Trece ataúdes para Valcárcel
Sobre “Legado: homenaje a Roberto Valcárcel”, exposición ‘in memoriam’ al artista plástico que falleció el pasado 25 de julio. La muestra se mantiene abierta en el Museo Nacional de Arte, en La Paz, hasta el viernes 20 de agosto.
El óleo de 1997 tiene tres palabras sobre fondo amarillo: Oportunista/Corrupto/Amnésico. El título dice: “Homo politicus boliviensis”. Es el primer cuadro de “Legado: homenaje a Roberto Valcárcel (1951-2021)”, la exposición “in memoriam” del Museo Nacional de Arte. El siguiente cuadro en la Sala Taypi Qhatu es un homenaje a Salvador Dalí. También tiene tres palabras sobre fondo amarillo: Grotesco/Delirante/Sublime. Luego vienen dos fotografías en blanco y negro (“Sín título”): en una de ellas, las lentes de la chica que mira están tachadas, anuladas. “El nacimiento del espectador solo es posible gracias a la muerte del autor”, dijo una vez el gurú del postmodernismo, François Lyotard.
Un óleo sobre madera de 1979 llamado “Vertiente política” es la próxima estación de la muestra. En el medio de la obra, hay otra palabra y una exclamación: Bolivia! “Nada tiene significado propio, el arte tampoco”, decía el artista paceño/cruceño que invitaba a reflexionar sin moldes ni criterios.
En el fondo de la sala, esperan como la muerte, doce ataúdes multicolores armados en círculo. Es “El fin de los márgenes”, una instalación que estuvo en el hall central del Museo de Arte Contemporáneo de Santiago de Chile en abril de 1996. La etiqueta del “emeneá” simplemente dice: “Círculo cromático. Madera policromada 1996”. Valcárcel, como el Cid que ganó batallas después de muerto, sigue provocándonos desde el más allá humilde: no nos transmite un mensaje, trata de invocar un sentido/significado dentro de nosotros mismos, de generar procesos mentales, de ayudarnos a ver el mundo de otra manera, de percibir la muerte como un círculo conjunto/unido de mil colores.
Una explosión de color/un óleo de enero de 1985 llamado “Homenaje a Villanueva”, una muestra de arte póvera (“Parte para bicicleta, Regimiento N.R., 4237 A”) y un retrato en tinta de 1982 (sin título) cierran la muestra en la sala principal. Junto a la entrada a la Villa de París, espera el último ataúd, el número trece, es “El significado de las artes visuales”. El féretro es la muerte del arte con seis sillas y cubiertos preparados para el banquete de despedida. En un margen (y a través del video), Valcárcel nos sigue hablando de arte. El artista conceptual se consideró asimismo como un “buen explicador de las cosas”. Valcárcel fue aquel que aspiró a dejar de ser autor; aquel que hizo arte para abandonar las verdades absolutas/creencias eternas; aquel que vivió para sepultar las añoranzas del arte boliviano.
¿Esos féretros y esas sillas de madera son arte? Funcionan como arte en el momento en que el observador otorga un significado. Si la ciudadanía consigue tener una lectura propia de las cosas, la herencia de Valcárcel tendrá un sentido. Lo que siempre quiso y enseñó el maestro se resume en esta frase de Octavio Paz: “la obra de arte es aquello que convierte al observador en poeta”.
Una fotografía en blanco y negro, de perfil, despide al visitante. Es Roberto Valcárcel – introductor del arte contemporáneo boliviano- mirando algo, agudizando mente y cuerpo, haciendo lo que siempre hizo a lo largo de su vida: pensar por sí mismo, ser libre. Trece ataúdes no van a ser suficientes para sepultar ese legado. El arte no ha muerto, Valcárcel tampoco.

