¿Por qué están de espaldas?
La exposición “Con el pasar del tiempo” en la Fundación Patiño de La Paz nos coloca en frente de las obras de espaldas de Eusebio Choque
Sostiene Eusebio Choque que pinta a sus personajes de espaldas, de pie, porque va detrás de ellos. Viaja por el altiplano desde su Tiwanaku/Waraya natal y pinta. Primero retrató a hermanos para mostrar sus vestimentas, sus tejidos en blanco y negro con sus jerarquías y enseñanzas (donde están cosidas las historias). Luego en un periplo por los valles cochabambinos descubrió el color; así las texturas y pigmentos tocaron los cielos. Entonces todo cambió.
Pareciera que Choque siempre pinta el mismo cuadro (con sus diferentes aguayos y procedencias). Pareciese que caminamos -junto al artista- detrás de ellos, en una ceremonia antigua de respeto. Pero Eusebio no está detrás de ellos, está adentro.
Así ha logrado crear un mundo propio, enigmático, ancestral, ambiguo. El Illimani se derrite ante sus ojos. Pareciera que ese universo que viene de lejos está a punto de desmoronarse. Pero no lo hace porque Choque lo ata con sentimiento, con ese “ajayu” que nos alumbra por la espalda.
Su narrativa pictórica está en movimiento: no tiene rostro ni cabeza pero tiene alma y corazón; a ratos siente miedo, a ratos camina entre la vida y la muerte, alrededor del tiempo que siempre es un círculo. En su obra (y en la propia composición de sus cuadros) se juntan los tres mundos: “Alaxpacha” (el de arriba), “Akapacha” (el visible) y “Mankapacha” (el de abajo).
El espectador acompaña, marcha hacia el fondo negro, deslumbrado por cuadros que parecen fotos. “Cuando estoy lejos de Bolivia, sus obras me hacen sentir en casa”, ha escrito en el libro de visitas una mujer que ha pasado en La Paz por la muestra de la Fundación Patiño “Con el pasar del tiempo”. A veces siento que algunos cuelgan un Choque en sus salones para lavar/expiar sentimientos de culpa; para conjurar miedos.
La “expo” tiene en dos salas/pisos 43 pinturas (29 de ellas, de espaldas). Son dibujos y pasteles secos, en su gran mayoría. Eusebio Choque pinta con las manos, con las mismas manos que cosecha las papas en su comunidad, cerca del lago Titicaca. Lo hace con nostalgia, lo hace para sostenerse en las ausencias, mirando a los “achachilas”, esperando quizás respuestas; hilando miedos.
Del padre zapatero, aprendió a usar las manos (primero para esculpir a la sombra del maestro Zapana, luego para pintar ante la mirada de otro maestro, Pérez Alcalá). Choque coloca al espectador en su mismo lugar. Es una doble invitación: a caminar juntos, detrás de ellos; a penetrar en ese universo particular para viajar hacia un pasado/futuro sin puertas, para sentir esa pertenencia atada a la tierra.
Cuando ya estamos adentro podemos adivinar miradas humildes y grandiosas. Es entonces cuando sus personajes nos hablan si somos capaces de escuchar en silencio.
Y cuando la luz se apaga, damos pasos hacia la oscuridad. ¿O será que regresamos de ella? Es el misterio: el de los personajes de Choque, el del propio Eusebio (“Vico”, para los amigos), el nuestro. Aprendamos a pedir permiso antes de entrar en estos misterios desempolvados.
Foto: fragmento de un óleo en gran formato titulado “Ilusiones”.

