Soledad cósmica
Una reseña a la película Ad Astra, protagonizada por Brad Pitt, que se encuentra en la cartelera nacional.
Junto al Joker de Todd Philipps, ganadora del león de oro en Venecia, se estrena en nuestras salas otra de las películas que fue parte de la selección oficial en competencia de dicho festival, Ad Astra, del interesantísimo cineasta norteamericano James Gray. La estridencia mediática que ha generado la primera, y la naturaleza de la segunda (aunque tenga a Brad Pitt como absoluto protagonista), augura una corta vida en salas para esta nueva aventura espacial. Sin embargo, una película como esta vale la pena ver porque puede, en su sencillez, llevarnos con facilidad por diferentes matices y emociones, de una intensa y quebrada relación filial a una reflexión sobre la sociedad y política posmoderna, a esto se puede añadir un cuidadoso trabajo de fotografía a cargo de Hoyte Van Hoytema (Interstellar, 2014) que exige imperiosamente ser visionado en salas de cine.
Una de los primeros aspectos que llama la atención es que Ad Astra nos da una cierta sensación de déjà vu, no es una, son varias las películas que nos vienen a la mente, por ahí se cuela un clásico de la literatura, un cuento, y una serie de referencias y aunque esto podría debilitar en alguna manera su propuesta creo que finalmente la hace más atractiva ya que la factura cinematográfica que logra Gray en todas sus dimensiones es notable. Es inmediata la conexión, por su materialidad visual y la construcción de esta especie de sub genero (cósmico-existencial), con películas como Odisea del espacio 2001 (Kubrick, 1968) o Solaris (Tarkovsky, 1972), si hablamos de obras canónicas, High life (Denis, 2018) o El primer hombre (Chazelle, 2018), más recientes en la memoria. Sin embargo, y siendo menos obvios, la película encuentra una peculiar relación con el universo reciente de Terrence Malick, especialmente con El Árbol de la vida (2011), de ahí tal vez una extraña reminiscencia al observar el rostro de Brad Pitt, siempre en planos cerrados, reflexionando en voz en off sobre su padre, sobre su vida y su futuro. La similitud va más por el tono, por la atmósfera evocativa, inevitablemente emotiva, por el uso de flashbacks que fluyen indistintos con el tiempo presente de la película. Estos recursos expresivos que Malick usa para apelar a lo divino, o trazar líneas entre el hombre, su existencia y esa idea de lo trascendente, en Ad Astra, adquiere un tono más mundano, mínimo, pero potente a la vez, es decir, cuando sus protagonistas levantan la mirada a las estrellas, aunque lo anhelen, no ven a creador omnisciente, se ven a ellos mismos en su soledad absoluta. Como en Solaris, Odisea del espacio o el cuento El centinela (Clarke, 1951), que inspiró parte de la película de Kubrick, la historia de Ad Astra arranca con una búsqueda: sabemos que Clifford McBride (Tommy Lee Jones) ha dedicado toda su vida a la búsqueda de vida extraterrestre y que su hijo Roy (Brad Pitt), también astronauta, ahora debe dedicarse a buscarlo en algún confín de nuestro sistema solar. Luego de establecer esas premisas, la película plantea un nuevo camino, de esa búsqueda, de ese deseo o empresa titánica sólo veremos sus desechos, su miseria, en ese punto, Ad Astra logra acercase más a El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad que a una odisea espacial propiamente dicha, de hecho, el director ha mencionado esa influencia, y creo, si hablamos de distancias, con la tremenda novela y su correspondiente adaptación fílmica 1979, Ad Astra podría coexistir en el mismo espectro aunque a una distancia considerable.
A momentos me da la impresión que Roy podría buscar a su padre en cualquier lugar, en la selva, en un extraño punto del planeta o incluso en sus recuerdos, y la historia se podría articular de la misma forma. Las distancias inmensas de días y semanas son también distancias emocionales pues navegamos en el universo interno de los protagonistas. Claro, el espacio, ese magma interminable del que conocemos poco o nada, ese lugar donde nuestra vida se atomiza y dónde perdemos todo asidero, es el marco ideal para escenificar las angustias de un personaje como el que interpreta Brad Pitt, un soldado que nunca ha pasado de 80 pulsaciones de ritmo cardiaco, centrado, riguroso, de aparente desconexión emocional, en él, las emociones son también toda una odisea. De hecho, Gray logra en puesta en escena y Van Hoytema en fotografía, hablar de lo humano, de lo animal, en espacios emotiva y físicamente vaciados de vida. El resultado es un contraste sorprendente. Lo interesante en Ad Astra es fluctuar entre estos dos espacios, uno, sobrecogedoramente inabarcable y majestuoso como el cosmos y otro tan mínimo y doméstico con un hombre sin padre. Ambos espacios logran encontrarse en lo esencial. Los elementos que suman en este esfuerzo son sutiles, como la trama, por eso deben ser atendidos con cuidado, desde los colores y formas de Van Hoytema, hasta los acordes del score de Max Richter, que incluye interesantes piezas musicales como Says de Nils Frahm.
Esta historia tan poco robusta en entramado narrativo y a momentos tan ensimismada como su personaje, arroja, sin embargo, algunos niveles de lectura más. Roy McBride es también el producto de una sociedad, de una idea de progreso. El título es una clave. Ad astra per aspera en latín “llegar al triunfo o la victoria a través de las dificultades”, es una acepción que a lo largo de la película se degenera en la conocida frase “el fin justifica los medios”. Clifford McBride, el padre ausente, es una especie de héroe nacional, un ícono que el país construye para reforzar su identidad, y por “construye” quiero decir inventa. Hoy, en el ámbito global, cuando la palabra “progreso”, ese anquilosado y perverso concepto, es nuevamente el fin, y se le asocia además con el futuro nacional, es importante reflexionar cómo confundimos fácilmente la megalomanía con las buenas intenciones, el narcisismo con el desprendimiento altruista e inventamos mesías para ocultar verdades. La película brinda los elementos para realizar esta reflexión desde el texto que aparece en pantalla en el minuto 1 de la película.
A estos males se puede agregar el cuestionamiento a la insana costumbre actual de evadir la tristeza, la rabia o cualquier sentimiento considerado negativo para lograr el éxito. Roy, en su examen psicológico semanal, repite como un mantra “estoy calmado, sereno, estoy listo para irme, solo tomaré decisiones pragmáticas, no me permito ninguna distracción”. Aquí el director cuestiona qué es lo esencial finalmente, qué hacemos o a dónde vamos como humanidad, qué buscamos, ahora que los dioses ya no nos quitan el sueño y al mismo tiempo hay un renovado fanatismo religioso, ahora que pocas cosas parecen imposibles, ahora que miramos adelante mientras volvemos atrás, ahora que solo cabe ser pragmático y enfocado. Gray nos dice que, en cierto punto de nuestro camino, estamos buscando algo que no existe, otra vez.
Realizador audiovisual, docente y crítico – lr.brun.oropeza@gmail.com

