La crítica (no) está muerta y los ángeles del infierno
Dicen que el fin de la crítica (y de todo) es un signo de estos tiempos digitales, rápidos y furiosos; dicen que el internet cambió las reglas
“¿Vienes a renegar otra vez?”, me pregunta Camilo, el director (stronguista) de programación de la Cinemateca Boliviana. Los críticos tenemos mala fama. Y somos una especie en extinción. Ni ONG gringa/europea con jugosos sueldos tenemos que nos defienda. Salve a un crítico, ponga a uno en su mesa. La biodiversidad del planeta depende de usted; dona unos pesitos para que un crítico pueda cenar esta noche. Es cruel que la sociedad se acuerde solo de nosotros en Navidad, en el Día del Periodista o cada muerte de obispo en Roma. Snif.
La crítica agoniza. ¿O ya se murió y nadie se dio cuenta? Ni sepultureros tenemos. “¿Hay críticos en este cementerio? Sí, son aquellos dos que ve a fondo con un pico y una pala”. Las cuatro últimas películas bolivianas que se han estrenado este año han pasado sin pena ni gloria. El público abandona, la crítica ya no hace olas. El silencio siempre fue la crítica más brutal.
Nota mental uno: ¿por qué no hay crítica de los infumables/innecesarios musicales que han invadido la cartelera teatral?, ¿por qué no se critican las obras de teatro costumbrista o los espectá-culos de “cafe concert”?
Dicen que el fin de la crítica (y de todo) es un signo de estos tiempos digitales, rápidos y furiosos; dicen que el internet cambió las reglas; dicen que hay críticos anónimos que hace “podcast” para la familia y allegados donde se explican y resumen las películas; dicen que hay changos en YouTube buscando una voz propia; dicen que ahora lo que importa es la opinión de las grandes masas (esas que pueden destrozar la buena fama de un restaurante en un abrir y cerrar de ojos con un comentario cabrón en el “feis”).
Dirán que la opinión formada pasó de moda, como la locura y el ego; dirán que los críticos somos gente mala/tóxica, soberbia y no merece. Dirán que somos unos necios y tendrán razón.
La crítica de arte sí que está muerta y enterrada en Bolivia. Lo hizo cuando falleció el último crítico, don Mario Ríos Gastelú, bolivarista de corazón. El otro crítico de arte se enterró en vida, don Pedro Querejazu.
Hace unos meses, don Pedro Susz dejó de escribir crítica cinematográfica. Siguió la onda de Anthony Oliver Scott, el célebre crítico titular de cine del New York Times que hace dos años ya no publica después de clavar más de 2.300 críticas. Los muertos que vos matáis ya no gozan de buena salud, diría ahora don Juan Tenorio.
He preguntado a la inteligencia artificial sobre el fin de la crítica y me ha respondido que “es un tema complejo y controvertido”. La IA es una inteligencia tonta y no se mete nunca en problemas. La IA son los consejos de tu madre.
Un crítico, en este caso, el que esto escribe, tiene dudas existenciales. ¿Critico el último bodrio de cine boliviano? ¿Lo dejo pasar? ¿Repito las mismas vainas? ¿Espero que llegue una buena? ¿O le meto para que me vuelvan a llamar renegón?
Las preguntas en el diván (retórico) de la crítica taladran mi cabeza: ¿el crítico se cree superior? ¿somos una casta de cineastas/teatristas fracasados y/o frustrados? ¿acaso sabemos patear la pelota? ¿nos sacrificamos por los demás soportando estoicamente películas y obras de teatro indignas para evitar al prójimo ese dolor? ¿es nuestro oficio un apostolado? ¿somos unos héroes incomprendidos? ¿o creemos tener siempre la verdad? ¿no soportamos en realidad que las luces ya no nos alumbren como antaño? ¿nos repetimos como el pepino? ¿menospreciamos al espectador que apaga el cerebro y solo va/quiere comer pipocas? ¿por qué somos tan autocríticos los críticos? y la última que no me deja dormir por las noches: ¿quién carajo te crees, crítico de quinta?
La crítica no está muerta, estaba de parranda. Es como el vinilo; resiste ahora y siempre al invasor. La crítica no morirá nunca, será como la materia; solo se transformará. He pensado a ratos en tirar la toalla pero he llegado a una conclusión (¿necesaria?): lo que exhibes será juzgado, punto pelota. Estamos en extinción, es cierto, pero moriremos con las botas puestas, como cantan los Ángeles del Infierno.
Post-scriptum: en el día de estreno en la Cinemateca de la última película boliviana (chuquisaqueña, para más señas, “Patada de yegua”) la sala estuvo vacía y el filme no se proyectó. La Cinemateca se llena cuando las embajadas pasan películas gratis y dan de comer y de beber. La gringa es la más pendeja: da una coca cola de yapa a la habitual pipoca diplomática de cortesía. ¿Quién dijo que el cine en sala había muerto?

