Por qué los peores se colocan a la cabeza
“No estoy seguro si los totalitarismos criticados por Hayek tenían en mente “nuestro tipo de homogeneidad” cuando desplegaron sus inmensos aparatos de planificación colectiva el siglo pasado”
Es muy conocida la frase de Lord Acton que dice que “todo poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente”. La democracia se basa en la creencia religiosa de este axioma. Aquí, la ética individualista, la separación de poderes y el estado de derecho funcionan como diques de contención de lo que en otras circunstancias sería un poder absoluto que se corrompe absolutamente. Por lo menos esa sería la teoría. Friedrich Hayek, uno de los mayores defensores de la ética individualista, afirma que cualquier “coqueteo” de planificación colectivista, invariablemente derivaría en modos en los que en mayor o menor medida, ese poder absoluto se impondría en un “crescendo” constante.
Según Hayek, bajo sistemas colectivistas de planificación, es decir, en aquellos sistemas en que las metas y aspiraciones políticas se vuelven monocordes a un poder central, la vida pierde su inherente sutileza y espontaneidad. De esta manera, el poder absoluto anularía cualquier finalidad rigurosamente política y el poder se alimentaría “desde y para sí mismo”. Es por esta razón que Hayek afirma que en estos sistemas “siempre serán los peores que se colocan a la cabeza”. En el “camino de servidumbre”, Hayek nos da tres razones principales para fundamentar esta afirmación.
En primer lugar, basa esta selección en la creencia de que solo aquellos individuos “menos originales e independientes” podrían incorporar y asumir para sí mismos, el acto petulante de imponer sus creencias al resto de su sociedad. Para Hayek, la moral colectivista impone una ideología del “mínimo común denominador”; anulando cualquier jerarquización de valores que salga de esa nivelación. En otras palabras, se trataría de la imposición de un “credo sencillo” que sea fácilmente masticable por la masa. Entra aquí, el segundo principio negativo de selección. Hayek nos dice que “serán los de ideas vagas e imperfectamente formadas, los fácilmente moldeables, los de pasiones y emociones prontas a levantarse, quienes engrosarán las filas del partido totalitario”. Es decir, “aquellos dóciles y crédulos, (aquellos) que no tienen firmes convicciones propias, sino que están dispuestos a aceptar un sistema de valores confeccionado si se machaca en sus orejas con suficiente fuerza y frecuencia”.
El tercer elemento, y el más importante según Hayek, se nutre desde la habilidad del demagogo hábil y se construye a partir de la manufactura de un “enemigo común”. Al respecto, el pensador austriaco nos dice lo siguiente: “parece casi una ley de la naturaleza humana que le es más fácil a la gente ponerse de acuerdo sobre un programa negativo, sobre el odio a un enemigo, sobre la envidia a los que viven mejor, que sobre una tarea positiva. La contraposición del ‘nosotros’ y el ‘ellos’, la lucha contra los ajenos al grupo”. El siglo XX de Hayek tenía al “judío” o al “kulak”. En nuestros días podría ser el “indio” o el “kara”, la OTAN o Rusia, o los pobres ucranianos; al final no importa. Lo esencial es construir el relato, solidificar el credo.
Ahora bien, Hayek escribe desde la Inglaterra liberal, para oponerse a los dos grandes totalitarismos de su siglo: el nacionalsocialismo y el socialismo soviético. Piensa evidentemente desde el liberalismo occidental y por eso mismo, parece simplificar muchos fenómenos. Y principalmente, parece ignorar, que también en la democracia, esos “peores hombres” pueden ser perfectamente cultivados. Si bien la respuesta a esta objeción, puede ser obvia, me parece que no lo es tanto, o por lo menos, en nuestros días no sería tan autoevidente. Apoyándose en el axioma de Lord Acton, uno podría afirmar que en la democracia y por la democracia, estos “peores hombres” más bien serían limitados y no potenciados. Pienso que tal vez, “nuestras democracias” más bien cultivan estos “hombres” y de cierta forma los potencian aún más.
Pienso en la selección negativa de Hayek, y todas sus “notas” pueden apreciarse en nuestros “líderes democráticos”. En primer lugar no se ven grandes estadistas con un pensamiento refinado y diferenciado, solo se aprecian demagogos que moldean credos a pedido, guiados por encuestas o poderes plutocráticos. No hay afirmación o debate político, solo un acomodo electoral a mayorías que a su vez son moldeadas para seguir siendo mayorías opacas y monocordes. La libertad individual y política está subsumida a una sola cosa, el consumo (creencias incluidas). El resto es una ilusión, incluyendo nuestra ilusión de libertad.
En segundo lugar, no sé si existe algo más dócil, ovejuno y sin convicciones propias que un diputado o un político en una elección. Ningún valor elevado se juega en ese medio, solo frases vacías y envasadas. Su única función es levantar manos ¿obedeciendo a qué? Precisamente a una cabeza homogénea que les dice que lo hagan. Pura representatividad nominal y cosmética, regada con domingos de parrillada y votación que nos proporcionan esa perfecta ilusión en la que creemos que en realidad decidimos algo. Finalmente, respecto a la “fabricación de enemigos” útiles a la demagogia, solo es necesario ver algo de las noticias de estas dos últimas semanas.
No estoy seguro si los totalitarismos criticados por Hayek tenían en mente “nuestro tipo de homogeneidad” cuando desplegaron sus inmensos aparatos de planificación colectiva el siglo pasado. Pero creo que “nuestras democracias” alcanzaron algo muy parecido. Quizá no a punta de bala o grandes meta-relatos, sino con una perfecta dosis continua de “espejismos”. Un espejismo es una ilusión, quizás “nuestra democracia” también.
Músico y filósofo – christian_mirandab@yahoo.com

