La estrategia de los caracoles
A propósito de ‘Memorias de un caracol’, candidata al Oscar a mejor película animada que está en cartelera local y nacional
“Memorias de un caracol/Memoir of a snail” es una obra de arte/artesanía australiana (técnica “stop motion” y plastilina). Es una tragedia con humor negro/ácido (y políticamente incorrecta) dirigida por Adam Elliot (y nominada a mejor película de animación en los Óscar 2025). Es más política, atrevida y audaz que “Flow” (por eso no ganó en los premios de la Academia gringa). Tal vez porque no es común/normal que en una película animada (género que muchas veces se identifica únicamente con el público infantil) broten referencias a las drogas “ilegales”, al intercambio de parejas (los “swingers”), a la violencia, el nudismo y los estragos del alcoholismo. Y todo en arcilla.
Cuenta las desventuras de Grace, a quien separan de su hermano Gilbert, conociendo después a una entrañable/ carismática abuelita llamada Pinky, una mujer vividora, amante de la marihuana y los placeres de la vida; tierna como ella sola.
“Memorias de un caracol” es una obra dura y emotiva (que te saca lágrimas y fuerzas de flaqueza, con ese espíritu dickensiano que todo lo impregna). Es un canto a la libertad, a la hermandad (de hermano de sangre) y a la valentía (contra todos los esclavismos). Una oda a la imperfección y esas personas “diferentes/raras” que hacen mejor la/nuestra vida; esos “nadies” tan habituales en el cine que más nos gusta. Es una flor en la basura.
Amén de un hermoso homenaje a los malabares (y los artes callejeros) y a los pioneros del cine (en la figura paterna de la protagonista, un personaje que nos hace recuerdo al gran Méliès y su luna paradigmática). De yapa, se cuela un tributo a “Ciudadano Kane” de otro maestro, Orson Welles y su famosa última/enigmática palabra “Rosebud” (esta vez transfigurada en “potatoes”).
Es un llamado/grito a romper las barreras que uno mismo se autoimpone (los alegóricos escudos de los caracoles). Es una crítica feroz a las sectas evangélicas que roban cuerpos, tierras y almas (con guiño cómplice al genocidio contra los pueblos indígenas de Australia).
Es cine rebelde de animación para adultos. Es una loa para esos personajes oprimidos/desposeídos de la tierra, que no son retratados con superioridad moral y/o condescendencia, sino como realmente son: a ratos ingenuos y oscuros; a ratos inocentes despiadados y patéticos; siempre cercanos y chistosos; siempre extrañamente hermosos, como la propia película de esta especie de Tim Burton salvaje y contestatario llamado Adam Elliot, uno de los nuestros, a partir de este momento.
Abandona tu caparazón, comienza de nuevo: es el mensaje de un conmovedor y esperanzador final. Grace aprenderá la lección de sus amados caracoles: ellos nunca vuelven sobre sus pasos; ellos siempre siguen; ellos dejan huella, así sean pequeños y babosos. Es la estrategia (invencible) de los caracoles.
Habrá dolor, así es la vida. Tarda en llegar pero al final, hay recompensa. “Memorias de un caracol” es una zona de promesas. “La vida se entiende mirando para atrás pero hay que vivirla hacia adelante”.
Post-data: el caracol protagonista y paciente escucha -que muere para dar vida- se llama Sylvia (por Plath). La película es (también) un tributo a la malacología, la ciencia que estudia a los moluscos, un (otro) guiño a la familia del propio cineasta. Por cierto, los caracoles poseen una memoria/inteligencia bárbara (y desconocida) gracias a sus escasas pero gigantes neuronas: las usan para identificar su comida y caminar lentamente hacia ella sin rendirse ni claudicar.

