Dos lecturas de ‘Animal Print’, de Mónica Velásquez
Estos textos fueron leídos en la presentación en Cochabamba del nuevo libro de poesía de la autora boliviana, publicado por Plural Editores
«¿Cómo se danza esto?»
Juan Malebrán
1.- ¿Será acaso cierto que es en el poema donde la palabra ensaya su propia desdomesticación? ¿Que es en el verso donde vuelve efectiva la distancia frente al rebaño de la comunicabilidad? Ted Hughes cuenta que, cuando el entusiasmo por capturar peces y pájaros comenzó a menguar, no pudo más que escribir poemas. Poemas animales, poseedores de vida propia, incluso por sobre la de quienes los escriben. Poemas bestias, como los de Varela, Bishop o Moore. Palabras jalando de la soga y la estaca cual perro [mustio lobo] en el esfuerzo por liberarse de la voz que lo nombra.
2.- ¿Será acaso que es en el poema donde estas [las palabras] se niegan a ser sometidas bajo el yugo del utilitarismo, y baten sus fauces y se sacuden rabiosas? Y si fuese esto cierto, ¿por qué el movimiento del arado al llegar a su borde y a su retornar encabalgado sería versura por excelencia? ¿Habría en esta práctica dominio del potro ayer salvaje y no, justamente, negativa ante el amansamiento? ¿No será sino en el poema donde mayor destreza se requiere a la hora de domeñar el lenguaje?
3.- estuve guareciéndome en los signos, escribe Mónica, y desde ahí es y no, cada una de las especies que transitan, asoman y desaparecen tras el camuflaje de la alteridad. Desde el espacio mismo de la metamorfosis para rehuir la transparencia sintáctica, como rehúye la luz al interior del madero la termita, la negra mariposa (…) carnicera como la noche.
4.- Ver y ser vistos a través de un ojo que también se animala, para luego ser un mulo al borde del abismo y preguntar si habremos sido parte del plomo que dios ató a su faja, a su garganta, a su rebuzne. Porque la voz no se da, no se supone por otro, simplemente se habla: víscera, carroña, cigüeña, hasta que el poema enrojece o hasta que el cuchillo lo corte sin respetar versos, ni barbarie. Oír y ser oídos, si se quiere, y en medio de la intemperie arroparse en las vocales.
5.- quédate larva a ras de piso, parásita contra la exigencia de una forma finalmente útil. Indócil como el poema, incapaz de sortear la violencia de un decir medidamente animal.
6.- Estampa y soporte este libro: papel con su gramaje, opacidad, gerundio sobre una mesa queriendo ser árbol y a la vez pensarse otra mesa — la de Ishigami, por ejemplo. Materia, arquitectura, ligereza, bordes infranqueables entre poema y natura, pero también tala y el sonido de un hacha, apenas nombramos el bosque.
7.- ¿Será entonces la palabra en el poema, al ensayar su desdomesticación, algo más que gesto? ¿Saltos de gallina ante la ilusión del vuelo? ¿Un mosqueo bucal en cada silabeo? ¿Un toro salvaje — cómo no — torciendo su bravura como tuerce el verso su espinazo en el rodeo de la lengua?
8.- Pueda quizás Mónica volver sobre cada una de las criaturas presentes en estas páginas y ofrecer algunas pistas al respecto.
Poética de la desconfianza: Animalidad y lenguaje en ‘Animal print’
Roberto Oropeza
Animal print, de Mónica Velásquez, es un poemario/animal que ha perdido su refugio y solo encuentra jaula y enfermedad. En este libro, el lenguaje está enfermo: ya no protege, no consuela. No sirve. Lo que antes era amparo, aquí es sospecha. “Lenguaje no hay”, se lee en uno de los textos, entonces, ¿qué queda?
Gruñidos, saliva, dentelladas.
Los textos se ardillean en un verbo, o permiten el surgimiento de una cocodriz. Hay una pulsión de cuerpo en celo, pero no de erótica sutil a contraluz, sino de jadeo y espuma. Lo sexual se mezcla con lo salvaje. No hay seducción, hay amenaza.
Una pregunta envuelve el instinto de Animal print: ¿hasta qué punto el lenguaje tiene colmillos, pelaje y rabia?
Se olfatea enfermedad, una desconfianza del lenguaje que ya no es refugio. Se constata su fracaso. En este sentido, resuena El llamado de lo salvaje de Jack London, donde Buck, un perro robado y vendido a buscadores de oro en Alaska, abandona su vida tranquila para convertirse en líder de una manada de lobos y cazar finalmente al hombre, su última y más valiosa presa. Así, Buck se enfrenta y elimina al generador del lenguaje, abandona todo por el aullido, la carrera con la lengua fuera, el olor a sangre. La palabra es materia viva, saliva y baba; el lenguaje es la estructura, la jaula, la trampa.
¿Cómo quebrar esa cárcel y dejar que lo de adentro se encienda?
En varios poemas, la forma será la de lanzar al verbo para inaugurar el verso. Este gesto encerrará un significado potente: el recibir una dentellada al dar la mano, la herida es el saludo al lector. Así, el poema se desenvuelve y desova. Los versos entre paréntesis —una suerte de complementos de la imagen, o de comentario aparte— tendrán un dualismo entre lo humano y lo animal.
A modo de suspiro entre presas, Animal print muta en la aparición de “materiales de la escritura”, que son textos en prosa sobre el oficio de escribir. En estas secciones se habla del gramaje del papel, del circuito de la escritura y del lector. Estas pausas funcionan como interrupciones en la intensidad del poemario, invitando a la contemplación y al registro consciente de la labor creativa.
Por otro lado, el poemario está surcado por varias huellas y rastros. Velásquez deja pistas a lo largo de sus páginas; algunas resultan esquivas, otras brillan con nitidez:
“pretendo permanecer mutando
engordada de otro, parásita
nada de mariposa a lo Mcqueen”
Animal print, al igual que el trabajo del diseñador, vuela por los nidos de la ira, la violencia y la sexualidad desatada; mezclando lo salvaje con la fascinación de la transformación. Entonces, ya no hay lobos, ahora son aves, ahora son esqueletos de aves, ahora son truenos. Lo único que permanece intacto es el instinto.

