El trofeo del Mundial de Clubes: artefacto global de una victoria compartida
Geografía inconclusa: apuntes y reflexiones sobre diseño
La entrega de un trofeo al equipo ganador es hoy una práctica tan natural como el propio juego del fútbol. Sin embargo, sus orígenes nos conducen a una tradición más amplia y densa, que transita por siglos de rituales bélicos, religiosos y deportivos. En la Antigua Grecia, los vencedores de los Juegos Olímpicos eran premiados con coronas de olivo, símbolos efímeros pero cargados de gloria. En Roma, los generales victoriosos se hacían esculpir bustos o arcos triunfales. Esta conexión entre victoria, arte y objeto material ha perdurado en el deporte moderno, donde los trofeos no solo premian, sino que representan y narran.
En el fútbol, esta tradición se institucionaliza con la creación de la Copa Jules Rimet, entregada al campeón del primer Mundial en 1930. Diseñada por el orfebre Abel Lafleur en oro chapado sobre plata, la estatuilla de la diosa Niké sostenía el globo terráqueo en una expresión de armonía clásica. Tras su desaparición definitiva en los años setenta, el escultor italiano Silvio Gazzaniga diseñó el actual trofeo del Mundial de selecciones: una pieza de oro de 18 quilates con figuras humanas alzando la Tierra. En paralelo, los campeonatos de clubes internacionales fueron desarrollando sus propias tradiciones simbólicas, desde la Copa Intercontinental hasta la actual Copa Mundial de Clubes de la FIFA. En todos estos objetos perdura una aspiración: materializar la abstracción de la victoria en un objeto tangible, transmisible y universal.
El trofeo actual del Mundial de Clubes de la FIFA, presentado en 2024 como parte del rediseño general del torneo, es una obra que conjuga virtuosismo técnico, densidad simbólica y una vocación claramente global. Su creación estuvo a cargo de FIFA en colaboración con Tiffany & Co., la histórica casa joyera estadounidense. El resultado es una pieza de 44 centímetros de altura, elaborada en vermeil (una aleación de plata esterlina recubierta en oro de 24 quilates) y sostenida sobre una base de resina negra de alto brillo. Su superficie está grabada con 211 nombres de federaciones miembro de la FIFA, frases en 13 idiomas —incluyendo braille— y motivos que combinan geometría sagrada, patrones futbolísticos clásicos (balones, redes, campos de juego) y referencias astronómicas, como órbitas planetarias inspiradas en los diagramas de las misiones Voyager. Pero su rasgo más distintivo es su capacidad de transformación: una llave dorada permite abrir el trofeo, que adopta una segunda configuración, expandiendo sus segmentos como pétalos metálicos hasta formar una estructura orbital que evoca el globo terráqueo. Este mecanismo no es solo estético. Representa, según sus diseñadores, la apertura del fútbol al mundo, su naturaleza expansiva, y su rol como lenguaje común de la humanidad. Cada detalle fue diseñado con precisión suiza: desde el grabado láser de las inscripciones hasta el equilibrio del peso para que pueda ser sostenido sin esfuerzo por los jugadores en la celebración final.

En su concepción, la FIFA buscó producir un objeto que condensara la identidad del fútbol de clubes como fenómeno verdaderamente planetario. Por eso, su presentación oficial se realizó no en una sede futbolística, sino en la Casa Blanca, durante una recepción diplomática con el presidente de Estados Unidos, subrayando su alcance político y mediático. A partir de allí, el trofeo emprendió una gira global, visitando ciudades como Río de Janeiro, El Cairo, Londres, Yakarta y Johannesburgo, acompañado de actividades culturales, educativas y de divulgación sobre los valores del deporte. En cada parada, el objeto fue exhibido en museos, escuelas y plazas públicas, convirtiéndose en emblema itinerante de una comunidad mundial que se piensa a sí misma a través del fútbol. Paralelamente, el trofeo se asoció a iniciativas filantrópicas como el FIFA Global Citizen Education Fund, que destina un porcentaje de las entradas vendidas a programas educativos en zonas vulnerables. Este tipo de asociaciones busca resignificar al trofeo como artefacto de transformación social. Incluso los comentarios críticos, como el del exfutbolista y comentarista Ally McCoist, quien lo calificó de “hermoso pero impráctico para celebrar con champán”, muestran que el trofeo se ha insertado en un debate más amplio: el de la función ceremonial de los objetos, su capacidad de representar no solo estéticamente, sino también ritualmente, una narrativa colectiva.
Este protagonismo simbólico se ha traducido también en su integración dentro del imaginario cultural contemporáneo. El trofeo ha sido replicado digitalmente en videojuegos como FIFA 25 y eFootball, donde aparece en las animaciones de celebración, renderizado con fidelidad minuciosa, incluyendo sus superficies doradas y las inscripciones grabadas. En plataformas como Football Manager, mods personalizados permiten incorporar el trofeo como parte de competiciones personalizadas, reflejando cómo el diseño de objetos trasciende sus límites físicos para habitar también entornos interactivos.
En la música, el campeonato ha incorporado shows de medio tiempo que emulan la estética del Super Bowl, como el anunciado para 2025 con J Balvin, Tems y Doja Cat, bajo la curaduría artística de Chris Martin. En estos espectáculos, el trofeo se convierte en pieza central del escenario, iluminado como un tótem sagrado entre luces, humo y coros multitudinarios. En el cine y el documental, si bien aún no ha protagonizado una obra específica, su aparición en trailers, spots promocionales y cortos institucionales lo han convertido en un ícono visual reconocible, de textura metálica, estilo futurista y carga semiótica potente. Más que un accesorio deportivo, el trofeo empieza a funcionar como símbolo narrativo de la integración global del fútbol, desplazándose del campo de juego al escenario cultural, y de la ceremonia deportiva a las pantallas del entretenimiento.
Así, el trofeo de la Copa Mundial de Clubes de la FIFA condensa en su diseño una constelación de ideas: el prestigio de la victoria, la técnica de la orfebrería moderna, la expansión global del fútbol y la necesidad de los objetos de articular significados que sean a la vez locales y universales. Como muchos objetos emblemáticos del diseño contemporáneo, su valor reside no solo en su belleza o su forma, sino en su capacidad de narrar el tiempo en que fue creado. Es un objeto diseñado para ser fotografiado, compartido, modificado digitalmente y celebrado en múltiples culturas. Su movilidad, tanto física como simbólica, lo convierte en una pieza clave para entender cómo el fútbol, más allá de la pelota y el gol, se ha convertido en un lenguaje visual y material de alcance planetario. En este sentido, el trofeo no solo premia: también comunica, representa y transforma. Es, en definitiva, una forma de diseño que acompaña una geografía inconclusa.
El autor es comunicador y docente universitario

