Fondos y trasfondos del ‘Ring de las Maravillas’
Reseña de la obra de teatro protagonizada por Alejandra Quiroz y Cintia Cortez, bajo la dirección de Jorge Calero
En el mes de agosto, La Paz se llenó de arte: de danza, de teatro. Hubo decenas de estrenos y, como no sucedía hace rato, el espectador podía elegir a qué ir todos los fines de semana. Así, la fría ciudad paceña volvió a tener cierta movida cultural que alegra incluso en estos tiempos de crisis económica y ambiental. ¡Qué nacionalistas anti-coloniales son nuestros artistas, se guardaron sus obras para agosto, el mes patrio!
En ese contexto, El Ring de las Maravillas es quizás el mejor estreno de este 2024. La obra, brillantemente protagonizada por Alejandra Quiroz y Cintia Cortez, bajo la dirección de Jorge Calero. La obra cuenta un futuro distópico, donde el teatro ha dejado de existir más que bajo la forma del cachascán, el falso enfrentamiento de cholitas que, en medio, montan “El retablo de las maravillas” de Cervantes, esa obra “que no puede ser vista por hijos bastardos o por gente de sangre no pura”, su tema es ese: la herencia, el mestizaje, la mezcla gozosa de fondos y transfondos sin fin. La autoría (ficcional) de la obra, la toma una tal Marianella, clon de Raúl Salmón, autor que hoy debe estar feliz de ser recordado con tanto tino.
La estructura de la obra es la del fragmento y de la espiral, pues este futuro solo puede imaginarse como recordando el pasado, como algo ya vivido: esto que parece metáfora, en la obra es muy concreto, ya que se clonan a nuestros grandes escritores del siglo XX para que vuelvan a hacer de las suyas en el futuro. Pero el gran secreto de esta obra es que cada palabra habla solamente del presente, este gran nudo de tiempos que fueron, que podrían haber sido y que podría ser. El ring de las maravillas, entonces, se torna crítico y aunque muchos de los textos podrían tomarse como “políticamente incorrectos”, salen de la confusión ante este nuestro tiempo, que como el mestizo –esos seres fragmentados que somos, hijos de miles y todos al mismo tiempo y que por eso parecemos condenados a la insatisfacción (algo así ya se había dicho en La Chaskañawi, citada en la obra)–, es mezcla de mil verdades y mentiras.
En ese camino, la obra toma como centro y eje la figura de la chola: “¿es ético que yo, que en la vida real no visto pollera, lo haga en el teatro?”, se pregunta (más o menos) Alejandra. ¿Lo hace por anti-imperialista, por anti-colonial (porque es más fácil ser anti que con) o por ganar algún fondo estatal o municipal?, como ella misma señala. No lo sabemos, un poco de todo, y todas las modas –de las Barbies hasta esas afirmaciones sobre el puente de plata que podríamos haber hecho de aquí a España– serán puestas en la mesa de operaciones. Y es que muchas de las obras de nuestro tiempo parecen caer en el indigenismo y otros ismos por ganarse un fondo. El humor de la obra se ríe de esto con valentía, pero no se olvida tampoco reírse de sí misma y de lo mal armados que estos fragmentos estarían.
Sin embargo, la obra no solo apela a la risa. Hay varios pedazos que juegan a lo onírico, escenas hermosas en lo estético y conceptual, que acercan al espectador a un lado más oscuro de la existencia. Por ejemplo, hay un muerto en ring: entra con máscara de moreno y saco de cascabeles, mientras una de ellas cuenta su historia: la de la sangre que chorreaba. El muerto mira nomás, se mueve al son lento del moreno, sin bailar, pero su historia nos hace bailar a nosotros, los espectadores, que confundidos, nos vemos obligados a entrar al campo de la interpretación. ¿Será el moreno metáfora de lo masculino que no existe en este futuro donde la clon de Cervantes o de Salmón nacen mujeres? ¿Será este un recordatorio de que, aunque todo es ficción, la ficción habla sobre lo Real, sobre Tanatos?
Cargada de mil sentidos y de mil vacíos, varios señalados por la propia obra (como la duda de si la República de Santa Cruz seguirá siendo parte de “lo que queda de Bolivia”); cargada de mil referencias al mundo literario y teatral, a las grandes mujeres de pollera o sin pollera, o de ese dios de la comedia que se pone pollera quién sabe por qué…. La obra enfrenta con cabalidad grandes desafíos y las dos actrices, como buenas cholitas luchadoras, salen ilesas y dejan al público queriendo mucho más. No puedo evitar pensar que, si Raúl Salmón estaría hoy vivo, concordaría con que esta es la mejor versión de Hijo de chola de los últimos años, la precisa para nuestro tiempo, y estaría orgulloso de estas sus clones que, pasando con habilidad de un tono cómico a un tono melancólico, mezclando como ellas son mezclas, recordaron tan bien nuestro futuro… ¡Esperemos que este tipo de teatro nos dure y que seamos todos del Grupo de terrorismo para que vuelva (se mantenga, no se vaya) el teatro!
P.S. Me sueño que la obra se vuelve performance anarquista: se presenta en oficinas estatales donde la Ale Quiroz, disfrazada de Infierno Verde, hace volar escritorios y funcionarios mientras les grita con amor sus verdades. La Cintia, disfrazada de la virgen o el ángel o cómo se llame, la espera en un auto ultramoderno para hacerse bola de los policías que, tan flojos (ya sea en el 2024 o el 2064), apenas las persiguen entre amenazas…
Camilo Gil Ostria – Literato

