La historia, la errancia y el encuentro del Yo (III)
Tercera parte del texto que el autor leyó en la presentación de la novela ‘Yo’, del escritor boliviano Gonzalo Lema, publicada por Editorial Kipus y disponible en librerías
Las mujeres
Practicando una Defensa Francesa como Bogart en Casablanca, anticipando el Play it Again Sam, podemos distinguir dos planos: un plano del tiempo y el espacio que interpretamos como la realidad, aquello que efectivamente aparece con los demás y las cosas, y lo experimentamos desde la historia y la geografía y sus discursos y, un otro plano en que el espíritu juega sus cartas generalmente confusas, abriendo los caminos hacia Dios y lo sano. Por supuesto ambos planos se entrecruzan y las apariciones están acompañadas de la presencia confundida de la tierra y del inframundo o del más allá. Hay dos personas femeninas fundamentales en este acontecimiento del Yo, Elvira Prudencio y su hija Beatriz, la madre del Cabezón y ellas establecen los límites del primer plano que divide el relato, ese plano que se funda en la tierra. A estas dos figuras femeninas, las podemos interpretar como cariátides que sostienen la primera frontera que segmenta la historia del Yo. Ruskin en la cita extensa que inserta Proust en sus ensayos acerca de las iglesias, distingue las cariátides clásicas griegas que sostienen techos sin fatigas, de las esforzadas cariátides barrocas, hasta desembocar en las cariátides góticas, que asumen su condición terrenal aunque apuntando al cielo de la divinidad, en cierto gesto de ingravidez. Elvira y Beatriz, constituyen una suerte de Cariátides barrocas, que cargan con visible esfuerzo el peso de un mundo que se cae y, ellas, a su modo y en sus momentos, desoyen el llamado de Modesto Poma a renacer en un mundo espiritual, alejado de las rutinas ideológicas del temor y el arrepentimiento y prácticas sociales decadentes. Entonces distinguimos el segundo plano con el aparecer de María Osorio, prima de Beatriz, residente en la Plazuela Cobija de Cochabamba, la cual semejando una cariátide gótica, acoge el llamado de Modesto Poma y se va caminando a Charazani, entre cerros y estrellas y el silencio de la paz del espíritu. Lamentablemente, luego de acompañar un buen tiempo a Poma, María choca con el rito de sanación de un paciente que desaparecerá en la curación, en el camino de enfrentar a la montaña y sus voces, reiterando las preguntas que lo condujeron al abismo de los tormentos de su alma. La desaparición del tocado por un espíritu extraño, se da en la ceremonia de sanación en la cual es esencial la compañía de la comunidad, caminando detrás de Modesto Poma y su preguntar a la montaña y, en esta situación límite que no puede aceptar María, se traza una frontera que aleja a María del Kallahuaya y los escenarios de Modesto Poma y sus viajes que la acogieron desde un diálogo en la Plaza Cobija, en presencia de sus padres, hasta ese día. En este momento corresponde leer uno los momentos mejor logrados de la novela: Milagros de la Montaña. Por esa razón, estamos obligados a dirigir la vista a la figura de la escultura de Rodin, de la trágica cariátide que se muestra sosteniendo un pedazo arrancado del techo quebrado, que fue antes sostenido por ella. María terminará en un convento. Hay otras figuras femeninas que marcan el itinerario de la novela y dan sentido a la conciencia del Yo herido: La psicoanalista argentina que sienta al Cabezón en el diván y la Colorada, quien desde confusos escenarios de bohemia en Cochabamba, resulta quien posibilita el amor que brinda al Cabezón, tal vez, una salida a sus dramáticas confusiones y culpas.
