sin mal.
Tupuraya, septiembre, 2024

