‘Aymara’, encuentro con un fotolibro boliviano
Una lectura de la obra de Enzo De Luca (1965-2022), que establece una sensación de historia textual, surgiendo como temática central la descripción gráfica del personaje aymara boliviano
Una de las grandes virtudes de la Fotografía es reproducir la realidad. En esta forma de mímesis, los artistas buscan el perfeccionamiento de la técnica fotográfica consiguiendo un arte visual que logra trastocarla. En ese enfoque, este comentario es una declaración de intención de lectura, pues se enfocará a leer Atini, kankaña. Aymara. Poder e identidad (2004), de Enzo De Luca (1965-2022). Este ejemplar es un fotolibro que, mediante sus imágenes (narrativa visual), establece una sensación de historia textual (narrativa literaria), surgiendo como temática central la descripción gráfica del personaje aymara boliviano y esto denota su hegemonía de clase. De todo esto, mi mirada se centrará en el fotógrafo como un flâneur que encuentra la palabra-imagen para armar su relato.
Jorge Luis Borges (1899-1986) decía que “toda palabra presupone una experiencia compartida”. Este enunciado me sirve como un punto de arranque para aproximarme y reflexionar sobre el largo título y subtítulo de este libro. Primero, Atini, kankaña. Aymara. Poder e identidad es una denominación que tiene la mezcla de dos lenguas: el aymara y el castellano. La expresión aymara Atini, kankaña significa “ya puedo ser”. Aymara se relaciona a la cultura andina del mismo nombre, por un lado, al sujeto y por el otro, a la lengua. Poder e identidad es una declaración sobre la soberanía del lenguaje que conforman su lengua y su gente. Traducido se lee Ya puedo ser aymara con poder e identidad.
Segundo, el subtítulo “Memoria del fin del siglo veinte en fotografías tomadas entre 1990 y 2005” define un tiempo y un espacio determinado del modo de mirar del fotógrafo. También puedo interpretar que estas fotografías generan un lugar y atrapan un período. En este caso, el mundo aymara boliviano a finales del siglo XX. Los dos encabezamientos revelan la experiencia de la mirada de un observador que contempla el encuentro de su personaje retratado. Esto se vincula con la tapa donde aparece un cuadro de tres niños aymaras que sonríen.
El contenido del fotolibro es una serie de 250 fotografías en blanco y negro. El formato es de 19 X 21 cm, en papel cartulina de 120 gr. Este dispositvo no es un álbum de fotos, menos un archivo del autor. Es una obra de fotografías-retratos del aymara boliviano que trasciende y que se puede mirar y lee. Dicho de otro modo, son imágenes que cuentan algo. O como bien explica Horacio Fernández (Albacete, 1954) “las imágenes son el texto, un texto que hay que leer”. En síntesis, el fotolibro de De Luca genera su propio lenguaje. Y sus capturas están caracterizadas por los acercamientos de su cámara, ya que logra el retrato en el plano detalle, el primer plano, el primerísimo primer plano, el plano corto, el plano medio y el plano entero. Las fotos de paisajes son mínimos. La mayoría de éstas tienen una iluminación diurna, el resto es nocturna y en ambas categorías noto que no hay retoque artístico, lo que evidencia su pericia de artista. Un artista flâneur –término de Charles Baudelaire (1821-1867)–, que camina por la ciudad contemplando y fotografiando o encontrándose con el personaje de su narración.
Este soporte visual boliviano está dividido en cuatro partes: “Quién? / Khiti?”; “Dónde? Kawkina?”; “Cuándo? Kunapacha?” y, “a dónde? Kaukiru?” (sic). El grupo de imágenes son protagonistas del relato y cada captura es un vehículo narrativo que circula dentro de la historia gráfica. De Luca arma un hilo narrativo con sus fotos logrados en quince años de un personaje aymara que transita por la ciudad y el campo. Diría que es un narrador visual en tercera persona, mi audaz lectura deviene porque los retratados no miras al lente del fotógrafo.
El contexto gráfico traza una historia lineal, pero narrada en diferentes épocas. Empieza con capturas en primerísimo primer plano de su personaje que lleva puesto el ll’uchu de lana amarrado a la altura de la boca y mirando con incertidumbre un horizonte distante. La luz matinal que se posa en su fruncida frente, da profundidad a su expresión facial. Abajo de la ilustración aparece una frase bilingüe: “Ser aymara. Aymara kankaña”. Al final de la narración se vislumbran instantáneas donde leo relatos de violencia contra el aymara por parte de las fuerzas políticas, policiacas y militares. En otra toma, hay grandes piedras laja amontonadas en el atrio de la iglesia de San Francisco. Acompaña la oración: “cuando las piedras juzgan. Kunapachati qalanakax taripasi”. Luego, nos cuenta que el aymara venció en esta hostilidad con la imagen de una mujer de pollera que sonríe acompañado de su pareja poncho rojo y reza al final “pacíficamente se ganó esta batalla. Sumañat aka ch’haxwanxatiptan”.
Por último, en esta relación texto-imagen, otra lectura llana es que el fotolibro de De Luca es una forma de mostrar su trabajo fotográfico. Pero no, la creatividad artística de este dispositivo es la continuidad visual y narrativa de sus fotografías que evidencian un hilo expresivo puntual a la manera de haber respetado un guion preconcebido. En este sentido, este fotolibro sobresale porque cada fotografía se aprovecha para contar y en esa dinámica se altera la cualidad de mirar. Hay un arte de montar una narrativa concreta en el estadio de la foto-palabra.