El Yo, tiene varios focos, para conducir el tejido de los acontecimientos que se desplazan a lo largo del eje longitudinal de la historia, en el cual aparece y desaparece el Yo, como una sombra que surge desde la vacilante conciencia que se manifiesta como una voz en off, que desde el principio del relato va marcando el ritmo y los hitos de la novela. Modesto Poma, es claramente el alter ego de la novela, guardando al Yo de las trampas y amenazas que la vida, el tiempo y la historia disponen, como surgiendo de un destino que avanza de forma helicoidal y se acerca y aleja de un espíritu que sería custodia de la verdad. El Cabezón, al principio parece estar marcado por un destino edipiano, asumiendo una culpa oscura, pretendiendo castigar a su padre, en la figura vicaria de la persona que corteja a su madre Beatriz, casi logrando el cometido edipiano de matar al padre. Sin embargo, como el padre no está y no es más que una sombra, el Cabezón no sólo pretende guardar a su madre del padre abusador y, por esa razón, es tal vez un Hamlet, que quiere alejar al padre vicario en la figura del pretendiente de su madre, que la está alejando. La psicoanalista argentina, pretende que el Cabezón hable, desde el diván del psicópata, pero éste se resiste hasta donde puede, aunque la figura atractiva y fina de la psicoanalista rompe algunas resistencias.
Javier Marías recientemente desaparecido, afirmó que la literatura es una forma de pensamiento y , seguramente no estaba exagerando, porque al leer una novela de Thomas Mann o algún tratado de Heidegger, nos asomamos de modos diversos, pero desde una única búsqueda de sentido a nuestras vidas. ¿Qué se puede decir? ¿Qué puede tener sentido al escribir o al leer? ¿O leer es solo repetir los gestos vanos que ya anunciaron desde siempre, que todo está dicho o que no se ha dicho nada aún? Parece cierto que el Arte ya se hizo en Altamira y ahora se lo reproduce y comenta.
En el umbral de la narración, el narrador desliza este hermoso párrafo que presenta a Modesto Poma y sus ritos.
“…. Los ritos se parecían a una actuación. Eran parte del teatro. Dejar de ser uno para ser otro. Había que crear el clima propicio y luego el convencimiento total, la hipnosis misma que permitiera hacer uso de la voluntad del enfermo para husmear en su propia intimidad y buscar el mal con ayuda de los espíritus. Y desenraizarlo. Arrancarlo de cuajo para echarlo al fuego. O enterrarlo. O dejarlo irse por el mal aire. Y, en su lugar, sembrar salud. Esperanza. Renovar la vida, pero con el bien.”
El postrer párrafo de la novela explica el ovillo, constituyendo una nueva entrada.
“Su propia historia comenzó con uno de estos señores. (“Se llamaba Luis Claros y era un borracho de la bella plaza de Mizque”). Que se fue a la guerra sin conocer a Beatriz. ( Vale la pena recapitular? A mí me parece que no. Ya ha quedado clara toda la historia”.) Todo lo que se vino después fue a consecuencia de ese hecho esencial.
Se puso de pie para caminar rumbo a la colorada embarazada. Comenzó a correr.”
La Colorada, el Puerco Espín Colorado, la pareja del Cabezón, surgida de escenarios confusos de bohemia, esta suerte de Janis Japlin sin atributos, nos va a permitir salir de este laberinto de ideas, pues queda embarazada. El amor entre el Cabezón y la Colorada , no surge del erotismo auspiciado por el misterio y la maravilla del encuentro entre dos seres que entrecruzan sus vidas y sus soledades, pues se trata de un amor fallido, desapegado y triste, desconfiado, al asecho del error que precipitará el rompimiento y ahondará la soledad. El Cabezón va encontrando sentido a su vida, en cuanto yo que se abre al tú, al nosotros, genuinos, a esas formas en que el yo asume su íntima y verdadera pertenencia a una comunidad y no identidades falsas provenientes de ideologías que inventan ficciones de sociedad. El Cabezón y la Colorada, sin nombres propios como tales, se quiebran sucesivamente, en el infortunio de sus laberintos y reflejos y por la imposibilidad de descifrar las confusas imágenes que señalan sus existencias oscurecidas desde culpas no necesariamente propias. Sin embargo, parece que al final de la novela, demorados por las preguntas no pronunciadas o soslayadas o no respondidas, a pesar de los cuerpos oscurecidos por el silencio del tiempo y su condenación, algo permite que se abra un umbral de sentido, por el milagro de ser padres, que enfrentarán el Cabezón y la Colorada y parece que, a pesar de todo, a pesar de sus abuelos y de sus padres, a pesar de Bolivia y su rompimiento y desaparición nunca acabados, el amor, la ternura, la esperanza y la solidaridad son posibles, aunque nosotros mismos seamos imposibles.

