‘Ceremonia’: el padre ausente y/o presente
El regreso de Rodrigo Bellot al cine trae un cortometraje de altos/sensibles vuelos sobre la paternidad y la atención.
Sostiene Coppola (Francis Ford, no Sofia) que el cine es terapia, la mejor forma de aprender sobre nosotros mismos. Bellot así lo cree, también. “Ceremonia” -la última obra del cineasta cruceño- es un cortometraje de apenas media hora (lo bueno y breve, dos veces bueno: mensaje para navegantes extraviados).
Es un ensayo fílmico sobre la paternidad (la ausente y la presente); sobre las nuevas masculinidades (las que están dejando con gran esfuerzo e incomprensión la toxicidad machista/dañina); sobre la fotografía y la atención plena, como la más pura forma de amor; sobre el poder sanador de las ceremonias.
De la expropiación cultural, de la privatización del conocimiento para su mercantilización, del uso de plantas/rituales sagrados mal llevados para lucrar sacando de contexto estas prácticas ancestrales; de la ruptura de tejidos comunitarios de respeto y cuidado, hablamos otro día. Nota mental uno: este párrafo va para los chamanes de postal turística, los de la ficción y los de la vida real.
El ”corto” escrito y dirigido por Rodrigo Bellot (que ahora firma como Rigo Belott-Machi) llega con la marca de estilo de su cinematografía: excelente acabado técnico, dirección de actores a la altura, guion sobrio y montaje ágil.
El director de -entre otras- “Dependencia sexual” (2003), “¿Quién mató a la llamita blanca?” (2007), “Tu me manques” (2019) y “Buey Rojo Sangre” (2022) no ha dejado a lo largo de su fructífera carrera de cultivar las historias cortas: algo que los cinéfilos agradecemos profundamente pues recuerda que el cortometraje es algo más que el escalón previo para llegar al “largo”. Y ahí están trabajos como “Refugiados” (2013), “Unicornio” (2014) o aquellos primeros deslumbrantes trabajos, “Sexo” (2001), entre ellos.
El diálogo subterráneo e intimista que “Ceremonia” sos/tiene con el documental “Nicola” (2024, otra obra también rodada en Samaipata y su Bosque de Helechos Gigantes) es materia para estudios académicos. Por cierto, Nicola Escola, el protagonista del “docu” dirigido por otro cruceño como Pablo Terrazas, también tiene un papel en la obra de Bellot.
Ambas películas comparten procesos de cambio/transformación; ambas son un salto a lo desconocido con final feliz y esperanzado; ambas cuentan secretos para sanar, escuchando a los helechos milenarios.
“Ceremonia” cuenta la historia de un fotógrafo de guerra, Javier Navarro, interpretado de manera contenida por el actor (y modelo) español/madrileño Iván Sánchez (lo vimos en las series televisivas “Hospital Central” y “La reina del Sur) que llega a Samaipata para hacer las paces consigo mismo tras enterarse de un cáncer de pulmón y a punto de ser padre.
“Ceremonia” narra también la historia de un joven perdido (el actor boliviano Quim del Río al que ya vimos en la fallida “98 segundos sin sombra” de Juan Pablo Richter, 2021) que llega a la misma casa de sanación en busca de recomponer los fragmentos rotos en su (no) relación con un padre ausente. Es un duelo actoral bien resuelto en una ceremonia/performance de sentido y sensibilidad, de abrazos y compresión.
Todo está cuidado en “Ceremonia”. El montaje del propio Richter; la canción original de Alex Serra y Jordi Cantos; el sonido de Sergio Medina (ex guitarrista de bandas como Camaleón y Reverso); la sutil fotografía de Pablo Paniagua (habitual de las películas de Kiro Russo); el “casting” de Mauricio Toledo; la banda sonora de Cergio Prudencio; la producción ejecutiva de la catalana Berta Novell Reverter; la dirección de arte de Lourdes Méndez; y el vestuario de la paceña Maite Tarilonte (dos veces ganadora del Goya, por “Blackthorn” de Mateo Gil y “Nadie quiere la noche” de Isabel Coixet). Nota mental dos: la actriz y modelo (y Miss Venezuela 2011) Irene Sofía Esser tiene un cameo fantamasgórico.
En el estreno del cortometraje -último jueves noche de octubre-estamos siete personas en la sala uno de la Cinemateca (con aforo para doscientos espectadores). Un padre y un hijo se han quedado clavados en las butacas tras el final. “Es una linda película para ver con tu hijo”, me dice el amigo más que satisfecho.
El séptimo arte es la mejor terapia. La vida (y el cine) son ahora. Tenía razón -una vez más- el bueno de Coppola, Francis Ford.
Post-scriptum: el cortometraje se pre-estrenó en una sala comercial de La Paz, pero solo se puede ver en la Cinemateca Boliviana. ¡Qué lindas son las multisalas de todo el país, siempre colaborando con el cine boliviano!

