La enfermedad en 'Nosferatu': Peste, melancolía e histeria
Una lectura de la película dirigida por Robert Eggers, que sigue en cartelera de cines bolivianos
Tanto en la literatura como en el cine, la figura del vampiro ha sido importante en la representación metafórica de enfermedades, y la película Nosferatu de 2024 no es una excepción. De hecho, esta nueva versión, a la vez que presenta al vampiro como representación de la peste, también explora la confrontación entre la ciencia y la superstición en la comprensión de las enfermedades mentales.
A lo largo del largometraje, la enfermedad se aborda en diferentes momentos y con diversos matices. En uno de estos momentos, la enfermedad se relaciona directamente con el vampiro. Nosferatu, interpretado por Bill Skarsgård, se erige como la encarnación de la peste, representando la enfermedad en sí misma. Esta representación se manifiesta en la correlación entre su llegada a la ciudad donde reside su amada y el estallido de la epidemia, un vínculo reforzado visualmente por la presencia de ratas, símbolos claros de la propagación de la peste.
La asociación entre el vampiro y la enfermedad surge de la necesidad humana de dar sentido a lo incomprensible e incontrolable. Todavía a finales del siglo XIX, época en la que Bram Stoker publicó Drácula, las sociedades del mundo eran devastadas por epidemias cuyas causas no se comprendían completamente. En este contexto, la figura del vampiro emerge como una representación simbólica de esos temores colectivos: un agente desconocido, externo y maligno que trae consigo muerte y caos.
El vampiro, al igual que la enfermedad, encarna la alteridad, lo ajeno y lo desconocido, y su irrupción desestabiliza el orden. La sangre, símbolo de la vida, se convierte en un vehículo de corrupción en manos de este ser, mientras que su inmortalidad representa una violación de las leyes naturales, acentuando su carácter perturbador. De este modo, el vampiro, al igual que la enfermedad, no solo amenaza físicamente a la comunidad, sino que también desafía las normas y valores sociales y naturales que garantizan su estabilidad.
Otro momento en el que la enfermedad se hace presente en la película ocurre en el contexto del enfrentamiento entre el racionalismo científico, que predominaba en las sociedades occidentales del siglo XIX, y las creencias supersticiosas persistentes. Esta tensión se ejemplifica claramente en el tratamiento del estado emocional de Ellen Hutter, interpretada por Lily-Rose Depp. Su personaje y su cuerpo se convierten en un campo de batalla simbólico, reflejando las luchas entre las explicaciones científicas y las interpretaciones demoníacas de las enfermedades mentales propias de la época, como la melancolía y la histeria.

La melancolía, cuyo origen etimológico proviene del griego mélan (negro) y cholḗ (bilis), se consideraba un desequilibrio de los humores que afectaba principalmente al cerebro. Como señala Andrew Scull en su libro Locura y Civilización, se creía que las personas melancólicas, generalmente mujeres, eran susceptibles a tentaciones diabólicas e ilusiones, y que el diablo tenía una capacidad especial para influir en ellas. Así, aunque la enfermedad se situaba en el cerebro, “el hogar de la razón”, también se pensaba que podía tener un origen maligno.
Por otro lado, la histeria, cuyo origen etimológico proviene del griego hystéra (vientre, útero), era vista como una afección femenina. Se pensaba que el cuerpo de la mujer, debido a su vínculo con el útero, era más propensa a alteraciones emocionales y mentales. Esta idea coexistía con creencias populares que relacionaban la histeria con fenómenos como la posesión, la brujería y el deseo sexual desenfrenado. Se afirmaba que la histeria llevaba a las mujeres a cometer actos pecaminosos los que, a su vez, eran interpretados como resultado de influencias malignas o demoníacas.
En Nosferatu de Eggers, se hace visible, por un lado, la histórica relación entre las enfermedades mentales y las mujeres, cuyo cuerpo, marcado por el pecado de Eva, era considerado propenso al descontrol y al desorden. Por otro lado, se explora la coexistencia de lo científico y lo supersticioso en la interpretación de estas enfermedades, especialmente cuando no se comprenden o controlan completamente. Este conflicto se refleja en el personaje de Ellen Hutter, cuya salud mental parece estar afectada por fuerzas que escapan a la comprensión racional, mientras la medicina moderna lucha por explicar su sufrimiento.
En síntesis, la película nos da elementos para reflexionar sobre la relación entre la enfermedad y la alteridad, representada en la figura del vampiro como un ser extraño y extranjero. Este concepto de “el otro” adquiere particular resonancia en contextos contemporáneos, como el estigma hacia ciertos grupos, ejemplificado por la errónea asociación entre los asiáticos y el origen de la pandemia de COVID-19, vinculado a la creencia de que el virus se transmitió por el consumo de murciélagos.
Nosferatu también nos da pistas para replantearnos la persistente conexión entre las enfermedades mentales y la figura femenina, históricamente vista como ingobernable. Este análisis resulta pertinente en un contexto donde aún se utilizan términos como “histéricas” para desacreditar a las mujeres. Además, el filme muestra cómo tanto lo científico como lo que se ha catalogado como “superstición”, su coexistencia, resulta igual de válido para los personajes a la hora de dar sentido a la enfermedad, especialmente cuando esta permanece incomprendida o fuera de control. Un fenómeno que, como hemos observado, también se dio en el marco de la pandemia de COVID-19.
*El autor se especializa en temas vinculados a la historia y la sociología de la medicina y la ciencia

