Las bibliotecas errantes de Juan Carlos Salazar
El periodista y escritor boliviano abre las puertas de su casa para compartir los libros que lo acompañan y lo han acompañado a lo largo de más de 50 años desde Tupiza hasta Madrid, pasando por Buenos Aires, México y La Paz
Hay quienes plantan árboles. El periodista Juan Carlos Salazar plantó bibliotecas. Las cuidó, las hizo crecer, las amó… y también las perdió. Exiliado en 1971 por la dictadura de Hugo Banzer Suárez, Salazar comenzó a tejer su vida con palabras lejos de Bolivia. Cada ciudad fue un hogar provisional, una promesa de permanencia que el periodismo y el destino terminaron disolviendo. Pero sus libros —colecciones, recortes, primeras ediciones, subrayados febriles— fueron el hilo invisible que lo sostuvo.
Hoy, a sus 80 años, Juan Carlos quiere que sus libros descansen en un solo lugar: Tupiza, la tierra de su padre, su Macondo personal. Y esa decisión, más que un acto de nostalgia, es un gesto de memoria.
𝐄𝐱𝐢𝐥𝐢𝐨𝐬, 𝐥𝐢𝐛𝐫𝐨𝐬 𝐩𝐫𝐨𝐡𝐢𝐛𝐢𝐝𝐨𝐬 𝐲 𝐚𝐦𝐢𝐬𝐭𝐚𝐝𝐞𝐬 𝐥𝐢𝐭𝐞𝐫𝐚𝐫𝐢𝐚s
“Tuve que quemar libros en Buenos Aires. Muchos estaban en la lista negra de la dictadura”, recuerda Salazar en Radio París de La Paz. Aquellos años marcaron su militancia y sus lecturas: sociología, política, la revolución latinoamericana. En México, en cambio, cambió de registro. Se acercó a la literatura, a la crónica, al reportaje largo. Cubrió guerras en Centroamérica y se cruzó con escritores de carne y hueso. “Me arrepiento de no haber entrevistado a Borges. Por sus ideas políticas me negué. Hoy lo leo como un fanático”.
Entre los que sí entrevistó están Octavio Paz, Leonardo Padura, Nicolás Guillén. La anécdota con Juan Rulfo es una joya: lo conoció en la casa de Marcelo Quiroga Santa Cruz. “Le conté que dejé de escribir una novela después de leer Pedro Páramo. Me dijo: ‘Hacen muy mal’.”
𝐋𝐚 𝐦𝐞𝐦𝐨𝐫𝐢𝐚 𝐛𝐚𝐣𝐨 𝐥𝐨𝐬 𝐞𝐬𝐜𝐨𝐦𝐛𝐫𝐨s
Durante el terremoto de México en 1985, Salazar perdió todas sus notas: su oficina —que curiosamente estaba en un edificio propiedad de Cantinflas— se desplomó con su archivo adentro. Entrevistas originales, fotografías, crónicas manuscritas quedaron sepultadas bajo los escombros.
Pero el destino, siempre caprichoso, le tenía guardada una copia involuntaria de su propia historia. Años después, ya de regreso en Bolivia, su madre le entregó una caja cuidadosamente preservada por su padre: decenas de recortes de prensa con todos los artículos que Juan Carlos había publicado desde el exilio. “Fue como si la memoria que creía perdida hubiera sobrevivido a miles de kilómetros”, dice. Con ese material reconstruyó su archivo y escribió varios de sus libros más personales como: A la guerra en taxi y Genio y Figura.
𝐓𝐮𝐩𝐢𝐳𝐚: 𝐮𝐧𝐚 𝐛𝐢𝐛𝐥𝐢𝐨𝐭𝐞𝐜𝐚 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐞𝐥 𝐩𝐨𝐫𝐯𝐞𝐧𝐢𝐫
Tras décadas en Madrid, trajo su adorada colección de novela negra —Chandler, Greene, Christie, Hammett— y su biblioteca latinoamericana. También las ediciones dominicales de El País y El Mundo, que aún conserva con celo. “Era una esclavitud. Si viajaba, alguien debía comprarme el periódico del domingo para no perder el tomo”.
Ahora los está donando. A bibliotecas en El Alto, a cárceles, a personas. Y planea llevar el grueso a Tupiza: “¿Qué voy a hacer con ellos? Mis hijos no viven aquí. Entonces, quiero dejarlos donde puedan tener sentido”.
Hoy Salazar quiere escribir la biografía de Tupiza. No como una historia oficial, sino como un conjunto de crónicas, de semblanzas de personajes que habitaron sus calles. Mientras tanto, trabaja en una novela negra y un nuevo libro de cuentos. “Durante la pandemia escribí varios relatos sobre la caída de Evo. No los publiqué. No quería debutar en la ficción con la política como protagonista”.
La entrevista de media hora con Radio París de La Paz es una pieza íntima, pausada, que permite asomarse al corazón de este hombre que vivió entre redacciones, exilios y estanterías. Escucharla es entender cómo una vida puede medirse también en libros, no solo en años.
Claudia Daza

