La 'Súper' Liga Profesional Saudí: ¿Una liga de fútbol o una estrategia geopolítica?
Tanto el actuar de Qatar como la reacción saudí no solo tienen por objeto el alcance de objetivos políticos internos, sino que también se hallan definidos por una finalidad geopolítica regional
Cristiano Ronaldo, Karim Benzema, Neymar o Sadio Mané, estos son algunos nombres estelares en el fútbol y que fueron tendencia en el último tiempo por sus sorpresivos fichajes por equipos de la liga saudí. Esta liga, el país e incluso la región del Medio Oriente nunca han sido considerados como una gran potencia en el fútbol a nivel mundial, aunque la intromisión e inversión árabe en dicho deporte no es algo nuevo.
Está, por ejemplo, el caso del jeque Mansour bin Zayed bin Sultan Al Nahayan, miembro de la familia gobernante de Abu Dabi y cofundador (y copropietario) del City Football Group (CFG), una sociedad de cartera que administra clubes de fútbol en diferentes países y que, a través de una fuerte inversión, ha sido capaz de poner a uno de sus equipos en lo más alto del fútbol mundial cuando el Manchester City (su club insignia) ganó la Champions League en 2023. También están, por supuesto, los casos de los jeques qataríes Abdullah ben Nasser Al Thani y Nasser Al-Khelaïfi, dueños del Málaga Club de Fútbol y del París Saint-Germain Football Club respectivamente, a lo que también podría sumarse, como ejemplo notorio de esta nueva inflexión, la elección de Qatar como sede organizadora del Mundial 2022.
En todos estos casos vemos cómo Emiratos Árabes Unidos y Qatar han estado involucrados en el mundo del fútbol por ya bastante tiempo, haciendo fuertes inyecciones de dinero y ganando cada vez más centralidad en su desarrollo. Hay que notar una cosa, sin embargo: salvo el caso de Qatar con el Mundial 2022, todos los demás ejemplos del mundo árabe en relación con el fútbol son, en teoría, inversiones privadas.
El repentino interés público de Arabia Saudita por el fútbol no se dio a principios de este año, como muchos supondrían, sino que empezó con la compra, en octubre de 2021, de un gran porcentaje de las acciones del equipo inglés Newcastle United, un club histórico de la Premier League por cuyas acciones (el 80% de ellas) se pagaron casi 5000 millones de euros. Dicha operación fue llevada a cabo por el príncipe de Arabia Saudita Mohammed bin Salman y por el Fondo de Inversión Pública de Arabia Saudí (PIF). Es importante destacar a esta última institución, ya que la compra no fue asumida únicamente por lo que podría considerarse un “capricho” del príncipe, sino que la misma fue una decisión política que involucraba dinero público saudí.
Este primer antecedente fue, en su momento, algo que sorprendió al mundo futbolero, pero no causó revuelo a nivel internacional como parece suceder este año y como, probablemente, seguirá ocurriendo en años siguientes. Arabia Saudita tiene la firme intención de convertir su liga en una de las diez más importantes en términos del valor de las plantillas de los equipos que la constituyen. El alcanzar este objetivo podría pensarse como un proceso largo y de inversión privada moderada; sin embargo, el accionar saudí consiste, en términos simples, en nacionalizar la liga: es por eso que la inversión viene desde el Fondo de Inversión Pública de Arabia Saudí.
Es a través de este fondo de inversiones (o sea, del mismo estado) que se realiza dicha nacionalización, tomando el control del 75% de los cuatro clubes más importantes en Arabia Saudita (Al-Hilal SFC, Al-Nassr FC, Al Ittihad Club y Al-Ahli SFC). El PIF no solo brinda un espaldarazo financiero, sino que, en las juntas directivas de cada uno de los equipos mencionados, cinco de cada siete miembros serán designados por dicha institución.
