La memoria en ‘Los años’, de Annie Ernaux, y ‘El narrador’, de Walter Benjamin
Valentina Torrejón Torrez
“Todas las imágenes desaparecerán” (Ernaux, 2023: 13).
Es la promesa con la que Ernaux da inicio a Los años (2013), novela que se sostiene de fotografías y recuerdos propios de la autora con la finalidad de crear el espacio perfecto para el tránsito de los años, desde la posguerra hasta la actualidad.
En tercera persona la autora describe fotografías suyas para ir dándole el ritmo y las pausas necesarias a la historia de su vida a través de sus recuerdos. Cada fotografía, desde su nacimiento, implica una reflexión sobre la época a la que pertenece, y que es dotada de sentido gracias a la narración de momentos específicos, de detalles que, si bien configuran una memoria colectiva, al mismo tiempo nos devuelven a una memoria individual. Como se puede apreciar en el siguiente fragmento de Ernaux: “todas las imágenes crepusculares de los primeros años, con los charcos luminosos de un domingo de verano, las de los sueños en los que resucitan los padres muertos, en los que caminamos por rutas indefinibles, la de Scarlett O’Hara arrastrando por las escaleras al soldado yanqui al que acaba de matar o corriendo por las calles de Atlanta en busca de un médico para Melania que va a dar a luz de Molly Bloom acostada junto a su marido y acordándose de la primera vez que un muchacho la besó y ella dio sí sí sí.”
El trabajo narrativo de Ernaux logra hilar con minucioso cuidado su memoria con el tiempo, irrumpiendo su construcción inicial de cuando era una niña y, como dice ella: “la memoria de los otros nos ubicaba en el mundo”. Para, a partir de la evocación de imágenes conjugadas con la palabra, reinsertarnos, como lectores, dentro de un flujo de tiempo colectivo gracias al reencuentro con la memoria individual.
La propuesta de Ernaux, a pesar de empezar con la transmisión de un recuerdo que, al igual que con la épica, es transmitido de generación en generación, rompe esta tradición para instaurar en su narración el reconocimiento de la individualidad en la construcción de mundo. En este sentido, creo que su trabajo no es distinto al de Benjamin cuando, como él, da énfasis a la necesidad de encontrar, dentro del imparable paso del tiempo, algo por lo que contar historias no sea en vano; algo que salvar. Y esto tiene sus raíces en la idea de la muerte.
Ernaux deja de lado lo que llama “el relato del tiempo de antes [en el que] solo había guerras y hambres”. Para empezar a cuestionar la relación de todos esos momentos, de los recuerdos ajenos y propios, las promesas suyas y de toda una generación entera, con ella y su decisión de ser escritora. Lo que nace en ella con la pinta de una herramienta de lucha, se convierte en la simple y llana necesidad de no dejar morir rostros ya perdidos en el tiempo, invisibles para el tiempo que viene pero que a ella no la abandonan. Y, en este libro medio autobiográfico, con toda la intención de desligarse de ella misma como única fuente relatora, se sumerge en los momentos más ajenos para adueñarse de ellos y justificar, en ese acto, la urgencia por encontrar la palabra exacta desde la que hable el silencio. Como dice el siguiente fragmento:
Entonces el libro por hacer representaba una herramienta de lucha. No ha abandonado esa ambición pero, más que todo, ahora querría captar la lux que baña rostros ya invisibles, manteles cargados de comida desvanecida, esa luz que estaba ya ahí en los relatos de los domingos de infancia y que no ha dejado de posarse sobre las cosas vividas inmediatamente, una luz anterior. Salvar
el humilde baile de Bazoches-sur-Hoëne con los autos de choque
[…] la película Gente sin importancia de Henri Verneuil
[…] Salvar algo del tiempo ene l que ya no estaremos nunca más.
Estudiante de la Filosofía y Letras de la UCB – vtorrejon727@gmail.com

