La libertad y el panóptico reino de la información
“Nuestro 'accionar digital' solo se guarda en un determinado sostén de hardware, pero la memoria y los recuerdos se esfuman porque simplemente las cosas como extensión de recuerdos están ausentes de nuestra realidad”
La libertad suele “transpirarse” y entenderse de varias formas. Para nosotros, es decir, para nuestra época, la libertad aún se entiende desde la plena autonomía del sujeto; más allá que este sujeto sea comprendido como colectivo o individual. La libertad, de esta forma, es comprendida más como una “libertad de” y no tanto como una “libertad para”. Así, la libertad entendida como autonomía, procura entender la libertad sobre todo como “libertad de acción”. Ahora bien, en los último veinte años, el mundo ha ingresado en una vorágine epocal que nos obliga a repensar la misma idea de acción; y por ende la misma idea de libertad.
¿Cómo actuar, en su sentido pleno y verdadero, cuando poco a poco “el mundo” pasa a ser cada vez menos relevante, y éste es sustituido por una “infoosfera” que permea casi todos los aspectos de nuestra existencia? Aquí, mundo no debe ser entendido en su sentido amplio, sino como aquella red de significatividad que hace que seamos lo que en realidad somos. Es aquel existenciario heideggeriano que nos permite habitar, y por sobre todas las cosas nos permite tener un sostén ontológico de nosotros mismos; en suma, una permanencia de reconocimiento espacio-temporal. Se podría decir que la infoosfera también permite una inmensa gama de significatividades que se podrían homologar a un “mundo”. Sin embargo, hay una diferencia capital, en la infoosfera no existen cosas, solamente existen información y datos. No existe la factualidad de un mundo, sino la virtualidad de datos en una nube. Tal como nos dice Byung-Chul Han: “La digitalización desmaterializa y descorporeiza el mundo”. Y aquí, cabe preguntarse: ¿cómo actuar en un mundo sin cosas? Y por ende, ¿cómo ser libres, en un mundo donde ya no existen cosas?
Ahora bien, ¿digitar algo es actuar? Tal vez sí lo es; pero es necesario repensar el sentido pleno de ese actuar, porque ese actuar no manipula cosas, sino solamente información. Y el accionar dentro del mundo de las cosas, siempre está mediatizado, es siempre un movimiento secundario. Y en esa mediatización, precisamente, radica el peligro hacia nuestras libertades. Para los antiguos, ser libre era no ser esclavo. En la modernidad, la libertad se interiorizó como autonomía del sujeto. Se esperaría que el siguiente paso “civilizatorio” vaya hacia un florecimiento de ese movimiento originario. Sin embargo, hay señales demasiado patentes que nos muestran que quizás, tal florecimiento no es tal, sino un retorno a la esclavitud. No tanto una esclavitud con cadenas y látigos, sino una en la que nuestro espíritu está anulado y nuestro cuerpo está cómodamente “dopado” en un espacio en el que no moleste a nadie.
Sin lugar a dudas, muchos dirán que la infoosfera nos libera del “penoso” trabajo dentro del mundo de las cosas. Personalmente, creo que ese es un mal entendimiento de lo que es la espiritualización del ser humano. Me parece que ese “penoso” trabajo dignifica al ser humano y le hace reconocer las cosas que son realmente importantes. El trabajo “penoso” en el mundo de las cosas funciona como una vacuna contra lo superfluo. Lo superfluo nunca se arraiga, no tiene importancia; y por ende no es esencial, es algo más que será sustituido a la brevedad por algo más. La facilidad vital y sin cuidado (Sorge) no crea potencia espiritual, más bien pienso que solidifica un vacío existencial supremo. En este sentido creo que hay mas potencia espiritual en un carpintero con las manos llenas de callos por su labor que en un dandy inglés victoriano.
La técnica nos hizo “hombres”, el problema es cuando la hipérbole de ésta nos des-esencializa. Tampoco se trata de romantizar al “homo faber” o la labor campesina. Simplemente se trata de pensar y actuar desde una base ontológica firme y no desde una simple cosmología informática de la contingencia absoluta. En la “infoosfera” nada es duradero y nada se espacializa; si hay algo como tiempo es mera sucesión y saturación de datos, y si hay espacio, este siempre está descorporeizado y no tiene un sostén autónomo. Siempre son “otros” los que proporcionan esa contingencia, que da forma y sucesión desde la pura virtualidad. La trascendencia de nuestra comprensión siempre es mediatizada y por tanto nuestro “digitar” siempre se pierde en un tsunami de datos e informaciones. Nuestro “accionar digital” solo se guarda en un determinado sostén de hardware, pero la memoria y los recuerdos se esfuman porque simplemente las cosas como extensión de recuerdos están ausentes de nuestra realidad.
Tal como menciona Byung-Chul Han la posesión, cada vez más, es sustituida por el acceso; el arraigo ontológico por las experiencias virtuales. En la posesión de alguna forma retenemos sentidos, recuerdos, cosas y espacios. Cuando se trata de la información, justamente por su omni-abarcancia y cantidad ilimitada, lo que prima es la sucesión cuantitativa de la misma. Ya no son doce canciones que moran “durando” a lo largo de nuestra vida, abriendo experiencias, recuerdos, olores o personas. En el reino de la información, un solo ser humano tiene al alcance de su mano, casi todas las canciones disponibles en el planeta tierra a través Spotify. ¿Cómo habitas dentro de ese universo? ¿Cómo encarnan esos entes llamados canciones en tu existencia? ¿Cómo generas una narrativa que te construya en tu identidad a través del todo disponible de la información? ¿Cómo habitas en un entorno que se actualiza cada segundo?
Pero no solamente eso, que ya por sí mismo es un problema filosófico fundamental para nuestra existencia; sino que como en un panóptico, la misma red de información controla los accesos y los contenidos de esos metadatos. Sin cosas, dadas por la misma “realidad”, las informaciones, es decir, las “no-cosas”, son teledirigidas para formar determinados tipos específicos de “realidad virtual”; realidades virtuales siempre maleables, sucesivas y controladas desde afuera. Carentes de sostén ontológico en las cosas, nos vemos introducidos en una caverna más. Así, el camino de salida a una libertad más plena, por lo menos, se ve seriamente comprometido. Si ya antes la materialidad nos asentaba en una ilusión de lo cotidiano, el reino virtual empodera ilusoriamente a nuestra existencia y la hace sentir ilimitada cuando, en realidad, anula la misma libertad en favor de la ilusión, afirmando como verdad convencida el mismo valor de la ilusión.
Existen demasiado lugares comunes cuando se trata de reflexionar sobre estos asuntos. La mayoría pecan de una simplicidad atronadora y una comprensible falta de distancia histórica. Es indudable que el “homo faber” es una categoría de análisis obsoleta. Pero me parece que la filosofía se puede permitir pensar en algo más, para no vernos irremediablemente encerrados en un mero “phono sapiens”.
Músico y filósofo – christian_mirandab@yahoo.com

