‘Un abrazo en el Chaco’: solo Dios se acordará
Una reseña de la nueva película de la realizadora boliviana Marisol Barragán, que combina animación por recorte rasgado de papel con live-action. Se exhibe en la Cinemateca Boliviana hasta el 19 de junio
“Un abrazo en el Chaco” es un despropósito, una juntucha, un engendro. Marisol Barragán pretende una obra híbrida entre la animación por recorte rasgado de papel y personajes de carne y hueso. Los recortes animados sirven para llevarnos a la guerra del Chaco Boreal; la ficción nos traslada a La Paz de los sesenta, al hogar de una familia con abuelo benemérito y nieto curioso. Ambas historias no se encuentran nunca.
“Un abrazo en el Chaco” pretende ser un homenaje a los defensores del Chaco. Pero suena rancio. Lanzar loas a la disciplina y el valor de los militares -en el papel de un personaje interpretado de manera plana y maniquea por Agustín “Cacho” Mendieta- roza la lámina estudiantil, el discurso patriotero/desfasado.
El guion de Marisol Barragán es sumamente endeble. Ni que decir la nula dirección de actores, la ausencia de montaje, la caótica estructura, los fallos de continuidad, las interpretaciones actorales (solo se salva Agar Delos)… Barragán, solvente en sus anteriores producciones de animación (como “Paulina y el cóndor), naufraga estrepitosamente por falta de pericia en el cine de ficción.
Para disimular la falta de brújula, se juntan “cosas” en el peor de los sentidos: una minipelícula documental con la figura del general Paz Soldán recordando sus batallas aéreas; una lectura del diario de campaña de Marzana; una alabanza a la defensa de Boquerón y a los cadetes de los tres pasos al frente; un conflicto familiar sobre la ausencia paterna/materna; unas imágenes hermosas de registro documental (inéditas) del regreso de los soldados (la mayoría indígenas con poncho) tras la firma de paz; una inverosímil pesadilla del niño protagonista…
Por tener tiene hasta groseros errores históricos: Hernando Siles no era el presidente de Bolivia cuando estalló el conflicto bélico. Y los izquierdistas no eran llamados así porque se dispararan en la mano izquierda para salir del frente. Diálogos/líneas como “¿por qué te pones triste al hablar de la guerra?” envuelven a la película en un tono de lástima, de lamento boliviano, mientras suena “Boquerón abandonado”.
La romantización de la guerra y la apuesta implícita por el olvido son otros lastres de una película que no levanta ni con una tonelada de “Mejoral”. El forzado “final feliz” con el abrazo (animado de soldados bolivianos y paraguayos; y de la familia sesentera) es la cereza de una torta indigesta. De este pequeño infierno (los escasos 57 minutos de metraje se hacen más largos que un día sin pan) solo Dios se acordará.
Post-scriptum: “Un abrazo en el Chaco” es el tercer estreno de cine boliviano en lo que va de 2024. Y estamos en junio. La ola del PIU se ahogó en la orilla y la falta de apoyo estatal ha provocado esta sequía que no cesa. Como se acercan elecciones veremos pronto otro programa y en unos años tendremos más películas nacionales en pantalla, siempre cerca de la coyuntura electoral, siempre lejos de una política real de apoyo al cine boliviano.

