El blues de los plomos, el invisible oficio de la grandeza
Los grandes escenarios, esos que al parecer soportan el peso cósmico de los músicos que han logrado representar la voz de una generación y por lo tanto se han convertido en tejedores del tiempo y el espacio, son espacios que sin duda llevan a una mayor potencia la experiencia de la vida. Cuántos hemos experimentado la sensación de sudor y el temblor de los huesos, al estar frente a esas naves de luces y sonidos que son controlados desde lo performativo por aquellos artistas que narran nuestras versiones en el mundo.
Un escenario además de ser una plataforma se convierte en la cápsula de una memoria que tiene efectos directos con las decisiones fundamentales que como seres humanos vamos tomando. Sin duda hay un antes y un después al enfrentarse a esta experiencia; pero como todo lo que se diagrama como objeto visible de la realidad, esas cápsulas de energía, esconden un fondo, un hilar sincrónico y armónico que funciona desde las sombras de ese universo visible.
El blues de los plomos es un documental del año 2013 dirigido por Paulo Soria y Gabriel Patrono, que nos narra desde el testimonio de seres maravillosos, el significado de trabajar en el hilar en las sombras la telaraña que sostiene esos planetas estelares a los que llamamos conciertos.
Detrás de toda una industria existen los personajes que entregan su vida al trabajo que la sostiene. No es posible articular la grandilocuencia industrial, dejando de lado el sacrificio marginal. Para que una luz alumbre a los protagonistas, existen en la sombra seres que con el vigor del cuerpo y la vocación de la pasión han creado la plataforma para el privilegio de los elegidos en la exposición.
El blues de los plomos, es una canción escrita por Aníbal Forcada, que es popularizada por León Gieco. Si bien hay una relación entre Forcada y Gieco, el inicio de ese lazo, tiene como entretelón la fe a un talento, la lealtad a un proyecto, la inocencia rebelde de alcanzar un sueño y el cuerpo dispuesto a ser apostado a un trabajo que se mueve por el amor de la admiración a un oficio. Aníbal Forcada es un plomo, palabra que se usa para nombrar a los que trabajan como armadores y desmontadores de un escenario, son los obreros que se encargan en hacer que la fábrica de la presentación en vivo sea realidad. Forcada empieza como un armador del escenario del músico que admiraba (Gieco) y con el paso del tiempo termina convirtiéndose en parte activa de los músicos de la banda. Si bien el término se usa en general, principalmente la referencia apela a los obreros que hacen ese trabajo para las bandas de rock en Argentina.
El documental El blues de los plomos se puede ver de forma gratuita en Youtube, es un trabajo compuesto por testimonios de los denominados plomos y de los miembros de las bandas para las cuales trabajan, organizando, armando, afinando y desarmando sus shows. La narración de esta convivencia demuestra una cercanía de un universo tan íntimo para el desarrollo de una banda y las diferentes capas que le dan un sentido. Mientras se escucha las confesiones de estos trabajadores del rock, narrando con una emoción casi infantil los inicios en su oficio, es inevitable ir tomando conciencia sobre el papel que juegan para la construcción de la experiencia de cientos o incluso miles de personas.
En la descripción promocional del documental se describe la siguiente afirmación: “Una mirada al grupo de seres que alimentan el fuego de las estrellas del rock. El casi invisible oficio de quienes están del otro lado de la escena”. La pantalla se prende con la seguidilla de unas imágenes de instrumentos musicales, amplificadores y cajas de traslado. De fondo la guitarra melancólica entonando el punteo introductorio de una balada dulce de blues. La pantalla es atravesada por letras blancas al medio de las imágenes: El “negro” Aníbal, Jota, Gonza Cabré, Lebek, Bertoli, Marquitos, Rocky, Ray, Kuda, Gary y Checho. Los 11 nombres presentados pasan de la línea marginal en la que se desenvuelven rutinariamente a la plataforma principal. Son los plomos ahora protagonistas de desenvolver el camino por el cual deben transitar todas las canciones que son apretadas en los dientes de un público que espera a sus ídolos.
El documental mientras de desarrolla, se va cargando de una melancolía en la observación, el juego de secuencias de un previo de elaboración, durante y posterior de una tocada en vivo va contraponiéndose a la experiencia del público, de la banda y de los trabajadores del show, logrando un contraste que no solo es visual, sino que también reflexivo. A partir del lente de la cámara nos vamos interiorizando del otro lado de la magia. Ese que sobrevive gracias a la fuerza de trabajo de los que no vemos. Aníbal cuenta su sueño cumplido al iniciar sus tareas para los conciertos de su ídolo, con tono entusiasta, aunque también con un aliento de cansancio, relata el fin de las tocadas, el cómo el mar de gente entregada a la fuerza de la música, en cuestión de minutos desaparece, el silencio es lo que se queda tocando en el vacío, y cuando al parecer todo ha terminado, los plomos recién comienzan, horas de desconectar, de desinstalar, de encajonar, para después continuar con el alzar, el jalar, el transportar. Todo tiene su orden, todo debe responder a un sistema de retirada, a una conciencia del aprovechamiento del espacio y a una metáfora física del despoblar el circuito. El tiempo apenas es una idea de orientación de tareas. En ese contexto es que se fue escribiendo la canción que dio nombre al documental.
Son las diez y otra vez todo empieza, /el show de hoy tampoco debe esperar, y /aunque piense que hoy voy a encontrarte, /muy dentro mío sé que allí no estarás. /Un nuevo escenario me espera, /mientras algunos/ nos miran armar sube la banda y marcando cuatro, /este blues se volvió a escuchar (fragmento de la canción).
Esa estrofa inicial de la canción, apunta el espíritu de esa tribu que anclada al eterno retorno de la acción son conscientes de la emoción de un estar ahí; en el lugar indicado, donde el mundo nos sabe hablar. La voz de Aníbal Forcada el compositor y vocalista de la banda Oveja Negra no está cantando la canción, más parece que está orando, nos está convocando al diálogo interior de presenciar la adrenalina del caos y el final silenciador de esa vorágine.
Como una especie de código de parcería el documental va profundizando la particularidad de los involucrados y en un juego de compañeros de hazañas, se puede conocer a los hombres de confianza del flaco Spinetta, de Ricardo Iorio, de León Gieco, de Charly García, entre otros grandes músicos de bandas emblemas de argentina. A la vez de la importancia del reto de ese trabajo, queda marcado una identidad y una mística que se conforma desde la poética de la convivencia por un lado y por otro lado desde la poética de la sobrevivencia. Son dos cosas las que engrandecen el testimonio y la edad del alma de un plomo, el poder pronunciar el nombre de un ídolo desde la cercanía anecdótica de su compartir el tiempo y por otro lado el de poder decir como sobrevivientes que fueron parte de determinados recitales emblemas para la memoria eterna de un fanático de rock.
Yo soy el que arma una banda de rock, /yo soy el que espera verte en cada show. /Siempre es /lo mismo con esta suerte, nunca volveré a verte otra vez (fragmento de la canción).
El blues de los plomos es un documental que enfoca el lente en aquellos que han apostado su cuerpo para defender el valor de un sueño. Desde su trabajo encienden los fuegos que alumbran una pasión, que requerimos para hacer de la vida un lugar más querido.

