‘Viaje al tiempo’, a las 8 pm en el Jazz Stop (I)
Primera parte de una crónica de La Ceremonia, un micro festival organizado por la productora cochabambina Bajo Cero, donde tocaron bandas emergentes de la ciudad
El sábado 4 de enero, la ciudad estaba anegada, gris y en este marco melancólico, en el sofocante espacio del Jazz Stop, viví una experiencia mágica en el Festival “La Ceremonia” organizado por los muchachos de Bajo Cero.
Quería llamar a esta crónica “Anatomía de la melancolía”, título prestado a una conocida obra de un tal Robert Burton, autor que decía padecer esta afección tan espantosa similar a la psicosis maniaco depresiva. No, titularlo así no le haría honor a lo que sucedió aquella noche en ese festival. Más exacto sería decir que el suceso de ese sábado lluvioso estuvo más cerca de un viaje al tiempo que a la oscilación depresiva. Creo que retrata con mayor exactitud lo vivido esas horas.
El line up del festival era infalible. Para empezar, Bluu y los Últimos Glaciares, uno después del otro, una propuesta potente como inicio; Camilo Caetano, a quien reseñe anteriormente, y que, esa noche, me hizo vivir el mejor concierto de mi vida, dos bandas locales nuevas Kellen, quienes desataron una insólita versión de mí y “Casualmente Planificado”, con una más que interesante puesta en escena.
En todo caso, la joya de la corona se la llevaban Los Sueños Modernos. Luego de cinco años de ausencia anunciaban un concierto de reunión. Creo que eso despertó a los fanáticos más rancios que, como osos que hibernaban en algún sueño eterno, fueron al festival para ver a la banda y no tuvieron ningún reparo en juntarse con la nueva fauna, atraída por las bandas más jóvenes. Ellos también, vivieron la experiencia de escuchar a los sueños.
A veces pienso: ¿Cómo algo tan pequeño puede atraer con ese magnetismo y dejarte en una especie de subyugación y admiración? Les paso a los más experimentados también. El Jhonny, bajista y cantante de los Glaciares, por ejemplo, quedó sorprendido la primera vez que los vio. Él ya era bajista de Passto y, sin embargo, le gustó tanto la tocada que no tuvo reparo en contactarse con ellos. Con esos niños (los Sueños) que apenas tenían unas cancioncitas en sus precarios canales de YouTube. Pero el EP que grabaron tiene temazo, tras temazo. Son canciones que tienen su mística. “Al menos dejan algo, la mayoría no dejamos nada” les digo y se me ríen. Creo que no captan la intensidad de su propia creación.
La música de los Sueños Modernos me evoca una cierta sensación melancólica. Quizás porque son canciones grabadas en mí, como un recuerdo. En portugués el mejor termino para ello es “Saudade”, son recuerdos que evocan una tristeza linda como de tiempos mejores en los que uno era un poco más ingenuo.
No creo ser el único que ha percibido eso en las canciones de los sueños. Escribe el Bluu en una historia, el 31 de diciembre en la noche, que está en armonía con su yo adolescente de 15 años. La banda se ríe. “Los sueños no tan modernos”, dicen en alusión a su ya no tan puberta facha, pero lo que importa no es la apariencia, sino esa sensación que provocan de que uno puede llegar a su propia infancia en una pista de unos cuantos minutos.
Son acordes que te transportan a otra época. A mí en lo particular me transportan al 2018, cuando los escuche en vivo en el primer Nuson en el parque Lincoln. Fue su segundo show y fue horrible, sin dudas, pero era una época linda e ingenua, en la cual un grupo de “loquitos”, de lunáticos y raritos experimentaban y buscaban hacer algo nuevo, creyendo que con solo presentarlo a una sociedad tan pacata como la nuestra, esta se conmovería y eso iba a germinar como un hongo. Era algo inocente. Imagínense esa visión, en el parque más cercano de su casa, está caminando, paseando al perro, haciendo jugar al hijo y de repente escucha una guitarra que está más cerca de una experiencia lisérgica, al estilo del final de 2001 Odisea del espacio, que el típico mix de reggaetón. Y alrededor de esa música espacial esta un grupo de punkis y extravagantes bailando solos y como pueden. Vaya espectáculo digno de ver.
El otro día vi una cita muy compleja sobre el punk rock que no recuerdo exactamente pero que ponía en el origen del movimiento a la inconformidad de una clase media apagada y monótona. Bueno, concordaran conmigo que estas bandas (Los sueños modernos, Las Chicas Delfín, Los Últimos Glaciares, Los Amantes Secretos, Passto, etc) son indefinibles, entonces no podría decir que son punk, pero algo tienen. Estos músicos poco convencionales, estaban hartos de escuchar lo mismo y empezaron a experimentar como pudieron. En ese ejercicio salieron joyas que evocan saudades en varios corazones.
El mío, por ejemplo. Una persona hace poco me dijo que yo, que me había burlado de la cantidad de dinero que gastó para ver a la banda argentina Airbag, era un envidioso y jamás vería a mis bandas favoritas. No lo soy. Las he visto en algunas ratoneras de esta ciudad por 10 pesos y he sido feliz. Quizás lo mío no es tanto la grandiosidad, sino la intimidad. Debe ser increíble ver a una de esas grandes bandas favoritas de todo el mundo, pero mi punto es que todo germina de un pequeño lugar y ahí esta lo autentico. En todo caso, reconozco que no debí haberme burlado de Airbag, ni de esa persona, ni de gastar la plata como uno quiere. Si está leyendo esto, aunque lo dudo, le mando mis disculpas. Poco a poco uno va cambiando sus percepciones.
He cambiado mucho. Recuerdo que en ese tiempo toda la movida me parecía atractiva, pero no me acoplaba del todo. Estaba por fuera, en el momento en el que, podría decirse, estaba en su parte más alta. Melancólico estaba sin duda, sin embargo, no eran saudades lo que tenía. Por el contrario, estaba emputado, molesto, aburrido de absolutamente todo. Vivía lo que podríamos llamar, una transición a la vida adulta y odiaba esa mierda. Por tanto, era caldo de cultivo para convertirme en un punki del estilo aficionado, como digamos podría ser. Hoy me llevo mejor con eso de la vida adulta, pero no del todo aun, por suerte. Sin duda me perdí de mucho, pero no de todo. Hace poco me encontré con el Pedro Borda, mi contemporáneo, que hizo el camino contrario como todas las personas normales: terminó la fiesta y se fue a su casa, por lo que algunas bandas nuevas no le llamaban la atención. Yo hice al revés: terminó el acto principal y entre a la fiesta. Soy un rarito también.
Javier Sandoval
Psicólogo y escritor

