Un actor/terapia contra la muerte
“Hacer teatro presencial es un acto de resistencia y de homenaje a los que ya no están”, así arranca la velada dominical en el Bunker (calle Uruguay, junto a la terminal de buses de La Paz, 40 bolivianos). Antonio Peredo estrenó La muerte de un actor en 2011 y en este julio/agosto ha decidido reponerla con algunos cambios y kilos de más (hoy domingo 8 es la última función matinal de una temporada de cuatro fines de semana).
La muerte de un actor es un monólogo/”stand up”/terapia con técnicas de “clown”; interactuación con el público (la mañana del segundo “finde” éramos doce); homenajes al teatro; uso del cuerpo como herramienta; humor; y reflexiones sobre el oficio de la actuación y esa señora inevitable llamada muerte. Sobre el escenario solo vemos una vieja maleta, un taburete, un reloj, dos zapatos, algunos sombreros, una “pitita” para un bloqueo y una nariz de payaso pegada a un actor.
El personaje de Peredo tiene un amigo llamado problema; tiene a un actor adentro de sí, una persona que se desdobla, dialoga, triunfa y alcanza la fama. Por fin, es un actor famoso de cine. Pero un día las luces se apagan y se queda sin nada. Entonces sale a la calle para gritar: “actor barato, pase, vea sin compromiso, pase”. Y así regala tres probaditas y hace de Vladimir/Estragón esperando a Godot; recita a Calderón de la Barca y sus sueños; y charla con la calavera de Hamlet.
La muerte de un actor nos trae palabras e imágenes; palabras como encierro y miedo al rostro que no veo; como amor, esa palabra que la dices y deja de existir; y como la peor de todas, muerte, ese final de tiempo. En estos meses de enfermedad, Antonio Peredo ha decidido que tiene que morir de nuevo en escena -”una hora de vida tengo”- y sabe que para que algo nazca, algo tiene que morir.

