¡Si no es nomás solo bailar!: desde Chi’jini a la llajta, fiesta y poder
Un vistazo a la exposición ‘Fiesta y poder’ de la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia que está abierta al público en Cochabamba
El jueves 11 de agosto llegaba a la plaza principal 14 de septiembre de Cochabamba. Antes de doblar la esquina escuchaba resonar una banda. Las plazas principales pueden ser muchas cosas. Son memoria hecha espacio público. El brazo fundamental de la ciudad. Un lugar de encuentro, de amistad, de romance. Y ese famoso cóndor del centro, ojos testigos, cuántas manifestaciones y sucesos políticos ha visto pasar… Me daba la sensación de que la plaza, entre las tantas cosas que puede ser, ese día era un corazón. Porque estaba latiendo. Las jardineras sus ventrículos. Doblé la esquina, sentí el nuevo pulso. Las palmeras me lo constataban. Un ritmo cardiaco a lo moreno. Morenada en banda. Es otra cosa, otro gusto. Lo metálico es la llajua de lo pesado. Un, dos… un, dos. Así la plaza, latiendo, ese día.
La banda justo afuera de la Casa Departamental de Culturas (ex gobernación) tocaba su música a modo de bienvenida y de invitar a la gente. Al ingresar, me tope con el biógrafo e investigador Elías Blanco Mamani, llegado de La Paz exclusivamente para revisar asuntos correspondientes a la elaboración de la biografía del escritor, periodista y poeta Jorge Mansilla Torres (más conocido como Coco Manto). Un trabajo que fue anunciado esa misma noche. En el patio principal estaban acomodadas numerosas sillas, casi todas ocupadas para cuando entré. La exposición Fiesta y Poder a cargo de la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia se inauguraba esa noche. Su modo peculiar de presentarse, de llamar a su público, parecía picar un lugar especial de la curiosidad cochabambina. Un ambiente de preste. La festividad paceña de la Santísima Trinidad del Señor Jesús del Gran Poder se ha venido por unas semanas. Ahora está aquí, en la Casa Departamental de Culturas. Y nos ha traído todo un presterío de expresiones y manifestaciones culturales, artísticas y políticas. Inauguraron esta exposición: el presidente de la FC-BCB, Luis Oporto Ordoñez; el jefe nacional de gestión cultural de la FC-BCB, David Aruquipa Pérez; el consejero de administración de la FC-BCB, José Antonio Rocha Torrico; el asambleísta departamental, Sergio de la Zerda; y la jefa de culturas de la gobernación, Luz Ordoñez.
Cada columna, donde inician las gradas, tiene su rostro. Dos caretas metálicas de morenos, cuyas plumas largas, coloridas y satíricas, señalan el primer piso; algo más hay, ahí: arriba. Y antes que los peldaños se dividan, cada lado por su lado, un diablo rojo, colmilludo, sonriente te mira colgado de la pared, donde termina la sola escalera. El metal, su diablo. Sus ojos saltones, lejos de intimidar, también invitan. Lo que sigue arriba no pertenece solo al mundo de lo santo. Los pecados también se expresan en arte, ¿por qué no?
Una primera sala a la izquierda, se abre a lo ancho. Una serpiente está naciendo justo al frente mío; la línea del tiempo que logra doblar el salón. Empieza con la imagen y un lienzo de la trinidad. Trica de rostros en uno. No es solo Cristo, ni solamente el Padre. Son tres y también uno. Casi con el nacimiento de la república, cada viernes, velas diversas se encienden en La Paz, los creyentes del Gran Poder lo hacen, para pedir, rogar y agradecer a la imagen que está en el Convento de la Purísima Concepción. En 1894 la iglesia veta el culto; la considera un “contrarrito”. Las novicias de velo negro desacatan, y trasladan el culto hacia los barrios populares. La figura inquieta, inspira respeto y, en casos, miedo. Un rostro mira a la derecha, se le pide a éste el bien para los seres que una ama; al del centro, para una misma; y al de la izquierda, para que lo malo caiga sobre quién mal ha obrado y nos ha causado daño y dolor. Así, parece que la cabeza está girando. Vueltas y vueltas que no se detienen: lo cíclico. En 1918 se creía que rechazar a las portadoras del lienzo era sentencia de desdicha, muerte o enfermedad. La gripe española o la peste neumónica pisaban los talones a la sociedad de ese tiempo. En 1922 hubo una primera misa y procesión al Señor Jesús del Gran Poder. Y la fiesta, entonces, finalmente nace en el barrio popular de Ch’ijini. Las primeras fraternidades las conformaban diablos lustrabotas (Diablada Trinidad) y morenos q’epiris. Las clases altas buscaban reprimir toda fiesta popular; no había pasado mucho del levantamiento de Jesús de Machaca (1921). Con la Guerra del Chaco aumentaron las peticiones, y con ello la fe en el Tata. La fiesta trae consigo desarrollo económico para los comerciantes: bordadores y todo tipo de vendedores. Más adelante, en 1972, varios homosexuales introducen a la festividad el icónico personaje de la China Morena. Es cuando se da el famoso “beso transgresor” de Barbarella (Peter Alaiza) al general Hugo Banzer Suarez. Esto último nos demuestra que la fiesta no es mera diversión, ni siquiera solamente devoción, sino que es, además, un espacio de revolución política. El dar cabida en un recorrido a sectores sociales tan marginados desde siempre como son los homosexuales es un acto profundamente político. Y en un principio los mismos indígenas de los barrios populares que aguantan y hacen respetar su festividad ante los intentos de represión elitista. De ese aguante, de esa fuerza y resistencia ha resultado que el único kilómetro de recorrido con el que inició la entrada en sus primeros años actualmente son ocho. Ahora es una serpiente, que hace referencia al cerco de Tupac Katari. Los bailarines cruzan la ciudad, es un acto de transgresión. Lo popular demuestra dominio y mayoría sobre una ciudad que antes parecía ser destinada solamente a unos pocos. El 2019 la festividad es declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.
