'Los Buitres', de Oscar Cerruto, descenso al vientre del Horror
En medio del silencio, un graznido le devuelve al interior del tranvía. Frente a él, en el regazo de la muchacha, hay un bulto. Es un bulto negro, de plumas negras, de un negro plomizo como el lodo hediondo de un estanque o el de una rata o el de su primo el murciélago. Un buitre…, un buitre está posado en el regazo de la muchacha. Lo peor no es eso, lo peor es su pico: largo, como unas tijeras de jardín, con la punta terminada en un gancho como garfio. El pico que se encuentra escarbando dentro de la cavidad ocular de la muchacha.
Este es el inicio de la secuencia final del cuento de “Los Buitres” de Oscar Cerruto. También es lo que un tal Howard Phillip Lovecraft llamaría el punto más sobrenatural más angustiante, más macabro de un relato. El punto que, por su irrespirable miedo a lo desconocido, determina, de acuerdo al padre de Cthulhu, si un relato puede ser o no considerado un relato de Horror.
¿Cómo la simple e inocente historia de un hombre cualquiera de ciudad, que busca volver a su casa a bordo de un tranvía, termina en semejante locura? ¿Cómo es que el aparentemente relato realista de lo que podría ser un salaryman volviendo a casa acaba en las penumbras más profundas de un relato de miedo? ¿Podemos decir que ¿Los Buitres de Oscar Cerruto son un relato de miedo a lo desconocido, y por tanto horror? Estas son las preguntas que se hace “El horror en Los Buitres de Oscar Cerruto, una aproximación al miedo como un encuentro entre lo cotidiano y lo desconocido, según Lovecraft en El terror en la literatura”.
Ahora sí, empecemos por el principio. El relato cerrutiano parte de lo que Terry Eagleton llama un Erase una vez, parte de la creación de un espacio y tiempo imprecisos, vagos. Este tipo de inicios lo que hacen es sugerirle al lector que el lugar y el tiempo durante los cuales sucede la historia pueden ser uno cualquiera, permitiendo que el lector se involucre.
“Los Buitres” se desarrolla en dos espacios: la ciudad, y el tranvía en el que viaja el protagonista. Dicha ciudad está formada por grandes edificios cubiertos de cal, edificios blancos que con el sol hieren de lo brillantes que son. Una imagen digna de cualquier toma panorámica hollywoodense.
Por otro lado, está el tranvía, el personaje principal odia los tranvías. Pero no los odia simplemente porque sí. Los odia por lo aglomerados que le son, por lo lentos, por lo desagradables le que son. El protagonista sabe cómo son los tranvías, los conoce, los odia por eso mismo porque los conoce, porque le son corrientes.
“El horror en Los Buitres” —lo llamaré así ya que el nombre original es muy largo y academicioso— identifica que Cerruto en este punto le presenta al lector y al protagonista dos mundos: el mundo cotidiano y familiar dentro del tranvía y el mundo también cotidiano y familiar de la ciudad, de afuera del tranvía. Un mundo interno y un mundo externo, ambos al acecho del horror, listos para que sean atacados por lo extraño.
Crear, partir de un mundo corriente es uno de los principios, mandamientos para la creación macabra que “El horror en Los Buitres” rescata de Lovecraft. Y es que según el escritor de Rhode Island para manifestar el horror se debe evocar una atmósfera de miedo a lo desconocido, se debe orquestar un enfrentamiento entre objetos, lugares, sujetos corrientes con sus mentes corrientes, lo cotidiano y aquello que está más allá, lo extraño y desconocido. Esta caída dentro de lo extraño no debe ser violenta, no es como si estuviéramos dándole la vuelta a una hamburguesa. la evocación del horror se debe realizar paso a paso, línea a línea, párrafo a párrafo, ir creando un creciente suspenso. Se deben plantar insinuaciones insignificantes, que irán creciendo y sumándose hasta llegar gradualmente a lo demasiado horrendo. Para llegar al punto máximo del horror y la locura, lo extraño se comportará más como un buitre que irá royendo lo cotidiano y familiar hasta devorarlo completamente.
Y es que el objetivo final debe ser ese, llegar a un desenlace negativo para los involucrados en el relato. Lovecraft advierte de no cruzar la línea entre la fantasía y el horror. Ambas ponen en tensión lo cotidiano, ambas asombran al lector, si aquello incompresible, extraño, desconocido, tiene como consecuencia bendiciones y fortuna, entonces se está hilando un relato de fantasía. Por otro lado, si aquello incompresible, extraño, desconocido trae consigo un desenlace nefasto, una calamidad, se está evocando horror. Este es el segundo mandamiento que rescata “El horror en Los Buitres”, los fenómenos y sus consecuencias de un relato deben aproximarse vertiginosamente a un desenlace calamitoso.
Cerruto entre muchas pequeñas insinuaciones, notas disonantes, realiza dos movimientos devastadores. Para destruir la bella y alegre ciudad hollywoodense del afuera la va contaminando lentamente, el aire, las plantas, la luz son cambiados por versiones tóxicas; y los edificios por estructuras monolíticas sin forma. Para destruir el interior del tranvía Cerruto se aprovecha del tiempo. Anochece, y amanece. Noche, día, noche día noche día noch… El tiempo se diluye y avanza sin control. En el interior del tranvía todo envejece, todo decae. Se pierde la percepción del donde y cuando estamos.
“El horror en Los Buitres” menciona un último mandamiento: evitar utilizar el argot proveniente de los mundos del ocultismo, la ciencia y lo parido de aquellos cruces sacrílegos entre ambos llamado pseudociencia. Importantes para Lovecraft porque ayudan a no caer en dos pecados: impide pensar que las palabras cargadas de negatividad son las responsables de evocar miedo, en lugar del encuentro entre lo cotidiano y lo extraño; nos ayuda a eludir el deseo de explicar, de dar origen a lo extraño. Esta regla es la única que Cerruto quebranta, quebranta sin caer en los dos pecados. Oscar Cerruto quebranta el mandamiento del padre Lovecraft con un buitre…, un buitre que devora el órgano por excelencia que nos permite crear ese mundo corriente, el ojo. “La calma [ha sido]/corroída/repite su amenaza/El ojo (indecible)/del silencio”.
Una situación completamente habitual y conocida como la de volver a tu hogar después de un día de trabajo ha sido desollada y devorada. Todo está perdido…, todo está muerto. Estamos de lleno dentro de las penumbras, dentro de lo desconocido, el relato nos ha dejado abandonados dentro del vientre del horror.
José Carlos Pérez Montaño Baya – jcpmb92@gmail.com

