‘Chaco’, metáfora y la brújula averiada
Reseña de la película boliviana dirigida por Diego Mondaca, quer aún puede verse en el cine Sky Box de Cochabamba y en otras salas comerciales del país.
“Siempre nada, igual que la guerra…¡Esta nada no se acabará jamás!”
Augusto Céspedes, “El Pozo”
“Chaco”, del director Diego Mondaca en su primer acercamiento a un largo de ficción, nos transporta a la sofocante aridez del territorio boliviano denominado como tal, durante el último gran conflicto bélico que enfrentó Bolivia.
El mismo sinsentido que tuvo esa guerra fratricida, acompaña a los personajes de la película, que merodean a través de parajes y lares que no conocen, que no comprenden, donde todo se vuelve fantasmal e indescifrable, como la misma comunicación plurilingüe con la que se comunica el ejército boliviano en sus diferentes estratos (aymara, quechua, castellano, guaraní y alemán).
“Chaco” es un película bélica de carácter muy peculiar, ya que los disparos de balas no son parte de su repertorio, dejando el combate de lado, despojados de su sentido primigenio, la compañía militar se convierte en una metáfora: un país perdido en su propio territorio, sin brújula e incomunicado; donde el enemigo deviene el compañero, el vecino, el líder paradójicamente extranjero y la sed, sobre todo la sed, la sed de hallazgo, la sed de una directriz.
Raimundo Ramos, el pequeño Cabo Liboro, es un Klaus Kinski completamente opuesto con un único rasgo no inverso al portentoso teutón, que es la cojera; Liboro debe ser el mediador y traductor entre los mandos y la tropa, despreciado por los propios, menoscabado por los ajenos. Su astucia presta la poca luz del filme que no proviene del incandescente y polvoriento sol chaqueño, y con gran destreza actoral triunfa en su afán.
La apuesta de Mondaca funciona, y su cuidado diseño de producción nos transporta a esos pesadillezcos días de guerra, acompañada de varios guías y guiños cinematográficos como ser el Herzog sudamericano (“Aguirre, la cólera de Dios” o “Fitzcarraldo”), “Apocalypse Now” de Coppola, Kusturica de “Gato Negro, Gato Blanco” (en lectura luctuosa y no festiva en este caso) o el Sajinés de la Nación Clandestina, entre otros. Los tributos musicales a los boleros de caballería y los literarios a por ejemplo “El Pozo” de Augusto Céspedes se hacen también explícitos a través del metraje.
Al regresar al presente con el visionado fresco de “Chaco”, vemos que cantidad de los problemas que ostentábamos como país en esa descabellada y calamitosa campaña, siguen presentes en nuestro diaria existencia, irresueltos, patentes y lamentablemente, con la brújula todavía averiada.
Finalmente a casi toda mi generación le tocó tener familiares cercanos que combatieron en la guerra del Chaco (en mi caso particular mis dos abuelos estuvieron en la contienda – uno como militar, el otro en comunicaciones –), y ver retazos de sus experiencias traducidos al cine por esos parajes inhóspitos es otra forma de estar nuevamente con ellos y rendir tributo a sus memorias y tribulaciones.

