Mensaje a la juventud cochabambina, 1929
Aprovechando el aniversario cívico de Cochabamba, publicamos un texto inédito del escritor, pensador y político boliviano Franz Tamayo, compartido por el Archivo Privado Tamayo
Tengo en la mano de la carta de 24 de marzo pasado [1929] por la que el Comité Central de la Federación Universitaria de Bolivia me invita a dar algunas conferencias en Cochabamba, la sede actual de la asociación juvenil más importante de mi patria.
El respeto y amor con que siempre he considerado a la juventud de mi patria me habrían llevado inmediatamente a la ciudad del Tunari para ofrendarle una vez más el modesto fruto de mis experiencias; pero mi incompleta salud por una parte, y múltiples obligaciones inaplazables, por otra, me retienen en La Paz, de modo que me privo de visitar una de las ciudades patrias más amadas, y en la que se condensan, por varias razones, las más fundadas esperanzas del porvenir boliviano. Pero si yo no puedo ir a Cochabamba, irá mi palabra en forma de un mensaje a la juventud particularmente cochabambina, sin que mucho de lo que diré deje de entenderse como dirigido también no sólo a la juventud general de Bolivia, sino a la de todo el continente, y ello por razones que luego se verá.
En ese gemido patriótico que significa la carta que contesto y en que se resume el malestar boliviano del momento encuentro yo el tema fundamental y suficiente de este mensaje. Los males de que sufre y que denuncia en este momento la juventud de mi patria, son tan reales, que todo pensador honrado, que todo político bien intencionado debería consagrar lo mejor de sus capacidades para el estudio y búsqueda de los remedios. Es de lógica elemental que cuando la comunidad se siente afecta de graves males mortales o simplemente ruinosos, toda la capacidad pensante de la colectividad concreta en sus hombres más preparados, debe dirigirse a su investigación para su mejor reparo. Y esto que es ley biológica ha comenzado ya a sentirse desde años en nuestra América. Así en Bolivia (la libertad y sus iniciativas han siempre bajado al mundo desde sus montañas) el joven partido radical inscribió en su programa la reforma parlamentaria como remedio a los males de la democracia americana, y especialmente boliviana. Después el Perú, por uno de sus más altos pensadores, ha propuesto al continente la institución que se ha llamado la «Supranacionalización de la Prensa» [Víctor J. Guevara en Hacia indiolatinia, 1926], grave institución que si llegase a realizarse, sería evidentemente uno de los más grandes remedios de nuestras democracias enfermas. Por fin, desde el norte, desde la gran nación mexicana, ha venido la última iniciativa, la última tentativa de remedio para nuestros males políticos, o sea la institución de la ciudadanía continental por el senador [Higinio] Álvarez. Como se ve, el genio americano está trabajando incesantemente en diversos lugares por encontrar el remedio que acabe por darnos definitivamente la democracia que hasta este momento ha ido de error en error, a veces de crimen en crimen. Y, oh jóvenes cochabambinos, permitidme adelantarme en mi esperanza cuando os digo la profunda fe que tengo en que el genio americano acabará por encontrar la fórmula o formas jurídicas y políticas que acaben para siempre con nuestros males públicos y hagan de nuestro continente la verdadera tierra de la libertad y de la justicia humana, o prefiero morir antes de renunciar a esta fe americana.
Pues oh, jóvenes bolivianos, tiempo es de revelaros la primera de una serie de verdades que seguramente estáis presintiendo ya: los males de hoy de que hoy sufre Bolivia, no son males bolivianos sino americanos. Es tan profunda la homogeneidad de sangres y destinos que impone la unidad continental, que puedo deciros que el remedio institucional que cure a una de nuestras naciones curará igual a todas las demás. Y porque es así igual también el origen de nuestros males, históricamente, hoy podemos anticipar esta nueva verdad. Por el actual doloroso estado de Bolivia, juzgad de los demás naciones americanas. Unas más, otras menos, todas se oprimen tendidas en un lecho de Procusto que consiste del ideal propuesto y de la realidad frustránea. Todas comenzamos la admirable aventura democrática y dimos nuestra mejor sangre por ella, y todas al cabo de un siglo la vemos muerta o muriéndose, en la agónica contemplación de cien años estériles e infecundos.