Frente a esa línea de tiempo se encuentra un mural enorme. Abarca prácticamente toda la pared. Y es también, en cierto sentido, otra línea de tiempo. Esta vez, puramente gráfica. Es la obra del artista plástico Javier del Carpio: Una marcha de resistencia. El mural muestra la entrada, una marcha danzante, del Gran Poder. Refleja las etapas por las que ha pasado la festividad. También la muerte que ha dejado de las colonias y dictaduras. Y al final una chola paceña sosteniendo la imagen del Tata con vista al Illimani. Así termina la entrada, terminando la Camacho, con el cerro a plena vista de los bailarines.
En el fondo de la parte derecha del salón, están tres mujeres compartiendo una caja de cerveza. La de la izquierda está ch’allando la tierra, a la Aka Pacha. Ha bailado Waka Thoquris. Está vestida de lechera o pollerona. La del medio, clásica chola paceña, vestida del mismo color del cielo, celeste, le alumbra un fondo luminoso, un rayo que sale escapando de un cúmulo de nubes negras que agobia las alturas. Ella me extiende una copa recién servida. Me invita a compartir, a festejar en unidad. Simboliza el Alax Pacha. Y a lo divino me he de acercar en ebriedad. La otra está en un estado onírico, quizás ya bajo los efectos del alcohol, o está muy cansada, porque ya ha bailado Kullawada. Sin embargo, el muñeco que carga en su espalda no duerme, la vigila, de repente también se antoja. Cuida la quimera de su cargadora. Es el cuadro La festividad del encuentro y la unidad del artista Cristian Laime Yujra. Dos telares especialmente arreglados por el mismo pintor acompañan la imagen. El piso de alrededor está lleno de serpentina, de varios colores. Y, cómo no, apiladas están las cajas de cerveza.
La otra sala está al otro extremo del primer piso. Ya sea que te vayas por la izquierda o por la derecha, fotografías varias te van a mirar mientras pases. Fotos antiguas que corresponden a la festividad del Gran Poder. Entrando al segundo salón dos proyectoras proporcionan imágenes digitales sobre las paredes. Es la modernidad que ha adoptado la fiesta. Se encuentra una reconstrucción del oratorio para el Tata. Y dos obras después de eso que nos llevan a un terreno más reflexivo sobre el tema. Los muros son imanes, se han atrapado los instrumentos de la banda, pegados están en su verticalidad, en un caos que cautiva. Es El bello sonido del desorden, obra plástica de Ángelo Valverde. Al fondo, frente a lo caótico del metal hay un espacio reservado para el arte de la escultora y ceramista Raquel Verástegui. Acercarse es sentir un éter sagrado. Una circunferencia en el suelo, tres rostros tallados, puestos al centro, erguidos, la trinidad otra vuelta. Y parece que giran, el circulo es eso: lo cíclico. El eterno retorno de la fiesta. El vaivén del poder, siempre inquieto. Siempre una lucha, una revolución.
El primer recorrido termina. Y el preste o inauguración no se acaba ahí. Nos invitan chicha. ¡Hay que ch’allar para que nos vaya bien! Las clásicas dianas pomposas de la banda lo celebran. Entra la morenada, hace temblar la casa. Luego el salay, los caporales y finalmente los tinkus. Una auténtica fiesta que está a disposición de todos en la Casa Departamental de Culturas de Cochabamba, en pleno corazón de la ciudad, hasta el viernes 30 de septiembre.
Músico, estudiante de la carrera de física en la UMSS y de la carrera de filosofía y letras en la UCB – ernesto.flores.meruvia@gmail.com

