¡Vista al mar! (cuarta parte)
Esta narración testimonial del periodista e historiador boliviano Carlos Soria Galvarro se publicó por primera vez como folleto en 1982. Posteriormente fue recogida por Eduardo Duschatzky en un libro sobre Bolivia publicado en Buenos Aires, ese mismo año. También en versión portuguesa en el suplemento cultural de “O’Diario” (Portugal) en enero de 1983. Se hizo una segunda edición en 1993 en La Paz con un prólogo explicativo, varios anexos documentales y fotografías, en formato de pequeño libro de 122 páginas. Por tercera vez se publicó en el libro RE CUENTOS (La Paz, 2002), recopilación de trabajos dispersos del autor.
Pero no pasa nada. Otra vez vista al mar, en fila carajos, mirando al suelo, nos sacan del laberinto de edificaciones… Estamos próximos a la calle, hace mucho frío, el amanecer puede estar cerca. Agujas de luz, motores funcionando, órdenes, gritos. De nuevo las ambulancias ¿dónde nos llevarán…? Si la intención es eliminarnos quizá este no sea el lugar elegido… ¿Qué ha sido de los que fueron sacados antes que nosotros…? Las descargas que escuchamos después de cada salida, no eran producto de la imaginación, no. Sin embargo, nos llevan… ¿a dónde?
Tendidos en el piso metálico, tratando apenas de adivinar la ruta emprendida, podemos sospechar cualquier cosa, hasta la más extravagante… ¿Chuquiaguillo?… ¿Munaypata?… ¿Alto Lima…? Después dirán que caímos en combate, que las-fuerzas-de-seguridad-restablecieron-el-orden… ¿o ley de fuga?…
La verdad es que hay muchas formas de deshacerse de los muertos, cuando no se tiene que rendir cuentas a nadie, cuando se posee el poder absoluto y espantoso de la fuerza, cuando se es dueño de la noche y señor de las tinieblas… (hay tantos relatos, como el que los trabajadores fueron arrojados a los hornos de calcinación en la Masacre de Uncía de 1923)… Puede ser el lago, o la selva (en 1967 a “Bigotes”, Jorge Vázquez Viaña, dicen que lo sacaron del hospital de Choreti y lo arrojaron desde un helicóptero).
Nos tienen en sus manos, nadie puede hacer nada por nosotros (después sabría que hasta insultaron al Arzobispo Jorge…)
Balanceas una vez más tus posibilidades. La incertidumbre se agiganta: es mejor repetir mentalmente la frase que has elegido para el instante final…
¿En cuál de las esquinas próximas nos aguarda el desenlace…? ¿O será que primero quieren interrogarnos…? ¿Estás suficientemente preparado para esa prueba? Te la imaginas, claro, te la has representado muchas veces para saber si eras capaz de soportarla. Pero esta sería la primera ocasión de experimentarla en carne propia Sería tu debut en la materia (estrenito, pajarito nuevo, dijeron después cuando te sacaron la capucha para empezar)… Tendrás que aguantarlo todo… ¿no estabas acaso dispuesto a morir…?
Seguimos subiendo y deduzco que hemos dado la vuelta por la plaza Uyuni, Chuquiaguillo estaría pues descartado… Hace muchos años hice este mismo recorrido… pero en sentido inverso. Y que ironía, también en una ambulancia… La cosa fue así:
Un camarada, siringuero tuberculoso, requería sangre para una transfusión… cuando me presento como voluntario en el Hospital del Tórax, me dicen que el tipo “B” no se conserva bien, que mejor deje mi dirección, que le darán a mi amigo la sangre del banco a condición de yo reponerla cuando la necesiten… que firme una boleta de garantía, es sólo una formalidad… Yo, conspirador empedernido, no tuve más remedio que dar mi dirección auténtica… Pasaron las semanas y olvidé por completo el crédito de sangre que había suscrito… andaba sumergido en el fervor universitario que esos días se volcaba a recuperar el petróleo y defender el gas… el gobierno llevaba a la gente al confinamiento, a Ixiamas, Puerto Rico y Alto Madidi. Allí estaban, entre muchos otros, René Zavaleta, Marcelo Quiroga Santa Cruz, Ramiro Barrenechea y Eliodoro Alvarado. Las detenciones eran el pan de cada día… Una tarde cualquiera, ruido de motor y bocinazos junto a mi habitación, mierda dije, vienen por mi… salgo al patio corriendo con la idea de saltar por el muro del fondo… frenéticos golpes en la puerta mientras vociferan mi nombre, un hombre de bata blanca se introduce sin esperar respuesta e intercepta mi fuga… ¡Necesitamos sangre del Tipo “B”, estamos operando…! De la sorpresa y el susto, paso al gozo… en instantes la ambulancia se abre camino de bajada con sus estridentes argumentos… yo voy sentado junto al de la bata blanca, me río de mi sobresalto y ostento un aire de satisfacción, ayudaré a salvar la vida de alguien que no conozco.
Tiene gracia… ahora voy en sentido opuesto, desandando el recorrido que hice en aquella ocasión, tal vez hacia mi propia muerte.
Como quiera que sea, este capítulo debe estar por terminar… ¿viviré para contarlo…? Siempre vista al mar nos han bajado de los vehículos, no se dejan ver los rostros… una luz mortecina, piso de cemento, pared húmeda y carcomida. Toman datos, nuestros nombres, direcciones, en qué partido militamos… nos empujan en fila hacia el interior… se abre una enorme puerta metálica (después sabría que era la de la celda Nº 10)… Nos empujan introduciéndonos en la obscuridad. Un torrente de aire tibio, húmedo, con olor a respiraciones múltiples, me envuelve completamente… Cuando oigo el cerrojo asegurándose con estrépito a mis espaldas, tropiezo con varios cuerpos… voces apagadas, manos, muchas manos fraternales… ¿Dónde estoy? , me toman del brazo.. ¡hermanito!
Es como salir del fondo de un pozo, profundo y lóbrego. Como despertar de un mal sueño (después me enteré que fueron más de 17 horas continuas). Estuve lado a lado de tantos compañeros, pero compartimentado, amurallado como ellos en una incomunicación total, absoluta… no hablar con nadie, no moverse, sólo pensar solitariamente, encerrado a la fuera en el interior de ti mismo… y con la muerte rondando por la caballeriza… Acá, en la negritud de la celda se restablece el vínculo humano… es como regresar a la vida… Puedo hablar, me preguntan… compañero… ¿dónde están los demás?… ¿quién eres?… ¿alguien a visto a Simón?… ¿dónde estamos?…
Busco un espacio libre para acomodarme sin pisar a los otros. Tiene que estar por llegar la madrugada…
Acabará la noche, a pesar de todo, y desde cualquier rendija podremos otra vez sentir la luz de un nuevo día…
Carlos Soria Galvarro