Un segundo paso debemos dar en este camino de investigaciones y descubrimientos en nuestra vida política. Los pueblos, en un esfuerzo doloroso y secular, no han encontrado otro remedio que las revoluciones para corregir estados que hasta hoy resultan incorregibles. La revolución es la violencia irrazonada y desmesurada. Nuestras revoluciones saben siempre donde comienzan, pero no donde acaban, y la experiencia da siempre que la revolución feliz que derroca un tirano solo sirve para dar lugar a otro. Yo considero la revolución americana como el más sano signo de la vitalidad política de un pueblo, semejante a ciertas crisis patológicas que demuestran la fuerza y necesidad en que el organismo se encuentra para provocar cambios fisiológicos encaminados hacia la salud. A diferencia de muchos necios doctrinales, el espectáculo del gran México convulsivo es para mí una de las mayores razones de admiración por aquel heroico y sublime pueblo que no escatima su sangre para buscar superiores formas políticas de vida que hasta el presente no encuentra. Admiro al espíritu revolucionario cuyo más lejano y glorioso paradigma encuentro en la Inglaterra del siglo XII y en la Francia del siglo XVIII; pero con nuestra propia experiencia americana, declaro aquí que considero para nosotros estéril toda revolución e infecunda al fin de todo. Y aquí se presenta para mí una nueva verdad hija de la experiencia: los remedios para nuestras deficientes y vacilantes democracias americanas tienen que ser institucionales y no de ciega violencia y de puro hecho. Comencemos por reconocer la ausencia de todo verdadero derecho público americano nuestro. El Derecho público no existe en nuestra América en forma que no sea grotesco plagio e infecunda caricatura. Al comienzo de nuestra emancipación hemos plagiado la ley constitucional de los E.U. saxo-americanos sin darnos cuenta de muchas cosas, de que ése no era un traje jurídico cortado para nuestros cuerpos, y algo más grave aún que hoy mismo dejará estupefactos a muchos bobos sin darnos cuenta de que el tal derecho yankee está afecto de incurable inferioridad humana, y que científicamente no sufre el más leve análisis técnico. Que los E.U. saxo-americanos se encuentren dichosos con su Carta política no nos interesa absolutamente; lo que sí nos interesa es comprobar que esa misma ley resulta absurda en sus aplicaciones latino-americanas. Nueva verdad que debemos afrontar con valor: el derecho público saxo-americano es inferior y falso, y pésimo en sus aplicaciones entre nosotros. Claro es que semejantes afirmaciones escandalizarán a aquella servil admiración de todo lo yankee y escandalizarán aun más a todos aquellos interesados en mantener viva la mentira convencional de la infalibilidad jurídica de nuestros hermanos del norte. Pero es necesaria de todo punto a la juventud americana esta audacia de poner en duda y a priori la eficacia y bondad de cosas que hasta hoy hemos aceptado y glorificado sin contralor ni comprobación.
Nada más oportuno en este punto que denunciar una vez por todas aquella disculpa cobarde que es una calumnia de parte de todos nuestros filósofos políticos tocante a la incapacidad política e impreparación democrática de nuestros pueblos. Es así que el pecado de uno se hace pagar por otros, y cómo las deficiencias hegemónicas de las clases gubernativas se han difamatoriamente responsabilizado sobre las muchedumbres sin palabra, sin acción propia y sin defensa. Porque nuestros legisladores no supieron legislar, los desastres de la República consiguientemente se echaron sobre la espalda del pueblo siempre sufrido, siempre mudo. Jamás los pueblos de América han dejado de dar su débito tal como lo pide toda historia humana: su trabajo productor en la paz y su sangre en la guerra. Otros son los que no hicieron su deber y se disculparon con el eterno calumniado. Bien es verdad que fue culpa también de nuestros progenitores que no nos dieron las instituciones conjuntamente con la libertad tan noblemente donada. La libertad, el más alto estado humano, es en el fondo un estado negativo y sólo las instituciones dan a la vida un carácter positivo. Las instituciones para los pueblos, las costumbres para los individuos. Y todo nuestro mal viene de falta de instituciones. En lo relativo humano se puede afirmar que nuestros tobas, con más naturales y lógicas tradiciones colectivas, viven más y mejor que nosotros, repúblicas plagiarias, simiescas y artificiales. Y lo malo para nosotros es que, conocida una vez para siempre, aun de plagio y caricatura, la libertad política, nunca más podremos volver al estado primitivo del toba, por más feliz y lógico que éste sea en el fondo. No olvidéis que todo esto queda dicho en el campo de lo relativo humano.
He aquí que las nuevas generaciones de América tienen la formidable tarea de rehacer la historia y de enmendar la plana a sus mayores, a los libertadores mismos. Mucho temo que la nueva guerra de independencia se avecina fatalmente para nuestra América, así contra posibles opresiones externas, —es lo de menos— como contra instituciones absurdas que a mi entender son los verdaderos grilletes de nuestra incompleta democracia.
Antes de concluir, permitidme señalar algo que es de importancia propiamente boliviana y nuestra. Me refiero a la manera como nuestros pueblos marcan su importancia actual y se valoran así para el presente como para el porvenir. Por razones de todo orden, nuestros grupos populativos no se desenvuelven iguales ni dan el mismo esfuerzo. La importancia que este momento cobran los pueblos cochabambinos se hace día a día tan grande, que me parece que la comunidad nacional debe contar allí su más calificado factor. La contraparte sigue estando en el norte paceño que sigue siendo fuerte y laborioso. Entiendo que en el momento que escribo, la República tiene dos polos de vitalidad: Cochabamba y La Paz. La sabiduría consiste en organizarlos y harmonizarlos para los más altos fines nacionales. Representan tal vez los dos genios étnicos de nuestra nacionalidad.
La Paz, 3 de mayo de 1929
Franz Tamayo Solares
Texto fuente inédito provisto por el Archivo Privado Tamayo de la ciudad de La Paz. Contacto: archivoprivadotamayo@gmail.com

