El último viaje de Tristan
Ahí, en medio de los colores amarillentos y el olor de la chicha, Tristan supo que debería hacer solo el viaje a Macha que había programado para diciembre del 2023, y planificado no hace más de dos meses atrás.
Intentaban convencerlo de que rentar un jeep para llegar al destino era la idea más loca que había tenido. Tristan, generalmente testarudo, parecía más janiwa que nunca. Yo lo escuchaba y veía alejarse y acercarse, alejarse y acercarse, seguro debido a las tutumas y chelas que tenía por delante, así que vaya sorpresa escuchar mi voz decir: “Yo acompaño a Tristan a su viaje”. Humo blanco y una ch’alla de chicha inundó la tarde y la vida.
Y así, a los dos días, aparecí dentro de “Los guerreros de Cristo”, junto a Tristan Platt, frente a la torre de la iglesia, desde donde todavía las sombras de los indios tiraban confites para simular el semen.
Horas más tarde, desde Oruro llegaban Fortunato. antropólogo que hacía ahora de nuestro conductor. y Johan, arqueólogo al cual Tristan había comentado de cráneos enterrados y cerámica que recoges de la pacha, y que, una vez más, Tristan quería que alguien recupere el tesoro, como medio siglo atrás él había recogido papeles e historias.
Después de una noche de silencio y estrellas, iniciamos lo que mi boca ebria de alguna forma intuía… el último viaje de Tristan a Macha.
Primera parada, una apacheta en un monte donde la gente construye casas en miniatura para que se hagan realidad, mixtura, serpentinas, coca, botellas rotas acompañan cada casita y suplica de los fervientes. Ver una apacheta envuelta en hilos de diferentes colores y sentidos, donde se atan y desatan más preguntas. Tristan se sentaba cerca de ellas y parecía conversar con ella o ellas, pues ese camino que nos llevó a Tata Bombori era muchas y cada una tenía sus devotos, lágrimas borracheras y misterios.
Llegamos a Tata Bombori, a la iglesia blanca y negra emplazadas una a lado de otra, acompañadas de una campana antiquísima que Tristan escuchó repicar medio siglo atrás, y que aún en silencio te estremece. Su color negro contrasta con los colores de la mixtura y serpentina que le cuelgan, pero el asombro se agudizada al entrar a la iglesia negra, cuyo techo como la noche cobija las lágrimas, deseos y ropas de gente enferma que va a pedir la última suplica para vivir o curarse.
Increíblemente me sentía vibrante y cómoda en una iglesia, con seguridad porque podías picchar, beber con desconocidos, pero aunados por el rumor de los rezos y envueltos en el humo de cientos de velas que recuerdan nuestras vidas. Tristan, sentado con enorme paciencia, esperaba que nosotros sus compañeros de viaje, saciáramos nuestra curiosidad o sed.
Volvimos al pueblo y descansamos con todo un mundo encima, con algunas interrogantes, que de forma humilde Tristan a veces decía no tener respuesta, pues no era su campo, pero como maestro te remitía algún libro preciso.
Al día siguiente, camino hacia Aullagas, ruinas de una ciudad de piedra; al verla se te hincha el pecho por tener la sangre india en tus venas. Tristan, con dificultad caminaba, pero con predicción mental hablaba un poco de a ciudad, si lo pedías. Uno de esos momentos se alejó de nosotros, lo vimos caminar solo alejarse parecía unirse a la tierra y las piedras…Tristan sabía ya que había emprendido su camino solo.
Y para eso, él debía irse a despedir de la familia Carvajal, su familia adoptada en aquellos años 50, y en estas tierras no hay acto más hermoso que darte la bienvenida con un caldito mágico que se va cociendo con el fuego de la charla en quechua y las hojas de coca.
Allí junto a su familia, recorrieron la distancia del tiempo, los rostros envejecidos de los viejos amigos volvían el cansancio y el viaje menos duro. En el cementerio, estaban frente a la tumba del curaca Gregorio Carvajal, ese que cargaba en su aguayo todo un universo y que Tristan supo sacar a luz. Uno de los descendientes dijo en castellano: “Bien era charlar, así para mostrar cultura, era como tener voz”. Tristan sonrió, miró hacia el suelo, y dijo casi susurrando: “Yo no di voz a nadie, solo fui un secretario”.
Vimos las manos levantadas de la familia para decir adiós a su amigo, pariente, amigo, bien blanco y gringo que pensaban a principio iba a devorarlos
Destino final, el lugar donde el tinku acontecía. Dos colinas una frente a la otra, Urinsaya y Aransaya, cobijaban cada una un cementerio, y, según entendí, las batallas también acontecían por el derecho a ser enterrado en el cementerio de Aransaya, el cual queda a un lado de un camino, y su secreto es que supuestamente conduce a las almas hacia el mar.
Cierto año, autoridades del Estado habían prohibido el tinku. Así que entre los “enemigos” decidieron que iban a jugar partidos de futbol, en vez del clásico encuentro ritual. Después de algunos años de estrategias de resistencia, y el empeño indio, el tinku volvió a derramarse a la pacha, ya no en esas lomas, sino que la trasladaron a la plaza principal de Macha.
Allá, en Urinsaya y Aransaya como testigos, Tristan, nos dejaste, quizás primero como forma de resistencia jugaste un partido de fútbol y luego, como todo ser que sabe que las fronteras son ficticias, te uniste al mar con todos los tuyos.
Hasta siempre, Tristan, ¡gracias por haber compartido el último y todos tus viajes!
* De forma paralela al encuentro de bolivianistas organizado en Sucre, el centro de contracultura y resistencia El mercado de Kinsa Molle realiza ‘Lenguajes desde la Orilla’, donde invita a investigadores y literatos a tertulias. En ese marco, este 2025 realizó un homenaje a Tristan Platt, denominado “Una mesa para Tristan”, con Alber Quispe, la familia Carvajal (cuyo video testimonial circula en las redes del centro cultural, con una copia a la biblioteca nacional) y este texto.
Carmen Julia Heredia
FOTOS: A la izquierda, Tristan Platt junto a Guillermo Carvajal. A la derecha, sentado en una tumba de cementerio de Aransaya (2023)./CARMEN JULIA HEREDIA

