Carta a TD. Cergio Prudencio, asistir al tiempo
A propósito del compositor paceño, que se convirtió en el primer boliviano en ganar un premio Platino, por su música para la película ‘Utama’, de Alejandro Loayza
En estos días de recibir premios, de asistir a los actos, de apurarse con el almuerzo para llegar a tiempo. Ahora que las celebraciones llegan. Puedes volver a ver atrás, esos recorridos azarosos, esas formas que con el tiempo dejan hechas sus figuras más complejas, aquellas que solo existen cuando ya las has atravesado. Y estas se siguen haciendo, las seguimos haciendo, de a poquito: por partes y en cucharadas.
Durante la ceremonia de entrega de los Premios Platino, realizada en Madrid (España) en abril pasado, Cergio Prudencio recibió el galardón a Mejor Música Original por su trabajo en Utama (Alejandro Loayza Grisi, 2022). A su retorno al país, el compositor y músico fue entrevistado por Claudia Benavente; entonces Prudencio declaró, sobre sus tareas en funciones públicas: “Hay un convencimiento de lo que pasó desde el 2006 en Bolivia, con todos sus antecedentes históricos, era el país al que había que asistir. Para mí era de responsabilidad asistir a ese país, concurrir no en el sentido de asistir por ayudar, sino de concurrir a ese proceso. Aun a riesgo de equivocarse, pues. Pero no mirarlo desde la tribuna, ni tirándole piedras desde la ventana más alta. Yo en ese sentido concurrí porque creía que podía aportar algo a ese proceso que se había construido en las profundidades de nuestra historia, y que se estaba debatiendo entre la vida y la muerte para sobrevivir y consolidar un país nuevo que sea diferente al país en que yo nací y crecí”.
Lejos de lo político partidario, lo que Prudencio hace es resaltar esta condición de “asistir”. La estrecha relación que el compositor tiene con el cine data de hace ya varias décadas. Bandas sonoras compuestas para Jorge Sanjinés, por ejemplo, lo ubican dentro de lo más destacado en esta área fundamental del audiovisual boliviano. Su trabajo para Sayariy (Mela Márquez, 1995), donde coincide el talento de su directora y el de la poeta Blanca Wiethuchter, con la música de Prudencio, es ya un gesto de estas relaciones con la sonoridad boliviana-andina que ha explorado desde los años ochenta con la música contemporánea que tuvo su estandarte en la Orquesta Experimental de Instrumentos Nativos (OEIN) y su pieza fundacional: La ciudad (1980).
(H)Ay…tanto. Y es que una vida es el resultado de un cúmulo de experiencias, donde se ha bebido de distintas aguas y se ha persistido –también– en la consagración de los anhelos. Estas maneras de defender la alegría. Cada quién a su modo, insistentemente en ese día a día, que ya deja de ser “un” tiempo, para ser “el” tiempo. Y de poco valdría todo, si es que no se asiste.
Wiethuchter publica en 1975 el poemario Asistir al tiempo. En su Prólogo, Jaime Saenz escribe: “Tiempo y movimiento no interesan sino en la medida del estar. Dicho de otro modo: el estar es lo que en verdad importa; más no se trata de un estar en el espacio; el estar es de hecho el espacio”. La poética del título obtiene en las declaraciones de Prudencio un sentido trascendental. Saenz agrega: “Asistir al tiempo es precisamente quedarse en un lugar determinado. Estar en un lugar que corresponde al sucedido particular por el que se sintetizará el ansia de ser. Ello significa justamente apropiarse del espacio. Así el espacio transfigurado es el estar”. Se puede volver, y resignificar, y hacer de nuevo. Entonces “asistir” es un algo más. Algo que prevalece, que se hace mientras se “está”.
“La ciudad que habitamos” es uno de los poemas que forma parte de Asistir al tiempo: “Te miro / la ciudad permanece / en esquinas rápidas, / la mañana / guarda la transparencia en el eco. / Nuestro abrazo / es principio / dormido entre las hojas. / El racimo que juntamos / en la penumbra / está en la larga travesía / del corazón / por las estaciones. / La avidez que nos recoge / desde el origen, / que nos llama, / es caminar / en las orillas / asistir al tiempo / entregar al mar / el centro / de nuestra memoria. / Te miro: / en tus ojos / la doble ciudad / que habitamos”.
Tal vez, con este poema, porque quizás no haya otra forma de decir más, y en ese final de “la doble ciudad / que habitamos”. Aquí hay algo para entender un poco, también, a Prudencio, que nos permite entendernos a nosotros mismos, en este “asistir”. En la creación que se hace, en lo que nos hacemos ser, más allá de la sonoridad que evoca y convoca, también en la urgencia de volver. Ser una vez más, hacerse otra vez. En las tardes de premios, en las esperas, en los silencios, cuando se está haciendo todo.