Con toda esta información, surge la siguiente pregunta: ¿Realmente la nacionalización del fútbol nace solo de la intención de posicionar a la liga árabe como una de las más importantes del mundo? Como resalta el periodista español Ilie Oleart, “este movimiento se concibe como una forma de cumplir la ‘Visión 2030’, articulada por el ya mencionado Mohammed bin Salman y que tiene como objetivo principal la diversificación de la economía saudí, para dejar de depender de los combustibles fósiles y (permitir) que el país siga siendo económicamente próspero y estable”.
Además, Oleart resalta este movimiento como una forma de sports washing, un modo en que el gobierno trata de mejorar su imagen pública o reputación a través del deporte, usando al mismo como una herramienta de relaciones públicas para distraer la atención de los problemas y de las diversas controversias. Mohammed bin Salman quiere que se lo perciba como, cito a Oleart, “un líder reformador y moderno, que trata de alejar a su país de un conservadurismo duro y acercarlo al Occidente”, intentando así empujar al olvido sus constantes violaciones a los derechos humanos.
Pero, visto desde el punto de vista de la geopolítica y de las relaciones internacionales, ¿tiene todo este fenómeno algún sentido importante? Para responder a esta pregunta tenemos que hablar, en primera instancia, del Golfo Pérsico, región de suma importancia para la geopolítica global y espacio en el que actores estatales como Irán, Kuwait o los ya mencionados Qatar y Arabia Saudita han disputado el lugar de potencia regional dominante. Las tensiones entre Qatar y Arabia Saudita se remontan varios años atrás, con desacuerdos sobre cuestiones regionales e internacionales. Entre estos desacuerdos podemos hablar de las políticas en relación con Irán, la Hermandad Musulmana o el respaldo a los grupos yihadistas.
Sin embargo, el punto más tenso en la relación entre estos países se dio en junio de 2017, cuando Arabia Saudita, junto a Emiratos Árabes Unidos, Bahrein y Egipto impusieron un bloqueo económico, político y diplomático a Qatar. Se acusó a dicho país de apoyar a grupos extremistas y de mantener relaciones estrechas con Irán, gran rival regional de Arabia Saudita. Y aunque hubo una reconciliación en junio de 2021, las tensiones en la región no se diluyeron por completo. Los desacuerdos persisten en cuestiones clave y las relaciones entre Qatar y Arabia Saudita siguen siendo un tema complejo.
En este sentido, podemos ver la organización qatarí del Mundial de 2022 como una forma de mostrase ante el mundo como motor del Golfo Pérsico y, en respuesta a esto, parece potable concluir que Arabia Saudita empezó a involucrarse cada vez más en una de las actividades más populares y lucrativas del planeta (como es el fútbol) con un proyecto (geo)político claro. Así, podría clasificarse el conflicto indirecto entre los actores árabes centrales como una lucha planteada en términos de estrategias de “soft power”.
Debe recordarse que, en la década de los 90s, el geo-politólogo estadounidense Joseph Nye acuñó este término para expresar una de las formas en que un estado puede intentar ganar influencia dentro de una región. Lo distintivo, sin embargo, es que esta influencia no se busca través de una acción política, económica o militar directa, sino más bien mediante la capacidad estratégica de moldear la percepción de otros estados o actores internacionales a través de la cultura, los medios de comunicación o, en casos como el aquí estudiado, el deporte.
Por ello, es legible que, tanto el actuar de Qatar como la reacción saudí no solo tienen por objeto el alcance de objetivos políticos internos, sino que también se hallan definidos por una finalidad geopolítica regional: el deseo de cada uno de estos actores de posicionarse como potencia en su zona de influencia. Como expone Nye, el desarrollo estratégico de este proyecto no se da a través de medios tradicionales ya que esto podría atentar contra la estabilidad general. En tal sentido, es más bien mediante el recurso “indirecto” del fútbol que tanto Arabia Saudita como Qatar intentan presentarse ante el mundo como el actor estratégico más importante de su región.
Alejandro Paredes
Estudiante de la carrera de Relaciones y Negocios Internacionales de la UPB
alejo.paredes2503@gmail.com

