Nacemos incompletos
Una lectura de ‘Pobres criaturas’, ganadora del León de Oro en Venecia y nominada a 11 premios Oscar, entre ellos mejor película. Se exhibe en cines cochabambinos y bolivianos
El cineasta griego Yorgos Lanthimos tiene una peculiar relación, no solo anecdótica, con el nuevo personaje que desarrolló en la película Pobres criaturas (Poor Things, 2023). Es sabido que Lanthimos quería realizar esta historia desde 2009. Los vericuetos que ha sufrido su carrera acompañaron la feliz culminación de este proyecto que, paradójicamente, lo acerca y aleja de sus inicios. Ambos, director y personaje, han sido en algún momento sujetos extraños en un entorno lleno de fórmulas y reglas que, luego de transitar senderos abruptos y otros más trillados, han intentado cuestionar algunas convenciones, para luego adaptarse como última estrategia.
En Canino (2009) y Alps (2011), trabajos por los que fue conocido en el mundo del cine de autor e independiente, se descubrió a un cineasta sugerente y audaz al mismo tiempo, con rasgos particulares propios de un director que tiene búsquedas estéticas y narrativas claras. Unos personajes alienados al borde de la alexitimia y el uso de la violencia como índice de sus metáforas que rondaban siempre dos temas: la identidad formada a partir del lenguaje y la sexualidad que irrumpe en esa construcción antinatural. Al llegar y acomodarse, sorprendentemente rápido, al mainstream cinematográfico, optó, de manera inteligente, por no realizar versiones comerciales de sus películas festivaleras, como pasó con Wenders o Wong Kar-wai, sino que, poco a poco, primero en películas como Lobster (2015) y El sacrificio de un ciervo sagrado (2017), y luego en La favorita (2018), fue reinventándose, al encontrar en lugares e idiosincrasias diferentes, los lazos con los que podría seguir explorando los temas que le interesa.

De esto ha resultado un Lanthimos con más recursos expresivos: movimientos de cámara que recuerdan a Kubrick, y un lente angular y ojo de pez caprichoso. También sus películas son más amables con el público, tienen un protagonismo mayor de un diseño de producción ampuloso, un montaje más visible. Y un rasgo final, tal vez el más importante y al que mejor le ha caído la transformación: los diálogos de sus historias, escritas por Tony McNamara, y las interpretaciones que Lanthimos ha logrado, han añadido un paroxismo caricaturesco que contrasta con momentos de extraña desconexión y alienación que sufren sus personajes. Creo que Pobres criaturas es donde mejor, hasta ahora, pueden verse reflejadas estas cualidades. La relación que entabla Bella Baxter (Emma Stone) con Duncan Wedderburn (Mark Rufallo), ambos actores completamente inspirados, es sin duda el corazón de la trama. A sus diálogos y situaciones, en los que abunda el sexo, cínico y también hedonista, y una descarnada reflexión sobre la masculinidad más débil y agresiva frente a una feminidad liberada, no les falta ni sobra nada.
De fondo está el otro tema, el lenguaje y la identidad. Cuando nacemos el primer puente que tenemos con el mundo son nuestros sentidos, estos nos mandan información fragmentada e incompleta como nuestros cuerpos. No hay que olvidar que nacemos incompletos. Poco a poco hay otra dimensión que moldeará nuestra relación con el mundo, y este es el lenguaje, mismo que construye nuestra(s) persona(s). Lanthimos, en Pobres Criaturas, insiste siempre en esta reflexión lacaniana, y aprovecha el plot esencial de la trama para describir las luchas constantes que tenemos entre nuestros instintos y las formas y moldes que la sociedad nos va imponiendo y cómo es que la percepción del otro y de nosotros mismos cambia mientras este lenguaje consume de a poco ese estado caótico y emotivo de nuestros primeros días sin recuerdos.
Lanthimos no es otro director, en el fondo es el mismo, solo que, entre otras cosas y cómo él ha confesado en una entrevista, ha aprendido a delegar iniciativas creativas a otras personas con las que ha conformado un equipo: Ema Stone como productora e interprete, Tony McNamara como guionista o Robby Rayan en fotografía. Tal vez su cine se ha hecho más accesible, pero aún no predecible. Puedes salir de la sala no solo con la impresión de ver una película hollywoodense de factura técnica y narrativa apabullante (que tampoco es que abunden hoy en día), sino con algo más, preguntas inquietantes y dolorosas como las que se hace su protagonista en casi toda la historia. Aunque en los primeros años de nuestra vida es más evidente, así como los personajes de la película, nos vamos recomponiendo y rearmando todo el tiempo, amanecemos siempre con algún cambio en nosotros, físico y mental, algo que refleja la tensión constante de amar y repudiar a la humanidad y sus reglas.

